lunes, 15 de diciembre de 2008

AMOR ENCARNADO

A las puertas ya de la Navidad, todas las calles se llenan de luces, de buenos sentimientos y de halagüeños deseos para el próximo año; los escaparate están llenos de regalos adornados con lazos y papeles de celofán. Estos días, hasta en los ambientes más laicos y paganos, se habla de ternura y de amor. Amor pasajero y fugaz, que terminará en el mejor de los casos tras la llegada de los reyes magos. Amor vacío y efímero como las burbujas del champán. Amor de papel en christmas de serie. Amor con minúsculas, que no conoce el verdadero mensaje de la Navidad.
Y en este programa sobre el amor humano tiene mucho sentido que hablemos de la Navidad, porque es manifestación del mayor Amor que podamos imaginar.
En Navidad celebramos el nacimiento de Dios que se encarna, haciéndose hombre como nosotros, para salvarnos. Celebramos el acontecimiento real de la venida del Señor en carne mortal. Celebramos la concreción y la culminación de la Esperanza que vivimos en Adviento. Celebramos al Amor encarnado, el Amor humano pleno, definitivo y eterno, que es al mismo tiempo amor divino. Celebramos el Amor en Navidad porque al contemplar al Niño, adoramos a un Dios que viene a la tierra para anunciarnos una buena noticia.
Si nos quedáramos sólo en observar al Niño recién nacido y a sus jóvenes padres en el establo de Belén, en muchos de nosotros se despertaría la ternura, para otros sería quizá signo de la injusticia de la sociedad y los más osados se rebelarían contra la pobreza y las desigualdades de este mundo. Trasladado al momento actual se trataría una familia sin muchos recursos que no es aceptada en el pueblo al que llegan, por extraños y extranjeros. Estarán de acuerdo conmigo que no es precisamente la estampa idílica para proclamar el amor. ¿Por qué entonces celebramos la Navidad?
Si la Navidad habla de amor y es motivo de celebración es precisamente por todo lo que hay detrás de esa familia de Nazaret, que acoge en su seno al Hijo de Dios. Que ese Niño nazca es fruto del Amor inmenso de Dios a los hombres, que entrega a su propio Hijo para el bien de la humanidad. Si nace el Niño es gracias a la generosidad de su Madre, que le acoge con un gran Sí, y le cuida y protege hasta entregarle de nuevo a toda la humanidad. Que nazca ese Niño es gracias al buen hacer y la compresión de su padre José, que respeta y acompaña a María en esta tarea encomendada desde lo alto.
Pero hay más; si la Navidad habla de Amor es porque detrás de ese Niño hay una historia de entrega, de amor por los más pobres y necesitados, de acogida de los enfermos y de los débiles, de sacrificio y ofrecimiento de toda su vida. Lo que ocurre en Belén es el hecho puntual de toda una historia de Amor, pensada desde el principio de los tiempos por Dios para la salvación del hombre, y que culmina con la muerte y la resurrección del Hijo de Dios, ese Niño nacido en el portal. La Navidad no sería lo mismo si la historia terminara en el pesebre. Por todo esto me resisto a que no se hable de la auténtica Navidad, que no se proclame la verdadera historia de amor que se encierra en este misterio. Cuando los cristianos celebramos la Navidad, celebramos ese misterio, y desde ahí anunciamos la buena noticia de que es posible la salvación para el hombre. Dios ama al hombre en cualquier circunstancia, más allá de su debilidad, y por eso quiere para él una vida mejor en la eternidad, por eso anuncia un amor mayor que vence el mal. Atrevámonos estos días a anunciar el verdadero sentido de la Navidad. A celebrar el amor de Dios encarnado. Y a vivir desde ahí el auténtico y verdadero amor, más allá de las luces y los brindis de champán. ¡Feliz Navidad!

viernes, 28 de noviembre de 2008

TENER UN HIJO O SER MADRE

Perdonen mi ausencia de este último mes, pero como han podido adivinar por la nueva foto de portada de este espacio bloggero, ha nacido Javier, mi primer hijo. Los primeros días han sido agotadores: al susto inicial por la llegada de un nuevo ser, se une el cansancio provocado por el sueño fraccionado necesario para las tomas del pequeño. Si me permiten este atrevimiento, nada más lejos de la imagen idílica que nos intentan vender en algunos ámbitos sobre la maternidad.
Como toda madre primeriza, he acudido a charlas sobre lactancia materna y cuidados del bebé y tengo que reconocer que no me convencieron del todo. Presentaban la maternidad como un momento especial de la mujer, un momento único, buscado y organizado para satisfacer un “derecho”: el de ser madre. Desde esta perspectiva, el nacimiento de un hijo supone para la mujer un momento especialmente introspectivo en el que la intimidad que se vive con el bebé sólo busca satisfacer su propia afectividad. La sociedad de hoy presenta la maternidad como una etapa elegida en la vida de la mujer, preparada minuciosamente en el ámbito laboral y personal, para satisfacer el deseo de ser madre, sin tener en cuenta la auténtica realidad de un hijo. Así se entiende que se hable de la lactancia como una experiencia placentera semejante al placer sexual, o que durante el periodo de crianza lo único importante es cuidar de una misma y del bebé, procurando más o menos que todo el mundo esté al servicio de la madre. También así se explica que tenga que ser un momento idílico, perfecto y único, incluso si la vivencia es otra, “porque todo el mundo espera que sea así”. Y es lógico que sea así cuando se ha esperado y programado tanto. No permitimos que sea una experiencia frustrante. Una vez más, entramos en el mundo de los “derechos adquiridos” que nos regala este tiempo moderno: el derecho a ser madre feliz, exigiendo para eso toda clase de recursos personales y materiales. Conste que la maternidad me parece un momento único y precioso, más aún cuando está cargado de realidad y las cosas no son aparentemente tan bonitas ni fáciles como nos hacen creer. Criar a un niño no es fácil, vivir continuamente en constante esfuerzo hacia el otro es exigente, más aún cuando es un ser tan indefenso. Cuidar de un bebé, desposeyéndose en cada momento de él, sabiendo que es un ser diferente a uno mismo, pero necesitado de todo cuidado, resulta a veces abrumador.
Pero algo me dice que esto es el verdadero amor hacia el hijo recién nacido. La recompensa, si se puede decir así, no es tanto la satisfacción personal que en un momento dado pueda reportar, como la garantía absoluta de que es un ser que ha sido gratuitamente donado para que tenga vida. Y su propio crecimiento es alegría. Y su buen desarrollo es lo que colma de felicidad a los padres, más allá de las malas noches y de los malos momentos. Tener la tranquilidad de que es alguien que por su propia esencia nos supera en grandeza, otorga la libertad de quererle por encima de las circunstancias y los sentimientos personales. No se trata de lo que el bebé aporta a la madre, sino de todo lo que la madre tiene que hacer por el hijo, incluso cuando no haya ningún tipo de recompensa afectiva. Y pienso que ahí está la auténtica satisfacción para una madre y creo también que esta actitud hace crecer el amor a los hijos. Se les quiere por lo que son y no por ser el producto de un capricho, perfectamente planificado y programado. Como recordaba hace años el Cardenal Ratzinger hay que volver a recibir a los hijos como un don, como un regalo de Dios, nunca como un capricho de los progenitores.

viernes, 3 de octubre de 2008

AMOR FECUNDO

Recuerdo que unos días antes de casarme, discutíamos en casa de unos buenos amigos sobre el “aprovechad ahora” que tanta gente nos repetía en esos días previos al enlace. Con la mejor de las intenciones, compañeros de trabajo, familiares y amigos nos recomendaban: aprovechad ahora que sois novios, aprovechad vuestra vida de recién casados, aprovechad ahora.....mientras no tengáis hijos, que luego cambia todo. Este era el mensaje más o menos explícito que estaba en tales deseos imperativos. Los más osados se atrevían a seguir animándonos a “esperar” un tiempo hasta la llegada del primer hijo, por aquello de disfrutar “en solitario”de nuestro reciente amor, sin dejar que nadie pudiera perturbarlo. Y no les negaré que esta propuesta puede resultar atractiva, sobretodo cuando el amor hacia el cónyuge parece en ese momento la forma más grande, exclusiva y libre que uno ha sido nunca capaz de vivir y disfrutar. Pero está claro que eso no es auténtico amor, o por lo menos, no amor en plenitud.
El acto sexual como expresión única del amor conyugal tiene inscritos dos significados indivisibles: el unitivo y el procreador. Ambos son inseparables y constituyen la única expresión del verdadero amor humano y conyugal. Siendo muy consciente de la responsabilidad en la procreación o lo que es lo mismo, de la paternidad responsable de la que tantas veces ha hablado nuestra madre la Iglesia, parece evidente que un matrimonio que se quiere de verdad, y siempre que la fisiología lo permita, tenga hijos en un tiempo más o menos corto, es decir, cuando Dios quiera y haya proyectado para el mejor desarrollo de su vocación matrimonial y familiar. Por eso, la fecundidad es una dimensión intrínseca del amor, y por eso, confiar en Dios en esta misión de cooperar en la creación otorga al amor otro nivel, y mayor libertad.
Hace algún tiempo leí una frase que afirmaba “En cuanto que éste tiende a la eternidad, el amor no se agota en los esposos sino que se encarna y prolonga en los hijos. La fecundidad de los esposos inmortaliza en cierto modo el amor humano”. Y esto clarifica todavía más este tema de la fecundidad. Cuando, según el designio de Dios, un hijo llega con premura al espacio vital de un matrimonio, cabe pensar –de forma legítima y entendible-, que pueda suponer una limitación para el amor conyugal todavía en sus inicios, que puede dificultar la comunicación o llegar incluso a entorpecer la vida familiar. Comprenderán conmigo que es éste un pensamiento erróneo. Es evidente que la llegada de un hijo cambia muchas cosas, muchas actividades concretas: ordenando o estructurando horarios, acortando los ratos de sueño, reorganizando los encuentros sociales....pero todo eso son minucias o al menos aspectos de menor importancia. La llegada de un hijo no deteriora ni perjudica el amor conyugal, es más, un hijo nacido del amor, plenifica e intensifica el amor conyugal y abre nuevas vías al amor familiar. Vivir el amor conyugal como entrega, lleva necesariamente al amor compartido de forma generosa para con el hijo. Es amor desbordado del amor entre los esposos. Ser conscientes de esto y compartirlo cada día sólo puede hacer crecer el amor, intensificarlo, darle fuerza, llevarlo a plenitud. Y esto desde la concepción, desde el momento inicial del ser humano, desde la fecundación. El embarazo y el desarrollo del niño en el vientre materno es parte también de este amor entregado y compartido.
Por eso, no tengamos miedo a que nuestro amor sea fecundo, porque sólo así, será amor eterno.

