jueves, 17 de diciembre de 2009

¡FELIZ NAVIDAD!

¡Qué bien celebrar el final del adviento anticipándonos de algún modo a la Navidad! Hace unos días recibí de una buena amiga una felicitación navideña un tanto singular. Y digo a conciencia “singular” porque no es usual recibir como felicitación una carta que Juan Pablo II escribió en 1994 los niños de todo el mundo. Mientras la leía, además de querer ser un poco más niña, me emocionó redescubrir de forma tan clara y a través de alguien a quien tanto queremos qué es la Navidad. Que nunca lo olvidemos. Así que mis palabras para ustedes hoy, son en realidad del anterior Papa: “¡Queridos niños! Nace Jesús. Dentro de pocos días celebraremos la Navidad, fiesta vivida intensamente por todos los niños en cada familia. Deseo dirigirme a vosotros, niños del mundo entero, para compartir juntos la alegría de esta entrañable conmemoración.
La Navidad es la fiesta de un Niño, de un recién nacido. ¡Por esto es vuestra fiesta! Vosotros la esperáis con impaciencia y la preparáis con alegría, contando los días y casi las horas que faltan para la Nochebuena de Belén.
Parece que os estoy viendo: preparando en casa, en la parroquia, en cada rincón del mundo el nacimiento, reconstruyendo el clima y el ambiente en que nació el Salvador. ¡Es cierto! En el período navideño el establo con el pesebre ocupa un lugar central en la Iglesia. Y todos se apresuran a acercarse en peregrinación espiritual, como los pastores la noche del nacimiento de Jesús. Más tarde los Magos vendrán desde el lejano Oriente, siguiendo la estrella, hasta el lugar donde estaba el Redentor del universo.
También vosotros, en los días de Navidad, visitáis los nacimientos y os paráis a mirar al Niño puesto entre pajas. Os fijáis en su Madre y en san José, el custodio del Redentor. Contemplando la Sagrada Familia, pensáis en vuestra familia, en la que habéis venido al mundo. Pensáis en vuestra madre, que os dio a luz, y en vuestro padre. Ellos se preocupan de mantener la familia y de vuestra educación. En efecto, la misión de los padres no consiste sólo en tener hijos, sino también en educarlos desde su nacimiento.
Queridos niños, os escribo acordándome de cuando, hace muchos años, yo era un niño como vosotros. Entonces yo vivía también la atmósfera serena de la Navidad, y al ver brillar la estrella de Belén corría al nacimiento con mis amigos para recordar lo que sucedió en Palestina hace 2000 años. Los niños manifestábamos nuestra alegría ante todo con cantos. ¡Qué bellos y emotivos son los villancicos, que en la tradición de cada pueblo se cantan en torno al nacimiento! ¡Qué profundos sentimientos contienen y, sobre todo, cuánta alegría y ternura expresan hacia el divino Niño venido al mundo en la Nochebuena!
¡Alabad el nombre del Señor! Los niños de todos los continentes, en la noche de Belén, miran con fe al Niño recién nacido y viven la gran alegría de la Navidad. Cantando en sus lenguas, alaban el nombre del Señor. De este modo se difunde por toda la tierra la sugestiva melodía de la Navidad. Son palabras tiernas y conmovedoras que resuenan en todas las lenguas humanas; es como un canto festivo que se eleva por toda la tierra y se une al de los Ángeles, mensajeros de la gloria de Dios, sobre el portal de Belén: « Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres en quienes El se complace » (Lc 2, 14). El Hijo predilecto de Dios se presenta entre nosotros como un recién nacido; en torno a El los niños de todas las Naciones de la tierra sienten sobre sí mismos la mirada amorosa del Padre celestial y se alegran porque Dios los ama.
¡Qué importante es el niño para Jesús! Se podría afirmar desde luego que el Evangelio está profundamente impregnado de la verdad sobre el niño. Incluso podría ser leído en su conjunto como el « Evangelio del niño ».
En efecto, ¿qué quiere decir: « Si no cambiáis y os hacéis como los niños, no entraréis en el Reino de los cielos »? ?Acaso no pone Jesús al niño como modelo incluso para los adultos? En el niño hay algo que nunca puede faltar a quien quiere entrar en el Reino de los cielos. Al cielo van los que son sencillos como los niños, los que como ellos están llenos de entrega confiada y son ricos de bondad y puros. Sólo éstos pueden encontrar en Dios un Padre y llegar a ser, a su vez, gracias a Jesús, hijos de Dios.
¿No es éste el mensaje principal de la Navidad? Leemos en san Juan: « Y la Palabra se hizo carne y puso su morada entre nosotros » (1, 14); y además: « A todos los que le recibieron les dio poder de hacerse hijos de Dios » (1, 12). ¡Hijos de Dios! Vosotros, queridos niños, sois hijos e hijas de vuestros padres. Ahora bien, Dios quiere que todos seamos hijos adoptivos suyos mediante la gracia. Aquí está la fuente verdadera de la alegría de la Navidad. Alegraos por este « Evangelio de la filiación divina ». Que, en este gozo, las próximas fiestas navideñas produzcan abundantes frutos. ¡FELIZ NAVIDAD!

