jueves, 19 de junio de 2008

EL DÍA DE TU BODA

El matrimonio no es una cuestión baladí, y es verdad lo que tantas veces hemos escuchado antes de nuestra boda que todo pasa muy rápido, que tanto tiempo dedicado a los preparativos se condensan y exprimen en unas pocas horas, que uno no se da cuenta de lo que ocurre a su alrededor ese día...pero esto hace referencia sólo a un día, al momento sacramental y a la celebración posterior, que puede alargarse más o menos en función de las circunstancias.
Pero esto no es todo, de hecho no es casi nada, esto sólo es el comienzo. El día de la boda es necesario y fundamental para iniciar un nuevo matrimonio, para empezar una nueva familia, para crear un núcleo nuevo de amor y convivencia, día imprescindible para el comienzo de esta aventura. Es necesario el sacramento, el signo visible por el que Dios, con su gracia, convierte de manera misteriosa y casi mágica, a un hombre y a una mujer en esposos. Es necesario vivirlo y manifestarlo públicamente, en la comunidad. Son necesarias las palabras “te recibo y me entrego a ti”, para que el matrimonio exista, y todo eso sólo es el comienzo. Un inicio maravilloso y sorprendente (por mucho que se prepare) pero que sólo es el comienzo. Por eso, no importa que todo pase tan rápido. No importa que no hayamos podido disfrutar de todos los invitados como queríamos inicialmente, o que no hayamos percibido cada detalle (de eso se encargaran después las fotos). En realidad, eso no es lo más importante. El día de la boda pasa rápido, pero el matrimonio dura “hasta que la muerte nos separe”, y es entonces cuando podemos darnos cuenta, disfrutar de cada momento, vivirlo intensamente en la realidad de la convivencia y cuidarlo como si de un recién nacido se tratara...y –compartirán conmigo- que éste es un momento gozoso. Y aquí es donde quería llegar, porque entramos en la Iglesia del brazo de nuestro progenitor siendo hija y hermana, y salimos siendo además esposa, y esto no es algo que se aprenda inmediatamente, no existe esa varita mágica que nos dé de modo espontáneo las claves de actuación. Con la gracia del sacramento –que es activa y dura mientras exista el matrimonio- adquirimos las potencias y la fuerza para desarrollar santamente nuestro nuevo cometido, pero hay que ponerlas en juego y –que yo haya descubierto- no existe un manual de instrucciones. Y no me refiero sólo a las tareas domésticas o a poner en marcha una casa que, siendo importante, no es lo fundamental. El meollo de la cuestión estaría en ir haciéndose realmente esposa, mujer, amante. El amor conyugal es sin duda una forma muy concreta de amar,”como Cristo amó a su Iglesia”, es un amor que necesita tiempo, entrega, corporeidad, voluntad, generosidad, complicidad, un amor que se busca en la exclusividad y que al mismo tiempo se abre a los demás, en los hijos cuando Dios quiere, y en todos los que, de un modo u otro, aparecen en el camino. Es un amor que, por novedoso, implica una vocación, una llamada concreta de Dios a vivir el amor de esa forma específica, con esa persona concreta. Y eso no es posible conocerlo antes. Se puede intuir, se puede leer acerca de esa forma de amar, pero es necesario compartirlo para concretarlo y vivirlo en la exclusividad de dos personas que empiezan este camino, y por eso, es necesario ir haciéndose esposa. Aprender a amar, desde el ser mujer, en cuerpo y alma, recibiendo el amor en la entrega corporal, procurando un hogar que favorezca la convivencia y el crecimiento, descubriendo –por qué no decirlo- nuevas formas de rezar y de vivir la intimidad con Dios. Todo esto es ir siendo esposa, y de la misma manera el marido. Cada uno desde su idiosincrasia, aprovechando lo especifico y lo diferenciador de ser hombre y mujer, porque así lo ha querido el Creador, al servicio de la vida. Y sorprende lo natural y fácil que resulta todo cuando se vive de acuerdo con lo establecido en la creación, la belleza de la intimidad y la grandeza del compartir hasta lo más intimo. Ser mujer, siendo esposa, descubriendo cada día la mejor forma de vivir el amor concretado en una persona. Supongo que es un proceso continuo de crecimiento, y estoy segura de que nuestros oyentes estarán de acuerdo conmigo, en que siempre se puede ser mejor esposo o esposa. Nada más, la reflexión sobre el matrimonio era casi obligada hoy, perdón por el atrevimiento de esta reciente esposa.