jueves, 25 de septiembre de 2008

SOMOS UN PENSAMIENTO DE DIOS

Quisiera empezar hoy dándoles una buena noticia, que quizá alguno de nuestros fieles oyentes o lectores ya conozcan. Desde hace 34 semanas espero, con gran ilusión compartida con mi marido, el nacimiento de nuestro primer hijo. Si Dios quiere nacerá a principios de noviembre, aunque parece que quiere asomar antes su cabecita en este mundo. A pesar de algún contratiempo, está siendo un buen embarazo, gracias al cual desde hace un mes mi único cometido es descansar, haciendo reposo, para que el pequeño crezca dentro de esta incubadora natural, que se le ha dado como primera cuna. Como podrán comprender, he tenido tiempo para muchas cosas, y cómo no, para pensar sobre la vida, sobre el gran misterio de la vida. Y sorprendentemente durante este tiempo en la radio, en la televisión y en todos los medios de comunicación, he oído hablar sin parar del aborto y de la eutanasia como derechos “humanos” regulables por ley.
Lanzo por ello mi compromiso de proclamar desde estas ondas el milagro de la vida y el reto de amar la vida en cualquiera de sus momentos, circunstancias y manifestaciones.
Empiezo, de forma breve ya y como no podía ser de otra forma con el amor a la vida de los no nacidos, de los niños que se van formando en el vientre de sus madres. Y les hablo desde la experiencia de una madre primeriza.
No es evidente “sentirse embarazada”, inicialmente sólo las líneas de un predictor anuncian la buena noticia. Sin embargo, basta la primera ecografía (habitualmente en la semana 12 de gestación y puede ser incluso antes) para ver y escuchar el latido inquieto del corazón de una vida independiente que ya habita en el útero materno. Desde ese momento es difícil pensar que sólo son un grupo de células. La tentación está –creo yo-, en considerar que ese conjunto celular con forma de humanoide nos pertenece, por ocupar un espacio de otro cuerpo, en lugar de considerarlo una persona independiente y única. La posesión, ahí está el problema: considerar como un derecho el don de un hijo y sentirnos capaces de decidir sobre él, como alguien sobre el que podemos actuar. Queremos controlar nuestro cuerpo y por eso intentamos dominar todo lo que en ello ocurra, hasta la vida de un ser que milagrosamente ha encontrado un sitio donde implantarse para poder seguir creciendo y desarrollándose.
El Papa Benedicto XVI dijo en una de sus homilías “No somos el producto casual y sin sentido de la evolución. Cada uno de nosotros es el fruto de un pensamiento de Dios. Cada uno de nosotros es querido, cada uno es amado, cada uno es necesario”. Como hacía el Principito, repetiré la frase para recordarla:“Cada uno de nosotros es el fruto de un pensamiento de Dios. Cada uno de nosotros es querido, cada uno es amado, cada uno es necesario”.
No me negarán que es una imagen preciosa: somos el pensamiento de Dios; la acción creadora de Dios, de la que el hombre y la mujer, unidos en matrimonio y por el amor conyugal, son inmerecidamente partícipes. Acción creadora compartida que se concreta en un pensamiento del que surge, desde el Amor, una nueva criatura, necesaria para el curso de la historia. Nacemos por el Amor de Dios y por el amor de nuestros padres, desde el primer instante, somos amados en nuestra individualidad y en nuestra diferencia. Que un embrión necesite de los nutrientes y de la protección de la madre, no quiere decir que sea parte de su cuerpo, dicho más claro, que necesite de otro cuerpo para crecer no le permite a éste decidir sobre su vida o muerte. Les aseguro que es fácil de comprender después de haber visto en las primeras semanas de vida a un embrión en el útero materno, aunque muchos quieran negarlo.
El amor a la vida tiene que ser desde el instante de la creación, desde ese momento en el que un pensamiento de Dios, nacido del amor, se transforma en un grupo celular, potencial necesario para ser alguien, una gran persona.

lunes, 22 de septiembre de 2008

CUIDARSE PARA CUIDAR

Si tuviera que empezar esta reflexión con un título como reclamo creo que éste sería el más adecuado: “Cuidarse para cuidar, una forma especial de amar”. Esto es lo que les propongo para esta noche, después de haber estado pensando varias veces en este titular en los últimos días.
La cultura tradicional occidental (quizá por un mal entendido “sentido del sacrificio” y de la voluntad), ha antepuesto en muchas ocasiones la salud propia a realidades tales como el trabajo, los compromisos, o la necesidad de aparentar salubridad en este mundo donde la enfermedad y la debilidad son vistas como un mal. Se considera un trabajador ejemplar el que acude al puesto de trabajo con fiebre o el que renuncia a sus vacaciones y a su tiempo privado (necesario para cultivar otras dimensiones propias del hombre) por el crecimiento de la empresa. Quede claro que no estoy en contra de la responsabilidad laboral ni de esforzarnos por no ser mediocres ni pusilánimes. Y que entiendo, como mujer que trabaja, que hay momentos en los que el trabajo requiere una dedicación superior que es necesaria para el desarrollo profesional. Pero todo esto no debe anteponerse nunca a lo fundamental. También me gustaría aclarar que no hago aquí referencia a las personas que ponen en riesgo su salud o su propia vida por ayudar a los demás, por un ideal mayor y trascendente.
Está claro que para cuidar a los demás es necesario estar bien. Y que cuidar adquiere un sentido amplio que incluye la salud y las necesidades básicas, el bienestar psicológico y el cuidado espiritual e incluso todo lo relacionado con el acompañamiento y el “estar”. Hablando de esto me imagino a un padre cuidando a su hijo enfermo, y a una hija asistiendo a su padre anciano. También a la madre que vela por apoyar la débil fe de su hijo y a los novios que se cuidan en sus manifestaciones de afecto. Como ven: un panorama amplio y variado, todo ellos formas admirables de cuidar.
Y llegamos al quid de la cuestión , que sería el cuidarse. Cuidarse en lo físico y también en lo espiritual. Cuidar el aspecto externo, que es nuestra forma de presentarnos al mundo, sin obsesiones estúpidas; cuidar la salud en todas sus dimensiones, también las relativas a los excesos y los vicios no controlados, prevenir riesgos cuando sea necesario. Cuidar la vida interior, fomentando y procurando las virtudes. Todas estas son formas de cuidarse, que distan mucho de la autocomplacencia del yo tan defendida en nuestros días. Y para esto, para cuidarse, hay que dedicarse tiempo, vivir la humildad y reconocer las propias limitaciones humanas, muchas veces impuestas por la enfermedad o la debilidad física. Aceptar los consejos de las personas que están a nuestro alrededor y nos quieren y de los profesionales que pueden atendernos en un momento determinado, y rezar, confiando en Dios en todo momento y pidiendo luz para discernir en momentos de decisión. Todo esto es necesario para cuidarse adecuadamente. En este punto es cuando descubrimos que somos así más capaces de cuidar, de atender al que está cerca, de asistir, de acompañar. Cuando nuestro cuerpo y nuestro espíritu gozan de “buena salud”, somos capaces de más. Me lo decía mi hermano que estos días está en Tanzania colaborando con las hermanas de la madre Teresa de Calcuta: “es impresionante - me confesaba emocionado- cómo trabajan y con qué alegría, aquí a nadie le falta nada. Pero más impresionante es cómo viven: antes de empezar la jornada rezan durante más de una hora y celebran la Eucaristía, como primera tarea fundamental, y cuidan –sin grandes lujos- el alimento y el descanso. Saben que sólo así son capaces de servir”. Y nadie duda de la capacidad de amar de estas religiosas.
Cuidar a los demás es una forma especial y concreta de amar, y por eso mismo, cuando nos cuidamos nosotros mismos con este fin, también –aunque de forma indirecta-estamos amando a los demás. Sólo así el tiempo dedicado a nosotros mismo beneficia a los demás, sólo así evitamos el egoísmo y el egocentrismo. Nos cuidamos porque estamos llamados a amar mejor. Somos más capaces de cuidar y de amar.

miércoles, 17 de septiembre de 2008

ATRACCIÓN A PRIMERA VISTA

He seguido dando vueltas al tema que nos ocupó en la última intervención después de una conversación muy interesante suscitada después de lo comentado. Para los que no pudieron escucharnos, o para refrescar la memoria de nuestros oyentes después de esta pausa, hablábamos de si era posible el amor a primera vista y concluíamos diciendo que era posible la atracción a primera vista, pero el amor, entendido en toda su plenitud, requería además de un tiempo de conocimiento y de profundidad y de una disposición personal para compartir un proyecto eterno. Pues bien, con todo esto como fondo de una conversación, alguien lanzó al ruedo la palabra impulso. Y desde aquí empiezo mi reflexión de hoy.
El impulso es según la Real Academia Española de la Lengua “el deseo o motivo afectivo que induce a hacer algo de manera súbita, sin reflexionar”, y esto es lo que dirige la atracción inicial, el mal llamado “amor a primera vista”. Precisamente porque habla de deseo y de afecto, “sin más”, y ocurre de forma imprevista y súbita, sin tiempo para razonar ni plantear nada más. He aquí otro argumento para afirmar que no es posible ese tipo de amor. Sin embargo la conversación no terminó ahí. Quien lanzó esta palabra era un firme defensor del amor a primera vista como forma inicial y necesaria para llegar al verdadero amor. Según defendía, siempre es necesario un impulso inicial, una atracción, una tendencia natural, un “ir hacia”. Los motivos primeros pueden ser múltiples y muy variados, bien de tipo intelectual o espiritual, o bien referentes a la estética y la belleza. Camino inicial necesario para llegar a alguien. Pero continuaba en su reflexión afirmando que ese impulso inicial se tenía que transformar en impulso “de otro tipo” que curiosamente también recoge el diccionario acerca de este término, y que hace referencia a la “fuerza que lleva un cuerpo en movimiento o en crecimiento”.
Y aquí es donde está la novedad y este el impulso que muchas veces se nos olvida. Conocer a alguien que atrae, desde los afectos más primarios o desde el puro intelecto, tiene que servir de motor para seguir creciendo. Es la fuerza que tienen los héroes en las batallas por conseguir la tierra deseada, o los grandes santos en sus empresas. Un hombre enamorado, afectivamente atraído por una mujer, tiene una fuerza especial para transformar el mundo que le rodea, empezando por su propia persona. Y es ahí donde misteriosamente se forja el amor, en ese proceso de conocimiento que sólo puede ser crecimiento. Y es así como necesariamente tienen que surgir temas profundos de conversación, porque es ahí donde se juega el futuro. Por eso, el amor no puede quedar estancado en una camaradería como comentábamos el otro día. Tiene que exigirse cada vez más, tiene ahondar en la espiritualidad y en la visión trascendente de los que se aman, tiene que proyectar el futuro utilizando las mismas coordenadas, tiene que permanecer siempre abierto y dispuesto a cambiar.
Atracción a primera vista, impulso inicial, conocimiento, ¡impulso! como fuerza transformadora y así, camino del Amor. Y en este camino puede ocurrir, como muchas veces ocurre, que una de las partes no quiera seguir caminando, que prefiera conformarse con un “amor a medias”, o un “amor simplemente afectivo” y es entonces cuando puede surgir la duda. Pero eso es lo bueno y lo propio del noviazgo: ser conscientes del amor al que somos llamados de forma radical y absoluta, y ver qué amor (es difícil hablar de “grados de amor”), somos capaces de alcanzar con la persona elegida. El impulso inicial tiene que ayudar a descubrir las dos realidades que se ponen en juego, para saber si pueden seguir caminando juntas eternamente.
“La fuerza que lleva un cuerpo en movimiento, o en crecimiento”, eso es el impulso. Los saltadores de pértiga cogen impulso para saltar la mayor altura, del mismo modo que ellos, nosotros debemos aprovechar el impulso inicial del enamoramiento o la atracción para alcanzar el verdadero Amor.