martes, 8 de diciembre de 2009

FEMENINO VS FEMINISTA

Cada año me enfado más el día en que se celebra el día de la igualdad de la mujer, o el día en contra de la violencia de genero...o días similares, me da igual. Hace poco celebrábamos uno de esos, no sé cual y de repente, todos los medios de comunicación se llenaron de mensajes feministas y palabras vacías de contenido. Ya está bien de que nos tomen por tontas, o al menos, eso pienso yo. Creo que a estas alturas de la partida, salvo incultos o desalmados, nadie discute la igual dignidad del hombre y la mujer, los mismos derechos e idénticas oportunidades. Sé que en algunos trabajos no se cumplen estas premisas iniciales, y que seguramente haya muchas cosas que mejorar, pero que nos obliguen a celebraciones insulsas y un poco infantiles, eso no. Es más, les diré que siempre que veo eventos similares, con discursos marcadamente feministas y proclamas progresistas me entran más ganas de celebrar el día de la mujer “super-femenina” (que no feminista). No puedo entender ese afán de querer igualarnos al hombre en aspectos que por mucho que nos pese, son propiamente masculinos. Podrán no estar de acuerdo conmigo, pero resulta poco estético-si me permiten la expresión- ver a una mujer con mono azul arrastrando toneladas de peso, que sorprendentemente es la imagen que nos ponen para exaltar la igualdad del hombre y mujer en el ámbito laboral. Que no digo yo que no lo puedan hacer, pero desde luego, la propia fisonomía de la mujer no es la más adecuada y no creo que por apetencia, muchas mujeres escojan puestos similares. Me gustaría que ese día mostraran también a las mujeres, madres de familia, que libremente, por decisión propia, renunciando quizá a una vida independiente laboral y a un sueldo complementario que les permita cierta holgura, optan por quedarse en casa, al cuidado de los hijos, creando un hogar, esperando al marido con la cena preparada, guapa, radiante, ejerciendo a la perfección su papel de mujer, madre y esposa. Y al final, esa sería la verdadera celebración, la que exalta a la mujer, en su libre elección. Y no nos engañemos, es en la familia donde se forjan los valores fundamentales, y donde desde el principio se fomenta el respeto y se entiende la igualdad. Ese es el gran chollo de tener padre, madre y hermanos. Que sin quererlo, con absoluta naturalidad, se vive la diversidad desde los primeros años; en la que cada uno adopta su propio rol, cumple con sus funciones y colabora en las tareas del hogar, viviendo y expresándose afectivamente cada uno tal cual es. El padre como hombre adulto y esposo de la madre, mujer adulta, y los hijos, como tales, con las diferencias propias de su sexo y edad que sólovm pueden enriquecer la familia.
Ahora que se acercan las fiestas navideñas me acuerdo de una anécdota que me contó un madre de familia, con tres niñas y un cuarto hijo varón. Me decía con mucha gracia: por mucho que nos empeñemos, los niños son niños. En mi casa sólo había muñecas, y cuando llegó el pequeño jugaba con ellas, pero lanzándolas como si fueran pelotas. Por eso no me creo lo de los juguetes sexistas, cada cual tiene que jugar con lo suyo.Así que a partir de ahora, les propongo que siempre que se celebre un día de estos, seamos más conscientes de las diferencias que nos engrandecen y complementan con los hombres, y que las exaltemos y mostremos con igual intensidad. Quizá así estemos contribuyendo mejor a defender la igualdad.

jueves, 19 de noviembre de 2009

¿COMPAÑERO?

Escuchaba ayer en un programa matinal de radio una afirmación que me chirrió mientras la oía. Hablaba una mujer de mediana edad sobre el mundo afectivo de los ancianos, refiriéndose especialmente a las mujeres, y aseveraba: “las personas mayores necesitan un compañero; a esa edad no estamos hablando ya de amor o sexo, sino de tener un compañero”. No fue una afirmación casual, porque repitió la misma día idea varias veces y por supuesto volvió a sonar la palabra compañero en esos minutos radiofónicos. Sinceramente, no lo entiendo. Me imagino un compañero para jugar al mus o para salir a caminar hasta la ermita del pueblo. Compañero también de tardes en el club de jubilados o de cafés vespertinos, pero compañero ¿compañero?. Espero no tergiversar lo que se comentó en aquel programa, pero creo no ir muy desencaminada cuando se refería al compañero como a una persona única, del sexo opuesto, que “acompañe” en la vida diaria a una persona concreta, en este caso de edad avanzada, anciana. Entiendo que se tratará entonces de una “pareja” un “novio” o un “amigo”, en cualquiera de los tres casos algo con lo que no estoy completamente de acuerdo.
Me viene al pensamiento un comentario que hizo un día mi abuela mientras paseábamos por un parque vallisoletano y vimos a un grupo de ancianos bailar por parejas y a una animadora que gritaba por un micrófono algo así como: “¡venga, no sean vergonzosos, y saquen a bailar a las mujeres!”. Yo era todavía pequeña, pero me acuerdo perfectamente que mi abuela dijo :¡se han creído que somos unos jovenzuelos!. Entonces ella era viuda ya y no entendía como podían bailar y coquetear ancianos de setentaymuchos años. Que nadie se sienta ofendido por esto, que me parece muy sano y saludable querer bailar y conocer a gente a cualquier edad de la vida, pero no me negarán que en todo esto hay algo que huele a chamusquina. Estamos queriendo dar a nuestros ancianos lo que los jóvenes queremos que quieran, y les sumergimos casi siempre en un modo de vida que no entienden, o en la que muchos se ven obligados a vivir sin otra alternativa. ¿Es necesario que una mujer viuda a los setenta años, en perfectas condiciones físicas y mentales tenga un “compañero” para vivir mejor su ancianidad?. Rotundamente no. ¿Hace falta preparar “juegos de adolescentes” para entretener a un grupo de ancianos que se reúne cada día en el club social de su barrio? Creo que no. La ancianidad es un momento único en la vida de las personas que merece todo el respeto. En esa etapa de la vida, con toda la experiencia acumulada, y con la madurez adquirida por el paso del tiempo, no creo que sea justo reducir sus necesidades afectivas a la presencia de un “compañero”. Las personas mayores, como todos, necesitan sentirse queridas y querer a los que les rodean. Y creo que hay muchas y muy distintas formas de vivir esto. Algunas volcaran este amor en su mujer o marido, que es mucho más que un compañero. Los que ya hayan perdido al cónyuge buscaran consuelo y compañía en los hijos, hermanos, sobrinos o amigos. Algunos, los más solitarios, podrán dedicar su tiempo a labores sociales en las parroquias, con los propios amigos, entregando su tiempo a los demás: ese tiempo que tantas veces les ha faltado en la juventud; y probablemente también así se sientan muy queridos y acompañados. Por supuesto que hablamos de amor en las personas mayores, fundamentalmente de amor; porque con el paso del tiempo –casi siempre- han aprendido lo fundamental y sólo ellos saben hablar y vivir un amor maduro, sereno, curtido por la vida. Hablar de compañerismo es reducir la afectividad de los mayores a la etapa de primera infancia, donde los niños del colegio comparten sus horas de juego con los compañeros. No creo que se trate de eso. Respetemos a nuestros ancianos, aprendamos de ellos y sobretodo, querámosles mucho.