sábado, 13 de septiembre de 2008

AMOR A PRIMERA VISTA

¿Es posible el amor a primera vista?. Si nos centramos en analizar lo que se presenta en los medios de comunicación a través de las películas y las revistas mal llamadas del corazón, parece evidente afirmar que sí. Fulanito conoce a Menganita en una fiesta y aparecen posando locamente enamorados. Chico se encuentra con chica en un comercio y siente un fogonazo que le lleva a buscarle hasta los confines del mundo.... Parece romántico.
Quien les habla tuvo una historia sorprendente, y quizá desde fuera pueda parecer similar a esto que les cuento: conocí a quien hoy es mi marido en la boda de unos amigos. Hablamos durante un buen rato y hasta compartimos un café. Nos despedimos sin permitirnos ninguna posibilidad de contacto y dos meses después coincidimos buscándonos el uno al otro, utilizando como excusa una excursión y un e-mail. Nuestro siguiente encuentro sirvió para confirmar la sospecha inicial de que nuestras historias podían empezar a coincidir a partir de ese preciso instante, pero nuestra torpeza y el miedo inicial hicieron que retrasásemos el comienzo “oficial” de nuestro noviazgo. Sin embargo recuerdo ese tiempo como de especial intensidad. No sé cómo lo verán ustedes, pero yo no considero esto un amor a primera vista. O por lo menos no en los términos entendidos hoy en día.
Perdonen que “me utilice” como ejemplo, pero es lo más cercano que tengo. Nuestro primer encuentro abrió la posibilidad de conocernos, y ambos intuimos una persona interesante en nuestro con-tertulio. En esos primeros minutos hablamos del matrimonio (la situación lo facilitaba) y de la felicidad. Dos puntos importantes que permitieron atisbar nuestros anhelos y proyectos. Reconozco que no hubo una fuerte atracción física inicial, ni siquiera una camaradería que pudiera despertar sospechas, pero habíamos hablado de aspectos profundos e interesantes y eso había despertado nuestra curiosidad.
Cuando hoy se habla de amor a primera vista, se entiende más bien el amor suscitado por la atracción física, muchas veces vacía de nada más. Creo que es difícil el amor a primera vista, entendido como ese amor arrebatador que anula una persona en relación a otra, sobretodo porque creo que el amor hay que cultivarlo y como tal, sembrarlo, regarlo, podarlo y cuidarlo para poder recoger sus frutos. Si el amor se queda en la atracción inicial (necesaria por otra parte) y no madura no es verdadero amor, o por lo menos amor entendido en términos humanistas cristianos, y ahí está el problema de esta sociedad. He tenido estos días un par de conversaciones con personas que me hablaban de su relación de noviazgo, que definían como “estancada” y sin posibilidad de mejora. Y me he entristecido. En ambos casos hubo una aproximación inicial con una cierta atracción y sucesivamente un compañerismo que les lleva a realizar actividades comunes en el tiempo libre, compartir hobbies, acudir juntos a reuniones familiares y hasta pensar en un futuro común. Poco más. Y creo que aquí está el problema. Cuando el amor “nace” a primera vista hay que cultivarlo para que crezca. Y es importante en este punto hablar de las cosas importantes: de la fe, de la visión del mundo y de la eternidad, del proyecto de familia, del modo concreto de vivir el compromiso con la sociedad en todos sus ámbitos, de la búsqueda de la felicidad, del dolor y el sufrimiento, de las relaciones personales, de los proyectos e ideales....en definitiva, de todo lo que configura nuestro ser. Y si esto no se aborda con la suficiente seriedad, a veces no es posible el amor de verdad.
Sabiendo que hay alguna admirable excepción, me atrevería a afirmar que si no hay coincidencia en estos puntos fundamentales, o al menos apertura para sorprenderse y abrirse a estas realidades, desde el respeto y la búsqueda por encontrar puntos comunes, será muy difícil vivir el amor en plenitud, o por lo menos en la plenitud propuesta por el cristianismo.
Por eso creo que existe “la atracción a primera vista” pero hablar de amor es algo más serio que quizá requiera –como los buenos guisos- de tiempo de cocción. Un tiempo en el que habrá que ir añadiendo ingredientes y removiendo, para que adquiera el buen sabor de las cosas bien hechas.

sábado, 6 de septiembre de 2008

PUDOR

Si las lluvias lo permiten, pronto las altas temperaturas y los días soleados irrumpirán en nuestras vidas llenándolas de luz y colorido. Los días serán más largos e iremos despojándonos poco a poco de las capas que han ido cubriendo nuestra piel en forma de gabardinas, jerséis y demás utensilios para protegernos del frío. Y todo esto –pensarán- ¿qué tiene que ver con el amor?.
El comentario de hoy se suscita por la realidad que nos rodea. En cuanto se inicia el buen tiempo, empiezan a aparecer en nuestras calles tirantes mínimos o inexistentes, ombligos al aire, faldas cortas que podrían ser cinturones...todo ello como reflejo de la moda que “se lleva”. Pues por todo esto hoy me gustaría compartir con ustedes alguna reflexión sobre el pudor. Esa palabra tan en desuso y utilizada una vez más con matiz peyorativo, que nos habla de palabras tan hermosas como recato y modestia. Y esto tiene que ver con el amor.
Las distintas vestimentas tienen su lugar, no nos imaginamos a una persona en la piscina con gabardina, ni en una recepción oficial con pantalones cortos. Y tiene su sentido, por respeto, otras veces por tradición y también por comodidad. De la misma forma, y en esto probablemente todavía haya un poco de mentalidad machista, si la mujer quiere pasar desapercibida por su forma de vestir, ya sabe como tiene que hacerlo. Y no les hablo de mojigatería de cuellos vueltos y faldas largas, sino de elegancia y gusto por la belleza. Los escotes, las faldas mini y los ombligos al aire, sobretodo en ciertos lugares y ambientes (cada vez más comunes) muchas veces sólo pretenden provocar. Y habrá voces que imperen por la libertad de la fémina o por el ojo enfermo y desviado del que mira, pero no creo que haya que ser ingenuos...
Y por aquí llegamos a lo importante, y lo que de verdad nos compete en este tema del amor. ¿Es importante cuidar el vestido y la presencia física como una forma de amar?, sin duda les diría que sí. Si unos novios se quieren y respetan y buscan –con esfuerzo- vivir de forma adecuada la sexualidad en el noviazgo en la castidad, tendrán que tener cuidado en su apariencia externa, que es, en palabras claras y entendibles, no provocar. La atracción física entre dos personas que se aman es inexcusable, y hay formas de vestir que no facilitan las cosas. Y me refiero aquí tanto al hombre como a la mujer, aunque evidentemente la carga mayor recaiga sobre nosotras. Al mismo tiempo, creo que cuidar la imagen exterior, el aspecto físico, forma parte de una feminidad exquisita tan exaltada en otras épocas y un poco olvidada en nuestro tiempo. Porque no se trata de las medidas extraordinarias o de a idolatría a la belleza de nuestros días, si no de ser “muy mujer”, resaltando las virtudes físicas propias con elementos naturales y decorativos. Seguro que tendrán en mente mujeres muy femeninas y elegantes que han marcado de este modo sus épocas.
Y en todo esto me preocupan especialmente las jóvenes, arrastradas por una moda que exalta el culto al cuerpo sin ningún sentido y que evita hablar del pudor, considerándolo ¡todavía! una forma de represión. Creo que una vez más, tenemos que atrevernos a dar ejemplo de elegancia y de feminidad sin necesidad de recurrir a mostrar partes del cuerpo que requieren un ámbito de intimidad. Comprenderán que esto se da también en otras etapas de la vida, quizá de un modo diferente. En los esposos, es posible que viva con mayor libertad, por la intimidad compartida, pero también entonces hay que querer: sabiéndose presentar a los demás y cuidando especialmente el aspecto externo, también en momentos en los que por dejadez o comodidad resultaría más fácil no hacerlo. Llegará el verano, y con él las altas temperaturas, quizá sería una buena propuesta hablar con nuestros jóvenes del pudor, como virtud especialmente hermosa, que facilita muchas veces la pureza en el amor. Es sólo una idea.