jueves, 5 de noviembre de 2009

ESPERAR PARA CASARSE

Como muchos de nuestros fieles lectores habrán percibido, muchas de mis reflexiones son suscitadas por pequeñas historias que acontecen en el día a día. La última de ellas este pasado fin de semana. Hablaba con una amiga sobre el matrimonio, cuándo casarse, en qué momento. Realmente intentábamos dilucidar si era una locura casarse de un día para otro, sin mucha preparación, habiendo discernido con claridad -¡claro está!- que la persona elegida era la idónea para tal empresa. Para que se sitúen mejor, podría tratarse de cualquier joven pareja, ilusionada con la idea de casarse y convencida de que ese proyecto en común es el que mayor y mejor felicidad va a proporcionar a ambos ahora y para siempre. La dificultad surge cuando viven en ciudades distantes por motivos laborales o de estudio, hecho que presume permanecer invariable al menos un años más. En esta situación, tras varios años de noviazgo y repito, muchas ganas de casarse “bien”, surge la pregunta: y si nos casamos mañana mismo, ¿sería una locura?. La respuesta inicial, casi impulsiva y más propia de una novela de amor, sería: “ claro que no, ahora mismo, llamad a un sacerdote y celebremos la boda”; la sociedad actual, más malévola si me lo permiten, defendería que no es necesario casarse para sentirse comprometidos y vivir como tal. Y ciertamente, es tentador pensar así. Sin embargo, permítanme una vez más que reflexione en alto con ustedes.
El matrimonio es respuesta de los esposos a la vocación al amor; y –como se recoge en el catecismo de la Iglesia católica- por la alianza matrimonial, un hombre y una mujer constituyen una íntima comunidad de vida y de amor, que fue fundada y dotada de sus leyes propias por el Creador. Por su naturaleza está ordenada al bien de los cónyuges así como a la generación y educación de los hijos.
Recuerdo además durante la preparación de mi matrimonio algo que me llamó poderosamente la atención, y que leí en un libro. Hacía referencia al hecho de la distancia en el matrimonio y decía más o menos que, salvo motivos graves, el matrimonio no debe separarse por motivos laborales ni de otra índole, ya que la distancia física dificulta la auténtica vivencia del matrimonio en toda su dimensión. Lo comentábamos después con un sacerdote, que iba más allá, afirmando en positivo, la importancia de estar, compartir, formar y crear una nueva familia, que sea realmente una auténtica comunidad de amor . Y en otro momento le preguntaba: entonces, ¿cuándo tenemos que casarnos?. La respuesta fue tajante: ¿se lo habéis preguntado a Dios?.
Está claro con estas torpes pinceladas, el matrimonio es mucho más de lo que a veces pensamos, imaginamos y vivimos. Es una vocación que nos supera y que sólo podemos empezar a vivir cuando la entendemos como una respuesta a la llamada de Dios. Por eso, superando las ideas románticas de las películas, y las mediocres propuestas de la sociedad, la respuesta a la pregunta inicial quizá fuera otra. Casarse cuando uno ha discernido con sinceridad y con la suficiente y necesaria preparación, por supuesto, pero con la mínima garantía de que se va a poder vivir realmente el matrimonio, dedicándole el tiempo que se merece y necesita, construyendo con todo esmero una nueva comunidad de amor entre los cónyuges. Para algunos esto será una locura, una absurda pérdida de tiempo. Para los que creemos en el amor santificado por Dios, en el matrimonio, esperar a casarse en estas circunstancias, puede ser casi un acto heroico, y desde luego no un tiempo muerto, sino un espacio precioso para preparar y esperar con más ilusión el momento sacramental de matrimonio.

jueves, 22 de octubre de 2009

CADA VIDA IMPORTA

Y como no puede ser de otra forma, vuelvo a la carga haciéndome eco de la gran manifestación que hace unos días aconteció en Madrid, para celebrar y defender la vida. En defensa de la maternidad, de la mujer y de la vida: cada vida importa. Allí estuvimos, en familia, con amigos, compartiendo con tanta gente la ilusión por defender una vez más, y las que hagan falta, cualquier vida, toda la vida. Me gustó ver gente de todas las edades, niños y ancianos, gente sola, grupos de amigos, familias enteras, carros y silletas de bebé de todas las modalidades.....pero sobretodo me gustó ver a muchos hombres. Hombres comprometidos por la maternidad y por la vida. Porque si unos pocos quieren dar a la mujer el derecho a abortar, muchos más quieren defender el derecho a acoger la vida; y allí estaban también ellos: los padres, co-responsables en la concepción y en la acogida de la nueva vida que nace. Responsables de un modo único de cuidar y proteger a la madre, mujer gestante. Y allí había muchos, dando ejemplo. Apoyando y defendiendo la vida, pero apoyando y defendiendo también a la mujer, y su maternidad. Eso sí que es ser progresista, y moderno, y querer velar por los derechos de las mujeres. Y había muchos, se lo puedo asegurar. Muchos padres a los que “ningunea” la nueva ley, privándoles del derecho a ser padres. ¿Lo habían pensado?. Se defiende a ultranza el derecho de la mujer a matar al niño que espera, y ¿quién defiende el derecho del padre a cuidarle, quererle y protegerle toda la vida?. Soy consciente de que en muchos de los casos, es el padre el que se desentiende de la nueva criatura, por miedo, o por ignorancia, pero precisamente a esos, es necesario informar adecuadamente y ayudar a entender el increíble milagro que entraña y que sin duda es la concepción de un nuevo hombre.
Me decía el otro día una amiga que acaba de sufrir un aborto natural, de su tercer hijo, que esto le ha servido para ser más consciente del auténtico drama del aborto. Su reflexión era muy sencilla. Si los hijos se consideran un don, y no se programan ni se “producen”, sólo se puede acogerlos con inmensa alegría y siendo muy conscientes de tan inmerecido don. Y por eso también, cuando se mueren siendo todavía muy pequeños e “invisibles”, queda el consuelo y la confianza en el Creador, a quien todos pertenecemos. Y a pesar de tener ya dos hijos preciosos y un angelito en el cielo, hay una cierta tristeza y sensación de vacío tras la pérdida del ser que esperaba. Tristeza sublimada en mayor y mejor amor a sus hijos y a su marido, sabiendo que esa es la mejor forma de superarlo y vivirlo. Y esto así, siendo algo natural y enmarcado dentro del gran misterio de la vida. ¿Se imaginan la desazón que tiene que sentir una madre que ha decidido matar a su hijo?. Esa era su reflexión, que hoy comparto con ustedes.
Por eso, una vez más: Sí a la vida. Defendámosla con uñas y dientes, con alegría, convencidos de que ganaremos esta batalla a favor de la vida. Seamos conscientes de que esto nos implica a todos, en nuestras profesiones, en nuestras familias, con la gente que tengamos cerca. Tenemos que ser generosos y ayudar a las madres que se sientan desprotegidas y no aceptadas en sus ambientes. Tenemos que acompañar, ayudar, acoger y querer a las madres en dificultades. Estoy segura de que así nacerán muchos más niños, que tienen derecho a vivir. Como oía ayer en una canción, en la defensa de la vida, todos podemos hacer más.