sábado, 30 de agosto de 2008

AMOR EN CLAUSURA

Ayer tuve la suerte de conversar durante un buen rato con un grupo de monjas de clausura de la ciudad en la que vivo. Todos los días paso por delante del convento y algunas mañanas participo con ellas en la Santa Misa. Conocía sus voces dulces y acompasadas, pero no podía imaginarme sus caras. Ayer nos recibieron a mi marido a mí para pasar un rato con ellas. Si tuviera que escribir una crónica periodística de este encuentro se llamaría sin duda “AMOR entre rejas”. Por eso, por tratarse de una forma de amor, y de forma muy resumida, compartiré también con ustedes algunas pinceladas.
La cita fue en el refectorio, como de costumbre, después de habernos facilitado la llave del portón a través del torno. Una mesa camilla con dos sillas en una habitación fría pero acogedora, delante de una ventana de madera con rejas. Tabique grueso que habría otro ventanuco hacia la habitación donde nos esperaban las religiosas. La mayoría jóvenes, especialmente sonrientes, guapas, con mirada curiosa y sencilla....primera impresión emocionante. En la sala donde estábamos nosotros un texto escrito: Hermano: una de dos o no hablar o hablar de Dios. Y ese fue el hilo conductor de nuestra conversación: Dios.
Nos preguntaron muchas cosas de nuestra vida matrimonial y de las dificultades del “exterior”, aunque muchas ya las conocen. Impresiona comprobar cómo saben más de lo que acontece fuera que nosotros mismos. Cuando salen, por motivos médicos o licencias especiales, perciben y captan la realidad de un modo único y exclusivo, quizá por eso de tener un corazón abierto y receptivo. Toda la información que les llega a través de sus familiares y bienhechores, la asumen y acogen como propia, siendo partícipes y miembros “activos” del mundo en el que viven. Sorprendente.
También ellas nos contaron muchas cosas de su vida. En el convento hace frío, mucho frío (y doy fe de ello), pero no les preocupa. El hábito que llevan pesa unos 7 kilos y en él se refugian en el tiempo invernal. Mismo hábito en verano, cuando todos buscamos prendas frescas y cómodas. No les importa, soportan muy bien el calor. Sólo cuando salen a trabajar en la huerta se dan cuenta de que quizá estarían mejor con un poco menos de ropa. Ayunan más meses que los que no lo hacen, respetando por supuesto los domingos y solemnidades, “que para eso son fiestas”.
Rezan continuamente y por todos, por lo que conocen y por lo que no, por las intenciones personales que se les encomiendan. Rezan también trabajando. Su vida es para Dios. Entregada completamente a Él. Sorprende su sencillez y aparente ingenuidad, que no es en ninguna medida simpleza o debilidad. Son fundamentalmente felices y eso se les nota. Desbordan una alegría que no se ve en otros sitios fácilmente. Y ellas lo tienen muy claro: “a nosotras nos basta con el Amor de Dios”, ese amor que les sustenta cada día y les hace permanecer durante toda su vida entre cuatro paredes. Las jóvenes reflejaban la alegría propia de los primeros años, el descubrimiento de la vocación y las mayores, la felicidad de la sabiduría y la paz interior.
Increíble también su humildad, están ahí porque Dios lo ha querido, esa es su vocación, ni son más ni menos. No se consideran extra-terrestres por esto. Es más, nos animaban a vivir con la misma intensidad nuestra vocación matrimonial, nuestro testimonio en medio del mundo. Porque son conocedoras de las dificultades de la familia cristiana hoy en día y saben también que Dios llama de forma concreta a cada uno. Aman todas las vocaciones porque aman a Dios, y desde su silencioso escondite cuidan de todos los caminos posibles en la Iglesia. Aman a todos porque su forma concreta de vivir la castidad en el celibato, les permite tener un corazón absolutamente entregado a todos. Aman a la Iglesia a la que pertenecen, al Papa, a los sacerdotes y a cada uno de los fieles. Aman sin parar, y sin descanso, porque viven directamente del Amor de Dios, y así nos lo manifestaron.
Amor entre las rejas, amor libre que les conecta con el exterior desde el convento en el que viven: es lo que se respiraba. Un amor puro, reconfortante y sobretodo muy alegre. Toda una experiencia de Amor.

martes, 19 de agosto de 2008

EL TALLER DEL ORFEBRE

Leo estos días una obra publicada en 1960 por Karol Wojtya, “El taller del orfebre”. Narra la historia de tres jóvenes parejas de esposos que experimentan el esplendor y también la oscura noche, a veces lacerante, del amor humano. Interesante obra que aprovecho para recomendar a nuestros oyentes. El párrafo que a continuación leo pertenece a la historia de Ana y Esteban, matrimonio que experimenta la decepción y el desengaño, en forma de una primera grieta en su amor, y que a cada instante parece separarse más. Para situarles en la narración, les diré que Ana acaba de pasar por la tienda de un orfebre dispuesta a vender su alianza matrimonial. El orfebre examinó el anillo, lo sopesó largo rato entre los dedos y me miró fijamente a los ojos. Leyó despacio la fecha de nuestra boda, grabada en el interior de la alianza. Volvió a mirarme a los ojos, puso el anillo en la balanza...y después dijo: “esta alianza no pesa nada, la balanza siempre indica cero y no puedo obtener de aquella ni siquiera un miligramo. Sin duda alguna su marido aún vive- ninguna alianza, por separado, pesa nada-sólo pesan las dos juntas. Mi balanza de orfebre tiene la particularidad de que no pesa el metal, sino toda la existencia del hombre y su destino”.Curioso y profundo comentario el del Orfebre, que parece representar la figura de Dios, y lógicamente tiene que ver con la alianza y con los signos.
Recuerdo que durante la preparación de mi matrimonio, el sacerdote se preocupó de que entendiéramos el significado de los signos que iban a estar presentes en la celebración. Las alianzas, decía (y espero no equivocarme), son el signo de vuestro amor, tiene forma circular y perfecta, pulida, sin principio ni fin, eterna, como vuestro matrimonio, que es para siempre. Hace referencia también a la alianza que Dios hace con vosotros y si os fijáis en su forma, es parecido al brazalete que llevaban “los siervos”. La alianza es también signo de pertenencia, de posesión en libertad, de unidad.
Y es verdad, antes de la boda, las alianzas descansan juntas en una caja más o menos lujosa, no tienen valor por sí solas, separadas no valen nada, como mucho su peso en oro. Después del sacramento del matrimonio, adquieren un peso específico, propio, definitivo, que les confiere la unidad de dos personas en el amor. Es un signo del amor, como signo es el amor del hombre y la mujer unidos en matrimonio.
Reconozco que a mí, al principio me costaba llevarla, asustada por la responsabilidad que supone mantenerla intacta. Progresivamente he ido haciéndome a ella y creo que ahora ya sería muy difícil prescindir de ella. Pienso también que habrá momentos en los que apriete o resulte molesta y supongo que llegará la tentación de esconderla. Por eso me ha parecido interesante el texto que les he relatado al principio. No podemos prescindir de la alianza, porque no podemos prescindir del amor, y todo lo que eso conlleva. Aunque sean momentos duros, la alianza nos recuerda el amor eterno que un día confiamos a Dios y que él bendijo, proyectándonos hacia el futuro en una aventura desconcertante y a veces difícil. Por eso también son tan importantes los signos, porque nos recuerdan lo auténtico y verdadero que hay detrás de los momentos concretos que pueden oscurecer el valor real de las cosas. La alianza esconde toda la existencia del hombre, y su destino. Que en términos de Dios y de vocación, será siempre el Amor.

sábado, 2 de agosto de 2008

NOVIAZGO EN FEMENINO

“La primavera la sangre altera”, dicho popular que se ha utilizado muchas veces, para hacer referencia al coqueteo que los hombres y las mujeres inician con más frecuencia en esta época del año. A lo mejor es casualidad, y no creo que haya estudios científicos que avalen esta afirmación, pero en los últimos días han sido varias las personas que me han dicho que habían conocido a gente “interesante”. Y pienso que probablemente esto se deba a una mayor “exposición” de nosotros mismos en estos tiempos primaverales, y no me vayan a entender mal. Después de las bajas temperaturas del invierno que invitan a retiradas tempranas al cálido hogar, el inicio de la primavera supone que empieza el buen tiempo, se alarga el día y nos vamos deshaciendo de las múltiples capas que nos han abrigado en los meses previos. Como consecuencia de esto, salimos a la calle, y “nos dejamos ver más”, incluso nos animamos a tomar unas cañitas con los compañeros al salir del trabajo. Y así surgen las relaciones. Parece lógico. La primavera la sangre altera, o lo que es lo mismo, en primavera “entramos en juego”. Porque eso es una de las cosas necesarias para empezar una relación de noviazgo, ponerse en juego, mostrarse, dejarse ver, coquetear en el buen sentido de la palabra, y a fin de cuentas, estar en el tablero. Y todo esto además con un matiz muy especial para la mujer, motivo que hoy nos ocupa en este espacio radiofónico ¿no lo creen así?. Comentando este tema el otro día, descubrí más detalles sobre el importante papel de la mujer en este juego (permítanme expresarme en estos términos). La mujer, por su sensibilidad exquisita, es capaz de sentirse atraída por la belleza y el bien, más allá del aspecto externo, algo que tradicionalmente ha sido más difícil en el hombre. Al mismo tiempo, por su feminidad y su encanto propio (que no siempre es belleza según los cánones establecidos), sabe mostrar sus mejores cartas y coquetear con gracia atractiva y sugerente. Y en este empezar a jugar del que hablamos, destacaría también su prudencia, que habitualmente le permite establecer la distancia necesaria para ir ganando en intimidad, sin que la situación pueda resultar forzada o incómoda en un momento dado. Y todo esto amenizado con altas dosis de creatividad y ternura. Por eso es tan importante el papel de la mujer cuando se empieza una relación.
La sociedad en la que vivimos no siempre establece diferencias en la forma de relacionarse, y a veces es difícil establecer el límite en las relaciones afectivas entre hombre y mujer, diferenciando la amistad del noviazgo, o de la simple atracción sexual puntual y carente de compromiso. Y este hecho cada vez se da más, y resulta más difícil establecer criterios para vivir esta realidad entre los jóvenes. Pues bien, es aquí donde la mujer tiene un papel primordial, y precisamente-creo- por todo lo dicho antes: por su sensibilidad, su atractivo natural, su prudencia, su ternura y creatividad. Después de la atracción mutua inicial y necesaria entre el hombre y la mujer (que puede ser en el marco del aspecto físico, intelectual o afectivo), la mujer puede con una habilidad natural y cierta picardía marcar con inteligencia los tiempos, evitando la sola atracción física o el impulso inicial, ahondando en el ser más profundo del hombre, provocando conversaciones de temas más comprometidos y personales, hablando con sencillez de los temores y fragilidades....en definitiva, de ir estableciendo una relación. Me decía una vez un amigo que el éxito de su noviazgo había estado en su novia, por lo fácil que había hecho situaciones más comprometidas, y por lo bien que había ido marcando los tiempos, algo que –afirmaba convencido- resulta más difícil a los hombres, por su impulsividad habitual.
Quizá deberíamos esforzarnos en marcar diferencias, precisamente ahora que todo tiende a la igualdad. La mujer tiene un potencial único para cuidar especialmente las relaciones de noviazgo, precisamente por su feminidad. El hombre –lógicamente- deberá también ser parte activa de la relación, pero no nos referimos a él ahora. Si educamos para que la mujer sea mujer en todos los ámbitos, y especialmente en sus relaciones personales, afectivas y siempre sexuadas, quizá contribuyamos al éxito de los nuevos noviazgos. Sé que todo esto es políticamente incorrecto, y perdonen una vez más mi atrevimiento. Pero creo que algo de verdad puede haber en esta reflexión. Juzguen ustedes.

miércoles, 30 de julio de 2008

HOGAR DULCE HOGAR

Pensaba yo esta semana en la importancia del hogar. Recuerdo una conversación meses antes de casarme en la que un buen amigo me hablaba de la importancia de crear hogar, de construir cada día el hogar, y de la importancia de cuidar desde los primeros días ese lugar privilegiado donde habita la familia. Y creo que ahora empiezo a entender el porqué de estas sabias recomendaciones. Confieso que el mérito no es mío, sino provocado por la oración principal de la bendición de la casa que hemos tenido la suerte de celebrar este fin de semana. “Padre bueno, te pedimos que bendigas esta casa y a cuantos viven en ella: que haya siempre en este hogar amor, paz y perdón; concede a sus moradores suficiencia de bienes materiales y abundancia de virtudes; que sean acogedores y sensibles a las necesidades de los demás; que esta casa sea en verdad una iglesia doméstica donde la Palabra de Dios sea luz y alimento, y que la paz de Cristo reine en sus corazones hasta llegar un día a tu casa celestial”.
Quizá todavía estén pensando cuál es la relación de este tema con el amor, pero creo que tiene su sentido. El hogar, la casa transformada para acoger una nueva familia, es el lugar donde se fundamenta y fortalece el amor humano. Inicialmente es el amor esponsal en los recién casados, que aprenden a compartir por primera vez espacios antes exclusivos de la intimidad personal; es el lugar de profundas y largas conversaciones sobre las alegrías, sorpresas y dificultades propias de los comienzos. Es el espacio privilegiado, testigo del amor conyugal. En el hogar crece y se fortalece el amor de los esposos. Y ese hogar hay que hacerlo, hay que protegerlo, hay que mimarlo, como si de una obra de arte se tratara. Porque cada hogar es único, fiel reflejo de sus moradores., que lo van creando y embelleciendo cada día con una nueva pincelada. Y ese es el secreto, transformar las vigas y paredes que constituyen una casa en un lugar único y peculiar de una nueva familia, donde se viva la alegría, la ternura, la intimidad, el perdón, la compañía, los momentos difíciles... y por supuesto, y por eso mismo el Amor.
Y todo esto, y como consecuencia de ese amor vivido y fundamentado en lo esencial, una casa abierta a todos, donde todos tengan cabida. Un hogar abierto de par en par a los hijos, que llegarán desmontando quizá el orden y la paz inicial, pero que abrirán nuevos caminos para amar y seguir creando hogar. El hogar y la familia es el primer lugar en donde el niño siente la protección y el amor gratuito, donde aprende las primeras muestras de cariño, donde se siente amado y donde empieza a amar. Un hogar abierto a tantos amigos con los que compartir los dones recibidos, donde compartir la vida, donde acompañar la tristeza y disfrutar de la amistad. No podemos cerrar nuestras casas por comodidad o por vergüenzas poco fundamentadas. No hace falta tener un palacio para recibir a la gente, no hace falta tener la mejor vajilla ni siquiera un espacio óptimo. Un hogar estará siempre abierto tal y como es: hogar, con su espacio y sus cosas concretas, dones todos inmerecidos a disposición completa del que quiera compartirlos así. Vencer inicialmente el orgullo legítimo de querer mostrar nuestra cara más perfecta es la mejor forma de seguir haciendo crecer el hogar. Y seguirá creciendo, seguro. Y una casa abierta, por supuesto, a todo el que la necesite.
Y por último, y fundamental, un hogar abierto al Huésped principal, fuente primera e inagotable del Amor. Por eso tiene sentido también cultivar su amor dentro del hogar, procurando ratos de oración en la habitación o en el salón, buscando el mejor espacio y respetando el silencio habitado. Crear así hogar es también hacer comunidad, iglesia doméstica.
Hogar, espacio transformado por el Amor, abierto al amor. He ahí el reto.

jueves, 24 de julio de 2008

MATRIMONIO: DESPREOCUPARSE DE LA PROPIA FELICIDAD

Me acordaba estos días de la primera conversación que tuve con quien hoy es mi marido. Ocurrió en la boda de unos amigos comunes; de fondo sonaban unas jotas navarras y la conversación empezó como tenía que comenzar. Después de las presentaciones de rigor, la invitación a un café –todavía estábamos en los postres- fue el mejor inicio de esta aventura apasionante. Hablamos del matrimonio, de la felicidad y de pasárnoslo bien. Términos que, aunque parece evidente que siempre deban ir juntos, muchas veces se separan provocando el caos. Alguna de las ideas del matrimonio, sin que ustedes quizá lo supieran, ya hemos ido comentándolas en esta sección. Quería hoy ahondar en el tema de la felicidad y de disfrutar con el conocimiento interpersonal. Hablamos en aquella ocasión de la tranquilidad que suponía el matrimonio para el estado personal de felicidad. Cuando uno se casa, deposita el cuidado de su felicidad en la otra persona, es decir, no tiene que preocuparse por ser feliz, porque hay alguien dedicado exclusivamente a ese cometido, a través del amor único y absoluto. Planteado así, podíamos pensar en un rentable negocio. Pero piénsenlo ahora desde la otra perspectiva: cuando uno se casa adquiere el compromiso ineludible de hacer feliz a la otra persona, procurando en cada instante su bien y su estado de gracia en la felicidad. Visto así quizá pueda parecernos un reto inalcanzable, ¡menuda tarea! Entregarse en el matrimonio también es esto, despreocuparse de la propia felicidad, porque sabemos que otro se preocupa de nosotros. Y si damos un paso hacia la trascendencia y vemos en el otro la Presencia de Dios que nos manifiesta de este modo concreto su amor, ese alguien no puede sino asegurarnos un estado de completa y absoluta felicidad. El problema estaría en que el hombre es habitualmente egoísta, y está constantemente interpelado sobre su propio estado de bienestar: cuida tus espacios y tus tiempos, busca momentos “sólo para ti”, si no te cuidas tú nadie lo va a hacer por ti.....todos estos mensajes nos bombardean cada mañana, incluso en la caja de los cereales. Y es ahí donde surge la fractura, porque cuando estamos más preocupados de nosotros que de la persona amada, olvidamos nuestro cometido principal que radica en amar procurando la felicidad del otro.
Y esto que puede parecer complicado se resume fácilmente en una idea clave: hay que pasárselo muy bien. En el juego del amor, desde los primeros pasos en la aproximación inicial, hasta los últimos alientos en la senectud, hay que disfrutar y pasárselo bien. Creo que ahí está la clave, si no se hace así, es fácil caer en la apatía y en la monotonía.
Piensen en los tiempos de noviazgo, las inseguridades propias del momento y las torpezas del desconocimiento, si no se transforma en un momento “divertido”, de goce y de alegría se convierte en un momento que puede resultar a veces complicado. Es el momento de máximo disfrute con las pequeñas cosas que se van descubriendo como si de tesoros se trataran.
Y los primeros años de matrimonio, con las incomodidades propias de empezar a compartir una vida, que pueden resultar hasta jocosas si se miran desde este prisma de convertir todo momento en felicidad; y no digamos nada de los primeros hijos y la ilusión incluso de esperarlos, ¡cómo no va a ser eso un motivo de alegría!
Pero no me quiero olvidar de los matrimonios “adultos” de esos que celebran ya sus aniversarios por decenas. Matrimonios felices sustentados en la fortaleza que da la vida compartida, y bien amada. Quizá la felicidad menos explosiva pero más consolidada. Recuerdo una escena de una película que a lo mejor también recordaran: “el violinista en el tejado”. Uno de los últimos fotogramas tenía como fondo una casa, en el tejado estaban una pareja de felices y jóvenes enamorados y en la terraza, un poco más abajo, un matrimonio anciano, simplemente próximos el uno al otro, pero con el reflejo de la más absoluta felicidad en sus arrugadas caras. Sirva esta imagen para remarcar esta idea: en cualquiera de las etapas del amor humano entre un hombre y una mujer “el secreto” está en , a través del amor entregado, procurar la felicidad, en pasárselo muy bien. Y ya supondrán que no todo será un camino de rosas, y que por supuesto no me refiero a una felicidad vacía y sólo exterior. La felicidad de la que hablamos nace en lo más profundo de cada uno de nosotros, y tiene mucho que ver con el Amor con mayúsculas y con el Bien. Los matrimonios cristianos hoy nos tenemos que caracterizar por nuestra alegría, ¡también los novios cristianos tienen que ser testimonio de felicidad!, porque el amor, el conocimiento y la entrega, cualquier relación bien vivida, sólo pueden ser motivo de felicidad, y esto hay que anunciarlo con la alegría.

miércoles, 16 de julio de 2008

AMOR SUFRIENTE

No es fácil hablar del sufrimiento en los tiempos que corren, y más complicado todavía hablar del sufrimiento en el amor, cuando lo que se estila es la búsqueda continua del bienestar, intentando siempre el mínimo esfuerzo. Pero es un tema que siempre me ha parecido atrayente, y que esta semana he refrescado para estas líneas que comparto con ustedes. Me preguntaba una joven sobre el sufrimiento, en relación con la muerte de Jesús en la cruz, máxima expresión del amor entregado. Y no tanto por el significado redentor que estos días celebramos, sino por el sentido del sufrimiento en la humanidad, el por qué del mal en el mundo y más concretamente, el valor del dolor en las personas que amamos. Como pueden comprender, tema complicado para resolverlo en cuatro líneas, pero me atreveré a dar algunas pinceladas, que quizá puedan suscitar conversaciones posteriores en sus casas. No es fácil entender el dolor, no es fácil sufrir, y no nos resulta cómodo acompañar el sufrimiento ajeno, porque no sabemos cómo hacerlo. Y no basta el simple consuelo, o mantener un clima sólo de acogida en torno a la persona doliente. El mal y el dolor son un misterio, por eso nunca llegaremos a entenderlo, pero nos aproximamos a él pensando en el hombre.
El hombre, creado por Dios a su imagen y semejanza, fue creado libre, absolutamente libre, con capacidad de elección, y por eso con posibilidad de escoger el bien o el mal. Eso, que de una forma determinante ocurrió en Adán y Eva, sigue ocurriendo cada día en cada disyuntiva que se le presenta a cada hombre. Y Dios ha aceptado el riesgo, ha asumido nuestros fallos, hasta el punto de “permitir” el mal sobre el bien, dando primacía a la libertad concedida al hombre. Esto tiene que hacernos pensar. A veces osamos criticar a Dios que permite el mal, pero ¿se imaginan un mundo en el que no pudiéramos elegir?; creo que no valoramos suficientemente esa gracia concedida desde el principio de los tiempos. Nuestra libertad está por encima de las consecuencias de nuestras acciones, si se puede hablar en estos términos. Somos capaces del mal, pero esa misma libertad nos permite hacer también el bien, sin límites en la ejecución. Y por otra parte, no podemos evitarlo, somos seres finitos, la naturaleza tiene un fin. Todo lo creado es caduco, y eso, por sí sólo explica muchas de las cosas que hoy se consideran males. Piensen por ejemplo en las enfermedades, muchas de ellas tienen que ver con la degeneración de los órganos o el desgaste de los tejidos, y es evidente que producen dolor y sufrimiento, pero son la consecuencia lógica de nuestro ser finitos. ¿Significa esto entonces que tenemos que quedarnos de brazos cruzados esperando “fatalmente” el final de las cosas y asumiendo el mal como elemento irremediable?.¡Claro que no!. La maravilla del hombre es que ha sido dotado de inteligencia y de otras muchas capacidades que le permiten, poniéndolas al servicio del bien con una recta conciencia, desarrollar nuevas formas de vencer enfermedades, de controlar catástrofes, de evitar el dolor.....
Piensen ahora esto en términos del amor humano, y en relación a lo que comentábamos la semana pasada sobre libertad y confianza en las relaciones personales. El amor, en cuanto que es un acto libre, implica casi necesariamente una parte de sufrimiento, precisamente por esa libertad. En el amor, en cada acto y pensamiento, en cada una de nuestras palabras y expresiones, podemos elegir el bien o el mal, y a veces –por debilidad o por malicia- elegimos el mal, y eso hace sufrir al otro. Pero también nuestra elección puede implicar un bien mayor, y producir dolor, porque no siempre se entiende esta capacidad absoluta de elegir, y es entonces cuando se dan muchos de los problemas. El amor busca la eternidad para superar esa finitud del hombre, para evitar el sufrimiento que se produce en la separación, que es lo que ocurre, por ejemplo, en la muerte. Por eso el amor humano, pleno, radical, supone un sí definitivo y eterno, que tiende a la vida eterna como forma de unión perfecta con el Dios Creador, Amor Absoluto.
El sufrimiento siempre será un misterio, difícil de abarcar en su totalidad, pero no debemos evitar aproximarnos a él, aunque sea con unas torpes palabras.