jueves, 2 de julio de 2009

TODA UNA VIDA

Celebraba el otro día el aniversario de boda de mis padres; han pasado ya algunos años, más de treinta, cerca de los cuarenta. Por un momento, pensé una obviedad que casi ofendió a mi padre: “¡lleváis casados más tiempo que toda mi vida!” exclamé como si hubiera descubierto la pólvora. Desde luego, era ingenua mi reflexión, pero tiene su explicación.
Siempre he visto a mis padres como el núcleo inicial de mi familia, formando un matrimonio sólido, con sus momentos de esplendor y sus pequeñas o no tan pequeñas dificultades, propias de la vida misma y del devenir de los tiempos. Desde que yo recuerdo, les he visto compartir buenos y malos momentos, siempre juntos, a pesar de todo. En todo momento, he dado por hecho que su unidad era indestructible, única y eterna. Nunca me planteé algo diferente. Entiendo ahora que esta solidez ha colmado de seguridad y de felicidad mi infancia, y ha interrogado mi adolescencia y primera juventud. Tener la convicción de que el matrimonio de mis padres es una unidad estable, no exenta de dificultades, me ha hecho entender la profundidad del amor: del amor conyugal que está por encima de las circunstancias concretas de cada etapa de la vida, y del amor paternal que se extiende a los hijos. Y esto lo entiendo mucho mejor ahora, que también soy esposa y madre. Y quizá por eso el pensamiento inicial con el que empezaba esta reflexión.
Me dio un cierto vértigo celebrar 37 años de matrimonio, y no sólo por ser consciente del tiempo pasado, sino sobretodo por anticipar el futuro. En un instante, me trasladé 37 años en el tiempo, e imaginé a mi hijo que todavía hoy es un bebé, a sus futuros y posibles hermanos y mi vida en ese momento, junto a mi marido. Entonces me di cuenta de la cantidad de cosas que pueden pasar, de todo lo que puede cambiar, y reconozco que me entró un poco de miedo. Pensaba en todo lo que ha pasado ya en mi corta vida, y si Dios quiere y esos son su planes, todo lo que podrá ocurrir hasta entonces. Pero es inútil agobiarse por el futuro, que no sabemos si llegará. Lo que es evidente de toda esta reflexión un poco personal, es que el matrimonio, y la familia, hay que cuidarla día a día. No se celebran 37 años de matrimonio, se celebra cada día, cada acontecimiento. El recuento final sólo sirve para engrandecer el hecho heroico de seguir juntos, pero la gran celebración se precisa después de cada batalla, de cada prueba superada, de cada alegría compartida. Día a día, baldosa a baldosa (como decía sabiamente el barrendero de Momo) se va fraguando una historia de amor que dura y se consolida en cada peldaño. Ser fiel durante toda una vida es ser fiel en cada instante, con el pensamiento, con la mirada, con el deseo. Amar con madurez al final de la vida se consigue creciendo juntos en el amor. Dejarse sorprender cada día, admirar al otro, apoyarle en sus necesidades, celebrar cada acontecimiento, perdonarse, hablar sin parar y de todo, rezar juntos.....son algunas claves que he ido escuchando de algunos longevos matrimonios.
Y este convencimiento de que es así la única y mejor forma de amar en el matrimonio, se transmite a los hijos, de forma natural, como se hace con las cosas importantes. Y de repente, cuando ante ellos aparece el amor, surge de forma espontánea lo que han aprendido de pequeños, en su familia, a través del amor de sus padres. Debería ser así siempre, y en todos los casos. Los que hemos tenido la inmensa suerte de vivirlo así, deberíamos adquirir el compromiso de procurarlo también para nuestros hijos, supongo que es cuestión de justicia, o mejor dicho, cuestión de amor.