sábado, 12 de julio de 2008

NOVIAZGO: EL ARTE DE ELEGIR

En estos días santos he tenido largas y profundas conversaciones sobre el noviazgo con una amiga. La cuestión estaba en que después de unos años de relación y con planes posibles de boda, habían decidido darse un tiempo para pensar en su noviazgo. El planteamiento parecía lógico, a medida que son necesarias decisiones más comprometidas y que hay que ir concretando un futuro común surgen las dudas y el miedo. Me comentaba que en el peor de los casos supondría el fin de la relación. Después de la lógica empatía inicial y del apoyo incondicional fundamentado en la amistad, me atreví a sugerirle algunas ideas, que hoy comparto con todos ustedes porque me parece que hablan de condiciones imprescindibles del amor, en cualquiera de sus versiones o manifestaciones. La primera reflexión es evidente, “en el peor de los casos supondrá el final de la relación” ¡nada más lejos de la realidad!. Terminar una relación de noviazgo cuando las cosas no están claras, o no hay un proyecto común o ¡por supuesto! no existe el compromiso y la voluntad firme de amarse para siempre, no es un mal final; es el mejor y el único posible, para el bien de los dos. El sensacionalismo en el que estamos inmersos en estos días eleva las rupturas sentimentales –también en el noviazgo- a momentos de tragedia afectiva; y, aunque entendiendo cierto grado de “dolor”, sólo pueden ser momentos de agradecimiento por evidenciar una situación que era finita. Otra cosa distinta es cuando ya existe un vínculo matrimonial, pero no nos referimos a eso ahora. Pero hay más, el noviazgo es un momento de conocimiento, y como en toda relación humana, hay que ir ganando en confianza y en intimidad. No es fácil abrir la profundidad del alma en la primera conversación, pero hay que ir haciéndolo poco a poco, para poder crecer en el compromiso. Confianza, elemento indispensable para que crezca el amor. Si no me fío de la persona que tengo delante, máxime cuando es la persona elegida para compartir toda una vida, no hay nada que hacer. Hay que fiarse plenamente, sin ningún escollo a la duda, y hay que favorecer la confianza. Y la confianza basada en la seguridad de que la otra persona tiene la voluntad firme de amarnos y de hacernos felices toda la vida. Sin confianza no es posible crecer en el amor. Y luego está la libertad, fundamental también en esto del amor. Somos libres para elegir, aunque nos equivoquemos. Somos libres para estar o para marcharnos en cualquier momento, y eso nos permite amar sin límites. Porque cuando la libertad se condiciona, o se limita por situaciones personales, o por miedos infundados, o por inseguridades, se atrofia y se pervierte, convirtiéndose en un arma de doble filo que a veces esclaviza más de lo que podemos imaginar. Por eso es importante tener esto muy claro en el noviazgo, principalmente, cuando todavía se está en proceso de conocimiento: el otro es libre para marcharse en cualquier momento. Esta absoluta libertad, que genera una lógica intranquilidad y más en las mujeres por su especial sensibilidad, permite tener la certeza de la voluntad de estar y amarse cada día. No son necesarios entonces ningún tipo de condicionamientos ni de presiones para “retener” a la persona amada y el amor puede crecer robusto y sin límites. Confianza y libertad, dos condiciones necesarias para amar. Libertad de elección y de acción, aunque fallemos, perdiendo el miedo a equivocarnos. Y confianza absoluta, que conduce a la voluntad de amar. Mi amiga por su puesto no fue capaz de darse un tiempo. Los tiempos así sólo pueden ser tiempos muertos. Una cierta distancia es a veces necesaria para saber afrontar un problema con serenidad, pero dos personas que proyectan con seriedad una vida en común no pueden darse tiempos. Los problemas hay que solucionarlos cuando se presentan, desde esa libertad y confianza, porque así será luego durante el matrimonio. Aprender a vivir esto ya en el noviazgo es una forma de prepararnos también para el compromiso definitivo; por eso, situaciones así, no pueden terminar mal, sólo pueden tener un final feliz.

domingo, 6 de julio de 2008

ÉTICA SEXUAL CATÓLICA

Leía el otro día en un libro de George Weigel que “la ética sexual católica libera el puro erotismo transformándolo en donación de sí; y eso lleva a una relación que afirma la dignidad humana de los dos miembros de la pareja”. Puede parecer una afirmación evidente y probablemente lo sea, pero no quiero dejar pasar la oportunidad de hacer una reflexión sobre este tema de la sexualidad y el erotismo. Si buscamos en el diccionario la palabra erotismo, la definición es sencilla: amor sensual. Sabemos también que los antiguos griegos dieron el nombre de eros al amor entre hombre y mujer, que no nace del pensamiento o la voluntad, sino que en cierto sentido se impone al ser humano. Estas definiciones reflejan bien cómo entiende la sociedad hoy este término, con todo el acento marcado en la materialidad y carnalidad del amor, en la pasión incontrolada y el despertar del instinto animal. La sexualidad humana es un campo amplio que implica todas la relaciones que se dan entre hombres. No nos asustemos ante esto, somos seres sexuados y Dios nos ha dado un cuerpo para presentarnos así ante los demás. Es nuestra “carcasa personal”, claro está que además de cuerpo tenemos alma, y por eso tendemos a la trascendencia. Centrando el tema de la sexualidad en las relaciones hombre-mujer es evidente que en la sociedad se defiende el erotismo así entendido. Por eso me llamó la atención la frase que leí y que les recuerdo: “la ética sexual católica libera el puro erotismo transformándolo en donación de sí; y eso lleva a una relación que afirma la dignidad humana de los dos miembros de la pareja”. Y sigo citando al mismo autor: “La ética sexual católica canaliza nuestros deseos “desde el corazón” de modo que conduce a una verdadera comunión de personas, a un auténtico dar y recibir. La donación personal se corrompe cuando se convierte en afirmación personal. Esto es lo que hace la lujuria. Pero lujuria y deseo son dos cosas distintas. Si siento verdadera atracción por alguien, deseo darme a esa persona buscando sólo su bien, no el mío. Lujuria es lo contrario del don de sí mismo; es el prurito del placer transitorio por el uso y el abuso, de otra persona. Si un hombre mira lujuriosamente a una mujer, o una mujer a un hombre, el otro deja de ser persona y se convierte en objeto de satisfacción personal.
Una interesante reflexión: el amor sensual / erotismo transformado en donación como verdadera y única comunión. La donación absoluta del cuerpo y de la mente, como forma absoluta de amor . Es evidente que “lo católico” no anula la corporeidad ni el deseo, sino que lo transforma en vertical hacia lo trascendente. En el mundo actual se defiende la realización personal, procurando espacios personales y el propio bienestar, que excluyan a los demás. Se intenta hacer creer que un cierto grado de egoísmo es bueno para mantener la propia identidad; incluso en lo relativo a las relaciones sexuales los mensajes –principalmente dirigidos hacia los jóvenes- están orientados a la búsqueda personal del placer. Un error: sólo el amor que es donación satisface al hombre. Una cosa más, la engañosa “liberación de la mujer” que vivimos le está llevando a vivir la sexualidad como mero producto de consumo y placer, cuando tradicionalmente todo lo relacionado con el erotismo y esta pobre concepción de la sexualidad era más frecuente en el hombre. Quizá por una natural sensibilidad y por un sano pudor la mujer era más capaz de comprender la dimensión trascendente de la sexualidad . Igualarnos en esto no es un avance, todo lo contrario. La formación de la sexualidad es tarea urgente en los jóvenes, porque el descubrimiento de la grandeza de esta dimensión humana, natural y santamente vivida, sólo puede resultar atractiva. Una vez más, no tenemos que tener miedo a hablar de esto, apuntando alto, mirando a la trascendencia del cuerpo y de su modo de relación sexual. Porque, no lo olviden, la felicidad humana depende de la donación de sí mismo, no de la afirmación del propio yo.