lunes, 1 de junio de 2009

EL FESTÍN DE LA AMISTAD

El fin de semana pasado tuve la suerte de poder recibir en mi casa a dos buenos amigos. Y digo suerte porque desde hace algún tiempo nos separan unos cuantos kilómetros que dificultan estos encuentros, más frecuentes en tiempos pasados. Y he pensado que en este espacio sobre el amor humano hemos dedicado quizá un tiempo insuficiente a hablar de la amistad, que también en una forma de amor.
A los antiguos, la amistad les parecía el más feliz y más plenamente humano de todos los amores: coronación de la vida y escuela de virtudes. Quizá el mundo moderno haya desvirtuado este valor de la amistad, y la reduzca hoy a simple camaradería. No es fácil tener buenos amigos. No es frecuente tener muchos buenos amigos, a lo mejor porque no es posible vivir intensamente la amistad con mucha gente distinta, no lo sé.
Lo que es innegable es la satisfacción del encuentro en la amistad. Aunque haya pasado el tiempo, aunque hayan cambiado las circunstancias y aparecido nuevos y distintos amores. Los amigos que se encuentran necesitan un solo saludo para saberse amados, en ese misterioso amor que supone la amistad. Es esa sensación de haberse visto el día anterior lo que facilita el encuentro. Los amigos “son”, aunque no conozcan cada segundo de sus historias ni todo resquicio de sus pensamientos. Se es libre y auténtico con los amigos; en la amistad no tienen lugar los formalismos ni los protocolos, simplemente hay que ser, eso es lo verdaderamente importante igual que en otras formas de amor.
Pensando en esto me he acordado de un buen libro del escritor C. S Lewis, muchos de ustedes lo conocerán, se trata de “ Los cuatro amores”. En él habla del afecto, del eros, la caridad y la amistad. Sobre la amistad afirma : “La amistad no es una recompensa por nuestra capacidad de elegir y por nuestro buen gusto de encontrarnos unos a otros, es el instrumento mediante el cual Dios revela a cada uno las bellezas de miles de otros hombres; por medio de la amistad Dios nos abre los ojos ante ellas. Como todas las bellezas, éstas proceden de Él, y luego, en una buena amistad, las acrecienta por medio de la amistad misma, de modo que éste es su instrumento tanto para crear una amistad como para hacer que se manifieste. En este festín es Él quien ha preparado la mesa y elegido a los invitados”.
Puede parecernos un pensamiento “excesivamente trascendente” sobre la amistad, pero para un cristiano no existe la casualidad, y no podía ser de otra forma con los amigos. Descubrir la amistad como un don de Dios, nos hace sin duda valorar más esa forma concreta de amar, nos permite ser humildes, generosos, amables, espontáneos....Vivir así la amistad es ser conscientes de la gratuidad del don que tiene que ser cuidado y conservado. Si han tenido experiencia de una buena amistad, sabrán de qué les estoy hablando.

lunes, 4 de mayo de 2009

NO SÓLO SENTIMIENTOS

El mundo de los sentimientos es un misterio, muchas veces inabarcable. Sentimos constantemente: frío, calor, dolor, alegría, tristeza; sentimos el viento, las caricias, los aguijones, el roce de una rosa. Sentimos hambre y sed . Somos seres constituidos por miles de receptores que nos permiten el contacto con la realidad que nos rodea, también a las señales de nuestro propio organismo que nos informa y alerta de nuestro estado y respondemos a esas invitaciones “simplemente” sintiendo. El sentimiento es algo tan sencillo y complejo a la vez como la acción y efecto de sentir o sentirse. También se define como la impresión y movimiento que causan en el alma las cosas espirituales. No sé si aclaramos algo más. Vayamos entonces a la palabra sentir. Según la Real Academia Española de la Lengua, sentir es experimentar sensaciones producidas por causas externas o internas. Experimentar sensaciones, dos palabras con alto contenido subjetivo, o sea, poco concreto, susceptible de cada individuo, irracional, poco controlable, espontáneo....y etéreo.
Pensarán que me he equivocado de lugar para exponer esta clase de gramática, pero todo tiene su sentido. He pensado estos días en el mundo de los sentimientos, mundo misterioso y complejo, como les decía al principio, y creo que una vez más, la clave está en el significado de la palabra.
Claramente nos movemos en un mundo dominado por los sentimientos. Los sentimientos imperan entre los hombres y dominan sus reacciones y decisiones, sin criba ninguna. El “sentimiento de amor” hacia una persona hace que nos enamoremos al instante y que prometamos amor eterno, sin calibrar otras cosas también importantes. Pero ese mismo sentimiento, sólo así volátil, se transforma en sentimiento de hastío e indiferencia y abandonamos fácilmente la relación. Sentimos tristeza cuando algo que va a suceder no acontece como esperamos, o cuando no tenemos a nuestro alrededor todo lo que quisiéramos, o sufrimos alguna dolencia o incomodidad, y esa tristeza puede anularnos completamente por el puro y “simple” sentimiento. Pero los sentimientos son sólo esos “sentimientos”; por su propia definición: impresiones, percepciones, experiencias a las que hay que otorgarles la importancia precisa. No podemos evitar el sentimiento puesto que es una respuesta inmediata a algo que acontece, pero no podemos ni debemos quedarnos sólo ahí.
Los sentimientos deben primero aceptarse. No podemos tampoco convertirnos en robots fríos e insensibles que no sienten nada. No podemos evitar sentir, es más, tenemos que dejar que toda realidad sensible provoque en nosotros una respuesta. Y tenemos que permitirnos sentirlo, y expresar ese sentimiento cuando sea posible y conveniente. Pero después, en la mayoría de los casos, tendremos que pensar sobre ese sentimiento. Máxime en temas relacionados con el amor, o que repercuten necesariamente en terceras personas. Muchas veces tendremos que analizar nuestros sentimientos, contextualizarlos, centrarlos, ponerlos en el lugar adecuado. Sólo así podremos darles la importancia que merecen y no nos dejaremos llevar por ellos. El sentimiento ocupa un lugar importante en el ser humano, pero no es lo único ni lo primero. Tendrá que ser contrastado muchas veces por la razón y sólo así adquirirá su verdadero sentido. Es importante tener esto en cuenta, para que no sea sólo el sentimiento el que dirija nuestro obrar. Imagínense si por ejemplo la relación con Dios sólo se viviera desde el sentimiento. Aunque las experiencias sensibles en la oración o en otros momentos de especial intimidad son reales, y existen, no son – o por lo menos en el común de los mortales- lo más frecuente. Si la fe y la relación con Dios se vive sólo desde el sentimiento queda vacía y caduca necesariamente. Por el contrario, una vida de fe salpicada por momentos de “real sentimiento de Presencia” y fortalecida en momentos de sequía, madura con el tiempo y permanece. Esto que es fácilmente entendible en un tema tan concreto como el de la fe, ocurre del mismo modo en el amor. Lo que pasa es que en nuestro tiempo, estamos dando al sentimiento un valor que quizá no tenga. Sólo hay que ir a la definición.

viernes, 24 de abril de 2009

UN IMPRESIONANTE ACTO DE AMOR

Todavía estoy impresionada por un video que he visto recientemente en el portal de internet youtube (VEA AQUÍ). Me habló de él una amiga y no me ha defraudado. Les resumo: es un mini-documental de 8 minutos que cuenta, con fotos fijas sucesivas y una voz en off la historia de una familia. Un joven matrimonio que espera la llegada de su hijo, que saben nacerá con una alteración genética que no le permitirá vivir muchos meses. Cada día celebran su cumpleaños, porque cada día es motivo de fiesta y de alegría. Las imágenes son impresionantes, muy delicadas y con una mirada cariñosa sin duda, nada efectistas, ni se regodean en la gravedad del pequeño: un niño con las orejitas un poco más bajas de lo habitual, con aspecto tranquilo, que requiere de una sonda nasal para respirar y en algunos momentos algún que otro dispositivo médico más. Un precioso bebé, sin más, que comparte con sus padres cada día de su sabida corta vida. El día de su muerte, con 99 días, sus padres –acompañados de sus amigos- lanzaron al aire 99 globos de colores, inundando el cielo de colorista alegría. Impresionante, ¿verdad?.
La primera vez que vi el video no me gustó, me pareció una intromisión en la privacidad del pequeño, y una excesiva frialdad de unos padres que se preocupan por inmortalizar cada día de la vida de un niño con una muerte anunciada. Pero conforme pasa el tiempo y de algún u otro modo ese niño vuelve a mi pensamiento me doy cuenta de que detrás de eso hay una gran historia de amor.
El amor de unos padres que esperan a su hijo, aún a sabiendas de que no va a vivir mucho tiempo. Las imágenes del video reflejan que todo estaba perfectamente preparado para su llegada, aunque suene un poco duro, como si fuera a ser un “niño normal”. Muchos de los días que también aparecen reflejados son como los de cualquier otro niño: paseos por el parque, juegos y caricias con sus padres, visitas de amigos y familiares......¿Y por qué no?. ¿Acaso tenía que permanecer “escondido” en un hospital esperando la hora de su muerte? Probablemente eso es lo que de alguna manera se pretenda en esta sociedad que se preocupa de ocultar y evitar la enfermedad y el sufrimiento. Y quizá por eso tenga mucho valor este video, y la idea de sus padres de dar a conocer su historia. En el fondo es la reivindicación del valor de la vida de su hijo, de una vida auténtica, completa, plena, alegre, esperanzada; corta, es verdad, pero hasta su muerte, “como la de un niño normal”. Es la necesidad de mostrar al mundo que su hijo “tenía derecho a vivir”, porque su hijo quería vivir, con ellos, el tiempo que fuera posible. De hecho, según todos los pronósticos, no podría vivir más de 2 meses y superó por poco los 3....toda una hazaña para este pequeño.
Estoy casi segura de que a esos padres les plantearon matar a su hijo. ¿Por qué iban ellos a tener que sufrir? ¿Por qué dar a luz un niño enfermo, que no iba a vivir demasiado tiempo? ¿Qué necesidad había de generar expectativas innecesarias?. Sólo la seguridad del valor de la vida por encima de todas circunstancias puede dar respuesta a estas preguntas. Este niño, cualquier niño con alteraciones genéticas, malformaciones, o cualquier otro problema intrauterino, tiene vida, está vivo, y tiene derecho a vivir. No sé si hablar de la valentía de los padres- que se supone y es motivo de reconocimiento-porque creo que todo es más sencillo. Se trata de amor. De amar al hijo concebido, de amar al propio hijo, de querer para él lo mejor. Un amor sin duda muy grande, generoso; un amor probado; un amor maternal y paternal cuestionado por los que defienden la “selección de la especie”, pero un amor seguro porque es simplemente amor. Sólo se puede amar a un hijo.
Y esta historia coincide con la autorización para seleccionar embriones libres de tumores o enfermedades genéticas. ¡Qué gran contradicción! ¿Se puede amar más a un hijo que a otro?. No lo creo. ¿Se puede rechazar a un hijo por no ser perfecto?. Demasiado duro....
El día que murió el pequeño Elliot, que así se llamaba, lanzaron 99 globos al aire, signo de los 99 días que habían vivido junto a él. Un gesto sencillo, pero cargado de simbolismo. El video relata esta epopeya maravillosa en primera persona y termina con la frase de Job que escogieron sus padres como lema: "Dios me lo dio, Dios me lo quitó. Bendito sea siempre el nombre de Dios".
Probablemente sólo la gente que concibe a los hijos como un Don de Dios, como un regalo, es capaz de vivir y ver así las cosas. Cuando un hijo es un derecho, una necesidad, posesión o capricho una historia de amor tan breve como la de los 99 días sólo puede ser una pesadilla.