viernes, 4 de julio de 2008

CONCILIAR VIDA FAMILIAR Y LABORAL

Está claro que el amor es cuestión de prioridad. No puede ser de otro modo en tan gran empresa. He seguido pensando estos días en la maternidad y en lo que supone, y, para mi asombro, he disfrutado de conversaciones suscitadas por mi anterior intervención, ¡todo un lujo!. Así que esta noche añadiré algunas pinceladas relativas a este tema. El amor es elección, y la elección lleva consigo un acto de libertad y la voluntad de la acción primera, que es amar. Todo parece muy sencillo. El problema aparece cuando el amor –a una persona, se sobreentiende- parece reducir otras dimensiones de nuestra realidad o nuestro ser, con la apariencia de disminuir nuestra libertad. Y esto no debería ser así. El acto inicial de la libertad, que nos conduce a amar a alguien, lleva implícita la prioridad sobre el ser el amado, es decir, el hecho de que cualquier otra realidad se supedita o configura en torno a él y no de otro modo. Y pensaba esto en relación con la maternidad, por eso de conciliar la vida familiar y laboral. Pero no corramos tanto, quedémonos en un paso anterior. En muchos matrimonios jóvenes se da hoy la disyuntiva de conciliar la vida familiar con la laboral, incluso antes de tener hijos. La realidad social y económica de nuestro país hacen necesarias en muchos casos que ambos cónyuges trabajen, y fuera del ámbito económico, muchas mujeres desarrollan su vida profesional con gran éxito, como parte de su desarrollo personal, aportando todas sus capacidades a la sociedad. El trabajo no está reñido con la familia. “Quien no trabaje que no coma” decía hace ya muchos años San Pablo. Pero también aquí, es cuestión de prioridad. Si la prioridad es el amor conyugal, el amor esponsal, el cuidado de la familia y la entrega en el matrimonio, el trabajo no puede ser lo que supedite otras realidades. Esto implicará casi necesariamente la renuncia de una de las dos partes, y a veces cuesta. Pero está claro que compensa. La voluntad inicial de querer a alguien, con la elección voluntaria y radicalmente libre, conduce necesariamente a elegir facilitar tiempos para la convivencia, buscando el encuentro como prioridad, dejando en segundo plano otras realidades.
Y lo mismo ocurre con la maternidad, quizá de un modo más claro. La mujer que tiene un hijo como fruto de un acto de amor y donación, elige libremente amarlo, y esta elección implica la prioridad del amor maternal. Por eso parece ridículo hablar de conciliación familiar y laboral. Algo estamos haciendo mal. La prioridad es la familia; los hijos, su cuidado y educación, y todo eso con la exclusividad de un amor conyugal que también debe ser delicadamente cuidado. Y esto tiene que ser lo que marque la vida de las familias, de las madres y de los padres. Por eso, si la sociedad entendiera así esta realidad, no sería necesario hablar de conciliación, surgiría por sí sola, como única forma de entender la vida familiar en una sociedad. Pero no todo es tan fácil, y las dificultades llegan de muy diversas formas, en forma de despidos laborales, dificultades para la reducción de jornada o decisiones tomadas por la angustia de la precariedad económica.
Es entonces cuando hacen falta decisiones valientes. Y eso hoy no se lleva. No se entiende socialmente que una mujer renuncie a su brillante carrera profesional por el bien de los hijos, de la misma forma que no se concibe que prescinda de un buen sueldo por pasar más horas con su marido, o por intentar comer en casa, procurando así los momentos de convivencia. Eso no es lo que hoy se vende como prototipo de mujer triunfadora. Por si acaso queda alguna duda, me parece muy bien que la mujer trabaje porque con su trabajo profesional aporta mucho a la sociedad, poniendo a disposición de todos cualidades y capacidades a veces propias de la mujer. Pero lo que también creo es que hay que saber dar prioridad a lo verdaderamente importante, y más en esta sociedad en la que todo se relativiza y se mide por el propio rasero. Quien elige amar, de verdad, en cualquiera de sus dimensiones, elige al mismo tiempo y de forma unívoca dar prioridad a todo lo que tenga que ver con ese amor, aunque no esté de moda, y aunque suponga “renunciar” –como lo entiende la sociedad- al propio desarrollo personal.
Creo que mis abuelas tenían esto muy claro; quizá podamos escudarnos en que son otros tiempos, pero no lo creo. Piénsenlo.

miércoles, 2 de julio de 2008

MATERNIDAD

Por diferentes caminos y de muy diversas maneras “me persigue” un tema que ha sido de actualidad política en los últimos meses, y no precisamente con propuestas de mejora. Me refiero al aborto, y todo lo que conlleva esta tremenda realidad. Y no tanto por las atrocidades que se realizan y de las que es fácil escandalizarse, sino por la sutileza del maligno que nos engaña sin darnos cuenta. Pero no me gustaría hablar de este tema en tono tremendista o negativo. La reflexión en voz alta que os propongo esta noche versa sobre la maternidad, sobre el amor exclusivo de una madre al ser creado que habita en ella, gracias al amor esponsal.
Leemos en la carta apostólica de Juan Pablo II “Mulieres dignitatem” (recordada estos días por conmemorar los 20 años de su publicación) La maternidad de la mujer, en el período comprendido entre la concepción y el nacimiento del niño, es un proceso biofisiológico y psíquico que hoy día se conoce mejor que en tiempos pasados y que es objeto de profundos estudios. El análisis científico confirma plenamente que la misma constitución física de la mujer y su organismo tienen una disposición natural para la maternidad, es decir, para la concepción, gestación y parto del niño, como fruto de la unión matrimonial con el hombre. Al mismo tiempo, todo esto corresponde también a la estructura psíquico-física de la mujer. Todo lo que las diversas ramas de la ciencia dicen sobre esta materia es importante y útil, a condición de que no se limiten a una interpretación exclusivamente biofisiológica de la mujer y de la maternidad. Una imagen así «empequeñecida» estaría a la misma altura de la concepción materialista del hombre y del mundo. En tal caso se habría perdido lo que verdaderamente es esencial: la maternidad, como hecho y fenómeno humano, tiene su explicación plena en base a la verdad sobre la persona. La maternidad está unida a la estructura personal del ser mujer y a la dimensión personal del don.” Creo que este párrafo resume magistralmente muchos aspectos relacionados con la maternidad. La mujer tiene una disposición natural para la maternidad, que el hombre no posee, basta con comparar los cuerpos humanos, y las diferencias que existen entre ellos. Es digno de admiración la constitución y los cambios que cíclicamente se producen en el cuerpo de la mujer orientados a concebir y albergar una nueva vida. No creo que nadie con la mínima sensibilidad para admirar la naturaleza no se quede perplejo ante este milagro. Pero el conocimiento tiene que buscar el bien y la verdad, y no siempre es así. Conocer en profundidad la biología de la mujer, permite al hombre sin criterio manipular esta capacidad creadora para orientarla a sus propios fines, que casi siempre tienen que ver con concepciones egoístas de la vida. Saber más no implica necesariamente mejorar la realidad existente. En el caso de la parte biológica relacionada con la maternidad , saber más está llevando a querer controlar todo lo que acontece en torno a este hecho. De ahí el empeño de muchos investigadores en descubrir métodos anticonceptivos más eficaces y cómodos de utilizar, o incluso de elaborar nuevas sustancias que permitan una mal llamada anticoncepción de emergencia. Aunque queramos engañarnos, y en este tema es muy fácil recurrir a argumentos populistas, todo lo que va en contra del propio cuerpo y lo que pretende controlar aspectos relacionados con la vida es, como dice Juan Pablo II, una forma de materialismo. Ser madre es un don, y cualquier manipulación de la vida, provocada por los avances científicos, es ir en contra de la propia naturaleza, aunque las situaciones que puedan darse en torno a esto –en muchos casos la incapacidad de concebir- puedan ser muy duras. Pero ser madre es mucho más que la disposición psíquica y biológica. La maternidad (seguimos leyendo en la misma carta apostólica) conlleva una comunión especial con el misterio de la vida que madura en el seno de la mujer. La madre admira este misterio y con intuición singular «comprende» lo que lleva en su interior. A la luz del «principio» la madre acepta y ama al hijo que lleva en su seno como una persona. Este modo único de contacto con el nuevo hombre que se está formando crea a su vez una actitud hacia el hombre —no sólo hacia el propio hijo, sino hacia el hombre en general—, que caracteriza profundamente toda la personalidad de la mujer. Comúnmente se piensa que la mujer es más capaz que el hombre de dirigir su atención hacia la persona concreta y que la maternidad desarrolla todavía más esta disposición. Quizá esta sería la clave, ser madre va mucho más allá del hecho biológico de dar a luz una nueva vida. Ser madre conlleva una comunión especial con el misterio de la vida, es una intuición singular, una forma especial y única de relación que Dios a querido sea reservada a la mujer. Y este conocimiento no para que se vuelva egocéntrico y egoísta, si no para ponerlo al servicio de la humanidad, para poder tener una actitud diferente hacia el hombre, para poder amar con un amor diferente y único, un amor maternal. Por eso no creo que el aborto sea gratuito en ningún caso. Por mi trabajo he entrado en contacto con varias mujeres que pedían “la pastilla del día después”. Ninguna oculta su vergüenza, su petición no está exenta de un cierto sentimiento de culpa, y creo que es claro el por qué. Al explicarles que puede ser abortiva, y que en ningún caso es esa la solución, algunas lo entienden, otras se enfadan, pero todas –no tengo ninguna duda- se sienten interpeladas. Y eso es lo que hay que hacer en este campo: provocar a la gente, y en este caso no sólo a las mujeres.
La mujer que aborta no sólo mata una nueva vida, sino que hiere a veces profundamente su percepción del hombre, porque cambia su actitud hacia él, convirtiéndose en alguien a quien puede anular en caso de dificultad. Además, empequeñece su capacidad de donación y de entrega a los demás desde esa dimensión creadora. El aborto es un tema complicado y de debate en nuestros días. No creo que haya que hablar mucho sobre él. Es más, estoy convencida que la mejor forma de provocar es hablar de la maternidad como un don, como una forma especial de amor, como un acto de donación, como una forma de realización en plenitud única y exclusiva que se da en la mujer.....conozco también mujeres valientes que han tenido a sus hijos en situaciones adversas y no siempre deseadas, ninguna se ha arrepentido. A veces sólo hace falta acompañar y ofrecer recursos para que la nueva vida no se vea como un problema y se pueda disfrutar del milagro de la creación. La maternidad es algo único y exclusivo de la mujer, un misterio y un don. Creo que es tiempo de empezar a hablar de vida.