lunes, 23 de marzo de 2009

AMAR LA SABIDURIA

Me he enterado de que ha fallecido un viejo profesor de la facultad. De repente muchos recuerdos y la nostalgia de mi etapa universitaria. Así que, si me lo permiten, hoy voy a compartir con ustedes alguno de mis pensamientos ¿por qué no?. Supongo que en un programa dedicado al amor humano visto con ojos de mujer, es más que factible hablar del amor a la sabiduría, con ojos de una estudiante, con el recuerdo de la mirada de un sabio profesor.
Recuerdo a Don Luis María Gonzalo como un hombre mayor. Ya era mayor cuando yo estudiaba. Tenía ese andar tranquilo y seguro de quien ha recorrido muchos kilómetros por el camino de la vida. Aspecto asténico que otros llamarían delgadez, y una ligera cifosis dorsal que le otorgaba ese caminar tan característico. Recuerdo especialmente su sonrisa y su mirada cálida; y recuerdo –con sorprendente nitidez- sus manos que se movían armoniosamente mientras explicaba las distintas partes del cerebro humano. Parece que le veo ahora, en la sala de anatomía de la universidad, rodeado de pipiolos estudiantes de primero de medicina ansiosos por descubrir los misterios del cuerpo humano. Siempre con voz tranquila, casi susurrante, sin alterarse, cogía con sus largos dedos las distintas piezas e iba señalando el cuerpo calloso, el núcleo rojo o el tálamo. Todos le escuchábamos con atención y con un silencio extraño porque sus explicaciones sin duda lo merecían. Era un gran maestro: catedrático de anatomía, aunque no alardeaba de ello; nunca le oí hablar de sus publicaciones ni de sus últimas investigaciones, siempre el trabajo en equipo. Tuve la suerte de colaborar con él más de cerca durante algunos meses de verano y pude comprobarlo in situ. Era todo esto y mucho más.
Y les habla alguien que se considera bastante crítica con sus profesores, pero don Luis Maria era diferente. Era un gran hombre capaz de transmitir el amor a la sabiduría, al hombre, a la medicina. Amor a la sabiduría que es amor al conocimiento y a la verdad. No recuerdo apuntes perfectos de sus clases, pero sé que lo que transmitía era mucho más importante y que de hecho es lo que hoy perdura: el afán por saber, por buscar las fuentes del conocimiento, por preguntarse el porqué de las cosas sin darlas por supuesto, el querer saber siempre más, si eso puede mejorar en algo nuestra pequeña parcela en el mundo. Todo esto con trabajo y esfuerzo, pero sin grandes alardes, mejor en lo escondido, como ha hecho hasta sus últimos días. En sus clases se hablaba de lo fundamental, pero tenía la picardía de despertar en nosotros la inquietud que nos hacía ir después a los libros y descubrir cuantos conocimientos nuevos albergaba esa parte del saber. Y todo esto, con la humildad del hombre sabio platónico, que sabe transmitir su conocimiento a los ignorantes, para que puedan al menos atisbarlo. Sabía mostrar cercanía con la distancia necesaria y adecuada de un maestro. No resulta difícil imaginárselo como a Aristóteles paseando con sus pupilos por la gran cuidad de Atenas. Y ese amor a la sabiduría impregnado de un inmenso amor al hombre y amor a la medicina, adentrándose en la maravilla de la creación desde la embriología humana y en los misterios del cerebro y de los sueños, con la humildad de quien se sabe limitado y superado por un Ser Creador. Un ejemplo en estos días en los que el conocimiento se utiliza de forma perversa para manipular al hombre y erigirse en creador de nuevos seres.
Recuerdo con mucho cariño sus clases en la sala de anatomía y sus magistrales explicaciones y recuerdo con más cariño todavía la delicadeza con la que se preocupó por mí en momentos delicados para mi familia.
No cabe duda de que hay muchas formas de amar, y creo que hoy he descubierto otra en la persona de un gran maestro. El amor al conocimiento y a la sabiduría como forma de vivir el amor al hombre, concretándose de algún modo también en los alumnos que tuvimos la suerte de conocerle, y todo esto, estoy segura, centrado y fortalecido por el Amor de Dios. Descanse en paz.

martes, 24 de febrero de 2009

EL AMOR NUNCA ES UN FRACASO

No es fácil terminar una relación de noviazgo. Sobretodo cuando se ha intentado hacer las cosas bien, cuando se ha querido a la otra persona y cuando el fin ha sido por el convencimiento de que no era el hombre o la mujer adecuada con la que compartir el resto de la vida y el proyecto más apasionante. No es fácil. Más difícil todavía cuando se tiene ya una cierta edad y cuando aparentemente todo parecía ir bien e incluso uno se creía enamorado. Cuando esto ocurre, aparecen la decepción, la duda y el miedo al futuro y a la nueva situación de incertidumbre: ¿habré perdido el tiempo?, ¿qué sentido ha tenido esta relación? ¿podré superarlo?; preguntas al vuelo de cualquier persona en los primeros días tras la ruptura. Un desánimo entendible que a veces paraliza e impide seguir buscando.
Pensando en esto leí el otro día un relato del aviador y escritor de El Principito, Sant Exupery, que cuenta cómo su avión se estrelló sobrevolando los Andes. Tras el accidente, se encuentra solo en mitad de la cordillera, a kilómetros de distancia de cualquier punto civilizado. La temperatura es de muchos grados bajo cero, no tiene comida ni la ropa adecuada para esa situación extrema. Empieza a andar y surge el desánimo, las ganas de abandonar y de dejarse morir. Sin embargo, el recuerdo de su mujer y sus hijos que le esperan en Francia le anima a seguir adelante. La seguridad del amor de su familia le da fuerzas para seguir, y al mismo tiempo el amor que siente hacia ellos le empuja a seguir caminando, “no podía fallar a quienes me aman” dice emocionado al encontrarse finalmente con ellos.
Probablemente no tenga mucho que ver, pero a mí me hizo pensar. Sólo el amor nos lleva a vivir la vida épicamente, a hacer locuras, a emprender los más grandes proyectos, a hacer cosas de las que no nos sentíamos capaces. El sabernos amados nos hace volar más alto, nos conduce a ser mejores personas, en definitiva, nos permite ser más felices. Y no sólo por no fallar a quienes nos aman, si no por esa fuerza extraña que el amor imprime en el alma que ama y se sabe amada.
Por eso, pensaba, ninguna relación de amor puede ser un fracaso. Ningún noviazgo bien planteado en sus comienzos y en el que el amor-cariño-enamoramiento entre las dos personas ha sido sincero, puede resultar en vano. Ya hemos hablado aquí alguna vez del impulso emocional inicial, que tiene que conducir necesariamente a la voluntad de amar al ser amable. Es esa fase inicial de amor emocional, la que nos permite muchas veces descubrir cosas de nosotros mismos que desconocíamos; la que nos permite salir por primera de un yo muchas veces egoísta que se abre desinteresadamente a otro. Otras veces ese enamoramiento nos permite activar “la dinámica del amor”, que nos hace sentirnos vivos para el otro. Y casi siempre, nos permite intuir un Amor más grande al que estamos llamados. Si esto se da en una relación entre un hombre y una mujer, y surge el desequilibrio por alguna de las partes, sin apertura ni posibilidad de crecimiento, es fácil que la ruptura sea la única y mejor solución, sin considerarla nunca un fracaso, sino una oportunidad de crecimiento. La fragilidad emocional de la persona requiere muchas veces de situaciones así para conocerse y descubrirse como un ser capaz de amar, y llamado a un amor exclusivo, indisoluble y eterno. La vivencia anterior de sabernos amados y seres capaces de amar, como en el caso del aviador, nos permitirá seguir avanzando hacia metas mayores, con la confianza de que un “mejor y mayor amor” nos estará esperando.

lunes, 26 de enero de 2009

EL MATRIMONIO ES HUMILDAD

Leía el otro día la ponencia ofrecida por Rainiero Cantalamessa en torno al VI Encuentro Mundial de las Familias que se ha celebrado en México. No tiene desperdicio, es asombrosa la visión que da del matrimonio y de la intimidad conyugal. Les animo a que si tienen un rato disfruten con su lectura. Entre las distintas reflexiones, me quedo con una para compartir con ustedes esta noche acerca de la humildad, y el matrimonio. “El matrimonio nace bajo el signo de la humildad; es el reconocimiento de dependencia y por lo tanto de la propia condición de criatura. Enamorarse de una mujer o de un hombre es realizar el acto más radical de humildad”. Sorprende leer esta frase en un mundo defensor a ultranza de la autonomía y de la independencia, que defiende el individualismo en el matrimonio para conseguir la autorrealización personal. Entre los jóvenes se rechaza la idea del matrimonio entre otras cosas porque supone una mal entendida renuncia a uno mismo, para pasar a depender de otro, en las decisiones más triviales y también en las que van configurando a la persona. Por eso en parte se retrasa el compromiso. Y la lectura iluminada desde la trascendencia y el proyecto de Dios es radicalmente opuesta: es necesario un acto de humildad. Primero para enamorarse, para aceptar que ya no eres sólo tú, es más, para constatar cada día que tu felicidad ya no depende de ti, si no del otro; para ser consciente de que ya no eres tú si no un yo en relación con otro; para –como también afirmaba el padre Cantalamessa “hacerse mendigo y decirle al otro: “No me basto a mí mismo, necesito de tu ser””.

Algo de esto intuía el poeta Pedro Salinas en sus versos:

Que alegría vivir
sintiéndose vivido.
Rendirse
a la gran certidumbre, oscuramente,
de que otro ser, fuera de mí, muy lejos,
me está viviendo.
Que hay otro ser por el que miro el mundo
porque me está queriendo con sus ojos.
Que hay otra voz con la que digo cosas
no sospechadas por mi gran silencio
”.

Una vez más el arte nos permite abrirnos a una dimensión trascendente y nos da otra clave en relación con esto: la alegría. Sentirse amado, necesitado del amor exclusivo de alguien, sentirse pobre mendigo que necesita de otro para mirar el mundo o decir las mejores palabras, sólo puede ser fuente de alegría. Aunque cueste un poco entenderlo, vivir con humildad el amor nos hace salir de nosotros mismos, de nuestros pensamientos, de nuestras decisiones y de nuestros proyectos, para abrirlos a otra realidad más grande que es el otro, persona amante y al Otro, ser superior, fuente del Amor más grande. Nos sitúa en nuestra verdadera realidad de seres incompletos, que necesitan de “algo más” para alcanzar la plenitud. Y este es, según el predicador de la casa pontificia, el sentido del amor conyugal, “revelar el verdadero rostro y el objetivo último de la creación del hombre varón y mujer: el de salir del propio aislamiento y “egoísmo”, abrirse al otro y, a través del éxtasis temporal de la unión carnal, elevarse al deseo del amor y de la alegría sin fin”.

jueves, 8 de enero de 2009

DONAR LA VIDA

Dentro de pocos días celebraré los doce años “más” de vida de un familiar muy cercano gracias a un transplante de corazón, después de tres meses de ingreso y espera en situación límite. No sé si entonces fui del todo consciente de la grandeza de lo que allí ocurría, pero cada año desde entonces, en torno a esta fecha, vuelvo a pensar en el milagro que ocurrió. Sigo dando gracias a Dios con la misma intensidad que el primer día por la generosidad de los donantes (que por circunstancias extremas fueron dos) y sigo acordándome especialmente de las familias de los fallecidos, que tan generosos fueron en un momento difícil. Nada de esto es fácil, y desde luego, nada de esto es posible sin amor. Juan Pablo II, con ocasión del XVIII Congreso Internacional de la Sociedad de Trasplantes definió la donación de órganos como un auténtico acto de amor. En relación a esto afirmaba que “toda intervención de trasplante de un órgano tiene su origen generalmente en una decisión de gran valor ético: "la decisión de ofrecer, sin ninguna recompensa, una parte del propio cuerpo para la salud y el bienestar de otra persona. Precisamente en esto reside la nobleza del gesto, que es un auténtico acto de amor”. Mucho se está avanzando en la práctica médica para que intervenciones tan especiales se lleven a cabo con las máximas garantías para el donante, y desde luego, no existe ningún problema moral a este respecto, siempre y cuando se realicen con rigor científico y ético. La gratitud y el respeto al equipo médico que lleva a cabo esta cirugía tan complicada se convierten casi en amistad, y resulta gratificante también para ellos ser partícipes de los nuevos episodios de la historia de sus pacientes.
Pero los verdaderos héroes son los donantes, y me gustaría pensar que están todos en el cielo. Son personas anónimas, casi siempre jóvenes, que donan gratuitamente parte de su ser corporal para que otros puedan seguir viviendo. Los donantes y sus familiares, que son los que en esos momentos tan complicados tienen la última palabra sobre la donación. Entiendo que la muerte de un ser querido es un momento de tristeza y de separación dolorosa, y es precisamente entonces cuando tienen que decidir qué hacer con los órganos del difunto. Esta decisión tan importante, sólo puede explicarse desde la generosidad, desde un auténtico acto de amor que es capaz de desprenderse de parte de un cuerpo que será efímero para que siga siendo útil y vital en otra persona. Es el máximo desprendimiento, porque implica desprenderse de parte de uno mismo. En este mundo de la posesión, adquiere un especial significado tanta generosidad. Generosidad motivada por el amor, amor a la vida. Como decía Juan Pablo II en el discurso del mismo congreso antes citado, “entre los gestos que contribuyen a alimentar una auténtica cultura de la vida merece especial reconocimiento la donación de órganos, realizada según criterios éticamente aceptables, para ofrecer una posibilidad de curación e incluso de vida, a enfermos tal vez sin esperanzas.” Y terminaba asegurando que “es preciso sembrar en el corazón de todos, y especialmente en el de los jóvenes, un aprecio genuino y profundo de la necesidad del amor fraterno, un amor que puede expresarse en la elección de donar sus propios órganos”. Queda tarea por delante, el trabajo de seguir defendiendo y amando la vida, expresado de múltiples modos en nuestros días. A todos los que hacen posibles tantos milagros: ¡Gracias!.