jueves, 19 de junio de 2008

EL DÍA DE TU BODA

El matrimonio no es una cuestión baladí, y es verdad lo que tantas veces hemos escuchado antes de nuestra boda que todo pasa muy rápido, que tanto tiempo dedicado a los preparativos se condensan y exprimen en unas pocas horas, que uno no se da cuenta de lo que ocurre a su alrededor ese día...pero esto hace referencia sólo a un día, al momento sacramental y a la celebración posterior, que puede alargarse más o menos en función de las circunstancias.
Pero esto no es todo, de hecho no es casi nada, esto sólo es el comienzo. El día de la boda es necesario y fundamental para iniciar un nuevo matrimonio, para empezar una nueva familia, para crear un núcleo nuevo de amor y convivencia, día imprescindible para el comienzo de esta aventura. Es necesario el sacramento, el signo visible por el que Dios, con su gracia, convierte de manera misteriosa y casi mágica, a un hombre y a una mujer en esposos. Es necesario vivirlo y manifestarlo públicamente, en la comunidad. Son necesarias las palabras “te recibo y me entrego a ti”, para que el matrimonio exista, y todo eso sólo es el comienzo. Un inicio maravilloso y sorprendente (por mucho que se prepare) pero que sólo es el comienzo. Por eso, no importa que todo pase tan rápido. No importa que no hayamos podido disfrutar de todos los invitados como queríamos inicialmente, o que no hayamos percibido cada detalle (de eso se encargaran después las fotos). En realidad, eso no es lo más importante. El día de la boda pasa rápido, pero el matrimonio dura “hasta que la muerte nos separe”, y es entonces cuando podemos darnos cuenta, disfrutar de cada momento, vivirlo intensamente en la realidad de la convivencia y cuidarlo como si de un recién nacido se tratara...y –compartirán conmigo- que éste es un momento gozoso. Y aquí es donde quería llegar, porque entramos en la Iglesia del brazo de nuestro progenitor siendo hija y hermana, y salimos siendo además esposa, y esto no es algo que se aprenda inmediatamente, no existe esa varita mágica que nos dé de modo espontáneo las claves de actuación. Con la gracia del sacramento –que es activa y dura mientras exista el matrimonio- adquirimos las potencias y la fuerza para desarrollar santamente nuestro nuevo cometido, pero hay que ponerlas en juego y –que yo haya descubierto- no existe un manual de instrucciones. Y no me refiero sólo a las tareas domésticas o a poner en marcha una casa que, siendo importante, no es lo fundamental. El meollo de la cuestión estaría en ir haciéndose realmente esposa, mujer, amante. El amor conyugal es sin duda una forma muy concreta de amar,”como Cristo amó a su Iglesia”, es un amor que necesita tiempo, entrega, corporeidad, voluntad, generosidad, complicidad, un amor que se busca en la exclusividad y que al mismo tiempo se abre a los demás, en los hijos cuando Dios quiere, y en todos los que, de un modo u otro, aparecen en el camino. Es un amor que, por novedoso, implica una vocación, una llamada concreta de Dios a vivir el amor de esa forma específica, con esa persona concreta. Y eso no es posible conocerlo antes. Se puede intuir, se puede leer acerca de esa forma de amar, pero es necesario compartirlo para concretarlo y vivirlo en la exclusividad de dos personas que empiezan este camino, y por eso, es necesario ir haciéndose esposa. Aprender a amar, desde el ser mujer, en cuerpo y alma, recibiendo el amor en la entrega corporal, procurando un hogar que favorezca la convivencia y el crecimiento, descubriendo –por qué no decirlo- nuevas formas de rezar y de vivir la intimidad con Dios. Todo esto es ir siendo esposa, y de la misma manera el marido. Cada uno desde su idiosincrasia, aprovechando lo especifico y lo diferenciador de ser hombre y mujer, porque así lo ha querido el Creador, al servicio de la vida. Y sorprende lo natural y fácil que resulta todo cuando se vive de acuerdo con lo establecido en la creación, la belleza de la intimidad y la grandeza del compartir hasta lo más intimo. Ser mujer, siendo esposa, descubriendo cada día la mejor forma de vivir el amor concretado en una persona. Supongo que es un proceso continuo de crecimiento, y estoy segura de que nuestros oyentes estarán de acuerdo conmigo, en que siempre se puede ser mejor esposo o esposa. Nada más, la reflexión sobre el matrimonio era casi obligada hoy, perdón por el atrevimiento de esta reciente esposa.

domingo, 15 de junio de 2008

CAPACIDAD TRANSFORMADORA DEL AMOR

Tendrías que hablar un día de la capacidad transformadora del amor”, me sugirió un buen amigo la otra tarde. La verdad es que inicialmente me pareció un tema complejo y demasiado amplio para esta sección, pero –con su permiso- me atreveré a lanzar algunas ideas al ruedo. Conforme he ido dando vueltas al tema, me he dado cuenta de los diferentes matices de esta afirmación. El amor puede trasformar, no cabe duda, y vamos a hablar hoy del amor humano en todas sus dimensiones, porque es posible el error de focalizar este tema en las relaciones de noviazgo que, siendo un campo muy interesante, es sólo una parte de todo el abanico de posibilidades. Empecemos con algún ejemplo: en el ámbito de la enfermedad, en situaciones difíciles de dolor, el amor de una persona cercana puede transformar el sufrimiento en salvación. Incluso me atrevería a decir que ese amor puede “salvar” la vida, si no –y permítanme esta incursión en un tema más complejo- bastaría con pasarse un día por cualquier unidad de cuidados paliativos para comprobar, cómo el buen trato de los profesionales y el amor de los familiares, transforman milagrosamente los últimos días de los pacientes, entendiendo así la muerte como parte de la vida. ¿Y que me dicen de los buenos amigos?. Seguro que todos tenemos experiencia de esto en algún momento de nuestra vida. Aquel amigo que un día te dio un buen consejo que todavía hoy recuerdas, o ese otro que te enfrentó a la realidad de tu vida, quizá no muy centrada en un momento determinado. Una expresión diferente del amor, el amor de amistad que –como decía Lewis- es el menos celoso de los amores. Y qué decir de la capacidad de transformación del amor en el entorno donde se manifiesta ese amor. Vayamos, por ejemplo, a las primeras comunidades cristianas “¡mirad cómo se aman!” decían los entonces llamados paganos. El amor entre los primeros seguidores de Jesús se presentaba de forma tan atrayente, con ese “alborotado amor silencioso” que transformaba el corazón de los que estaban con ellos. Aquí parece estar una de las claves. El amor vivido, personificado, ¡concretado!, es capaz de suscitar interrogantes, de mover almas, de trascender lo humano y aproximarse a lo divino para desde ahí, provocar el cambio. Y empezaríamos a hablar ahora del amor de Dios, al que hemos llegado de una forma natural por este camino. El Amor de Dios hacia cada una de los hombres, criaturas creadas, es único, exclusivo, irrepetible, y ése saberse amado profundamente, con toda la torpeza y el pecado, es lo que trasforma al hombre. Por aquí llega la conversión, si el hombre se descubre personalmente amado, nada a su alrededor puede importar, todo adquiere unas dimensiones nuevas, relativas. Y por esto, frente al inmovilismo que hoy parece imperar en nuestra sociedad, que muchas veces es determinismo, el Amor abre una nueva vía de cambio. Si la enfermedad y el dolor es aparentemente malo, saberse amado también en ese sufrimiento, sin cambiar un ápice su dignidad ni reconocimiento, no sólo reconforta, si no que –como decía antes- transforma esa situación en momento de salvación.
Por lo tanto, el amor personificado, el hecho concreto de amar a alguien, tiene que llevar al ser amado a la trascendencia, a la superación de lo corpóreo y la reducción espacio-temporal, que versa sobre lo espiritual y el alma. El verdadero amor habla de eternidad y sólo Dios es eterno, por eso cuando se ama a alguien de verdad, la conexión es directa con la trascendencia y para un cristiano con Dios. El amor de Dios manifestado en su hijo Jesucristo que murió por Amor en la cruz.¡Cómo vamos a dudar de la capacidad transformadora de ese amor! que salvó al hombre definitivamente del pecado y le abrió las puertas del Amor Eterno!. Como ven un tema complicado, y apasionante, que dará, sin duda, para otros comentarios.

sábado, 14 de junio de 2008

ENAMORARSE

Hablábamos el otro día de una religiosa cautivada por el amor de Dios, dispuesta a dar su sí definitivo. Increíble historia de Amor, pero ¿qué amor cautiva a las mujeres?. Para los técnicos de las palabras, formularé de manera más precisa esta pregunta ¿qué enamora a una mujer?. Porque coincidirán conmigo, queridos oyentes que el enamoramiento es una forma inicial de amor, una primera aproximación, el inicio frágil y a veces engañoso del verdadero amor.
Enamorarse es propio del ser humano, los animales no saben hacerlo, se mueven sólo por el instinto; es verdad que algunas especies ejecutan todo un ritual de aproximación, pero nada más lejos del enamoramiento humano, son sólo movimientos, sonidos y fragancias que despiertan –nunca mejor dicho- el instinto animal.
El enamoramiento pone en juego muchas capacidades del ser humano, la creatividad, la posibilidad de admirarse y sorprenderse, la imaginación, la esperanza...Muchas veces la sociedad hace que nos olvidemos de esta increíble etapa del conocimiento de un hombre y una mujer. Los nuevos modelos que se presentan como auténticos están presentando formas de atracción más propias de animales, del instinto, de las pasiones mal entendidas, del cortejar para conseguir un fin sin desarrollar la capacidad de amor y entrega, pero esto, sobra decirlo, son sólo engaños que reducen y empequeñecen al hombre.
Cada hombre tiene una especial y única forma de enamorarse, cada aproximación es una historia minuciosamente trazada por dos personas que se encuentran; en las relaciones humanas, cada uno tiene que descubrir su propio camino. Aunque nos quieran imponer lo contrario, aunque a veces parezca que la única forma de enamorarse es la dictada en el último estreno de cine, o en la teleserie de turno, no nos dejemos engañar; no existe un “patrón de enamoramiento”, aunque al final el enamoramiento despierte en cada uno la misma inquietud de búsqueda y conocimiento
Un hombre se enamora de la belleza, del estilo; habitualmente, un hombre se deja seducir por el aspecto externo, y desde ahí inicia una relación que procura el trato y lleva al conocimiento. Es difícil que un hombre se acerque inicialmente a una mujer que no tenga un encanto especial, y con esto no me refiero exclusivamente a la belleza física. Sé que afirmando esto generalizo, y espero que nadie se sienta ofendido, pero díganme si no, por qué ese afán desmedido de algunas mujeres por cuidar su aspecto externo o estilizar su figura.
Una mujer llega al enamoramiento con el trato, transcurrido un tiempo desde el primer encuentro. La sensibilidad femenina tiende a la protección, a la seguridad, al darse poco a poco, al tanteo. Por eso, no es fácil que una mujer se entusiasme inicialmente en una relación. Existen los amores platónicos de juventud, ese amigo de tu hermano mayor que te sonríe y que despierta las primeras ensoñaciones; pero el enamoramiento como forma de conocimiento implica un camino más lento. La seducción del comienzo es siempre motivada por el afán de descubrir alguien interesante con el que se pueda compartir una parte de uno mismo; a veces sin grandes pretensiones, y no siempre aspirando al máximo, pero que nos comprenda y entienda y con quién podamos mostrarnos como somos. Cuando eso se descubre, en el ámbito de la seguridad ofrecida, surge entonces el enamoramiento, esa forma de amor loco y a veces infantil que sólo reconoce lo bueno de la otra persona y que no es capaz de ver más allá de esa relación iniciada.
Formas diferentes de enamorarse, caminos diferentes para cautivar. Aunque en la sociedad actual se tienda a igualar también ese matiz de sensibilidad, creo que muchas mujeres estarán de acuerdo conmigo.
En cualquier caso, para el hombre y para la mujer, el enamoramiento es sólo la primera forma de amar, una forma de aproximación, una etapa de amor humano que hay que superar para hacer crecer el amor, pero de esto hablaremos otro día. Para terminar un consejo que oí un día en una conferencia de un buen psiquiatra y que va especialmente dirigida a los jóvenes que nos escuchan: “por favor, no os caséis enamorados”.