domingo, 15 de junio de 2008

CAPACIDAD TRANSFORMADORA DEL AMOR

Tendrías que hablar un día de la capacidad transformadora del amor”, me sugirió un buen amigo la otra tarde. La verdad es que inicialmente me pareció un tema complejo y demasiado amplio para esta sección, pero –con su permiso- me atreveré a lanzar algunas ideas al ruedo. Conforme he ido dando vueltas al tema, me he dado cuenta de los diferentes matices de esta afirmación. El amor puede trasformar, no cabe duda, y vamos a hablar hoy del amor humano en todas sus dimensiones, porque es posible el error de focalizar este tema en las relaciones de noviazgo que, siendo un campo muy interesante, es sólo una parte de todo el abanico de posibilidades. Empecemos con algún ejemplo: en el ámbito de la enfermedad, en situaciones difíciles de dolor, el amor de una persona cercana puede transformar el sufrimiento en salvación. Incluso me atrevería a decir que ese amor puede “salvar” la vida, si no –y permítanme esta incursión en un tema más complejo- bastaría con pasarse un día por cualquier unidad de cuidados paliativos para comprobar, cómo el buen trato de los profesionales y el amor de los familiares, transforman milagrosamente los últimos días de los pacientes, entendiendo así la muerte como parte de la vida. ¿Y que me dicen de los buenos amigos?. Seguro que todos tenemos experiencia de esto en algún momento de nuestra vida. Aquel amigo que un día te dio un buen consejo que todavía hoy recuerdas, o ese otro que te enfrentó a la realidad de tu vida, quizá no muy centrada en un momento determinado. Una expresión diferente del amor, el amor de amistad que –como decía Lewis- es el menos celoso de los amores. Y qué decir de la capacidad de transformación del amor en el entorno donde se manifiesta ese amor. Vayamos, por ejemplo, a las primeras comunidades cristianas “¡mirad cómo se aman!” decían los entonces llamados paganos. El amor entre los primeros seguidores de Jesús se presentaba de forma tan atrayente, con ese “alborotado amor silencioso” que transformaba el corazón de los que estaban con ellos. Aquí parece estar una de las claves. El amor vivido, personificado, ¡concretado!, es capaz de suscitar interrogantes, de mover almas, de trascender lo humano y aproximarse a lo divino para desde ahí, provocar el cambio. Y empezaríamos a hablar ahora del amor de Dios, al que hemos llegado de una forma natural por este camino. El Amor de Dios hacia cada una de los hombres, criaturas creadas, es único, exclusivo, irrepetible, y ése saberse amado profundamente, con toda la torpeza y el pecado, es lo que trasforma al hombre. Por aquí llega la conversión, si el hombre se descubre personalmente amado, nada a su alrededor puede importar, todo adquiere unas dimensiones nuevas, relativas. Y por esto, frente al inmovilismo que hoy parece imperar en nuestra sociedad, que muchas veces es determinismo, el Amor abre una nueva vía de cambio. Si la enfermedad y el dolor es aparentemente malo, saberse amado también en ese sufrimiento, sin cambiar un ápice su dignidad ni reconocimiento, no sólo reconforta, si no que –como decía antes- transforma esa situación en momento de salvación.
Por lo tanto, el amor personificado, el hecho concreto de amar a alguien, tiene que llevar al ser amado a la trascendencia, a la superación de lo corpóreo y la reducción espacio-temporal, que versa sobre lo espiritual y el alma. El verdadero amor habla de eternidad y sólo Dios es eterno, por eso cuando se ama a alguien de verdad, la conexión es directa con la trascendencia y para un cristiano con Dios. El amor de Dios manifestado en su hijo Jesucristo que murió por Amor en la cruz.¡Cómo vamos a dudar de la capacidad transformadora de ese amor! que salvó al hombre definitivamente del pecado y le abrió las puertas del Amor Eterno!. Como ven un tema complicado, y apasionante, que dará, sin duda, para otros comentarios.

sábado, 14 de junio de 2008

ENAMORARSE

Hablábamos el otro día de una religiosa cautivada por el amor de Dios, dispuesta a dar su sí definitivo. Increíble historia de Amor, pero ¿qué amor cautiva a las mujeres?. Para los técnicos de las palabras, formularé de manera más precisa esta pregunta ¿qué enamora a una mujer?. Porque coincidirán conmigo, queridos oyentes que el enamoramiento es una forma inicial de amor, una primera aproximación, el inicio frágil y a veces engañoso del verdadero amor.
Enamorarse es propio del ser humano, los animales no saben hacerlo, se mueven sólo por el instinto; es verdad que algunas especies ejecutan todo un ritual de aproximación, pero nada más lejos del enamoramiento humano, son sólo movimientos, sonidos y fragancias que despiertan –nunca mejor dicho- el instinto animal.
El enamoramiento pone en juego muchas capacidades del ser humano, la creatividad, la posibilidad de admirarse y sorprenderse, la imaginación, la esperanza...Muchas veces la sociedad hace que nos olvidemos de esta increíble etapa del conocimiento de un hombre y una mujer. Los nuevos modelos que se presentan como auténticos están presentando formas de atracción más propias de animales, del instinto, de las pasiones mal entendidas, del cortejar para conseguir un fin sin desarrollar la capacidad de amor y entrega, pero esto, sobra decirlo, son sólo engaños que reducen y empequeñecen al hombre.
Cada hombre tiene una especial y única forma de enamorarse, cada aproximación es una historia minuciosamente trazada por dos personas que se encuentran; en las relaciones humanas, cada uno tiene que descubrir su propio camino. Aunque nos quieran imponer lo contrario, aunque a veces parezca que la única forma de enamorarse es la dictada en el último estreno de cine, o en la teleserie de turno, no nos dejemos engañar; no existe un “patrón de enamoramiento”, aunque al final el enamoramiento despierte en cada uno la misma inquietud de búsqueda y conocimiento
Un hombre se enamora de la belleza, del estilo; habitualmente, un hombre se deja seducir por el aspecto externo, y desde ahí inicia una relación que procura el trato y lleva al conocimiento. Es difícil que un hombre se acerque inicialmente a una mujer que no tenga un encanto especial, y con esto no me refiero exclusivamente a la belleza física. Sé que afirmando esto generalizo, y espero que nadie se sienta ofendido, pero díganme si no, por qué ese afán desmedido de algunas mujeres por cuidar su aspecto externo o estilizar su figura.
Una mujer llega al enamoramiento con el trato, transcurrido un tiempo desde el primer encuentro. La sensibilidad femenina tiende a la protección, a la seguridad, al darse poco a poco, al tanteo. Por eso, no es fácil que una mujer se entusiasme inicialmente en una relación. Existen los amores platónicos de juventud, ese amigo de tu hermano mayor que te sonríe y que despierta las primeras ensoñaciones; pero el enamoramiento como forma de conocimiento implica un camino más lento. La seducción del comienzo es siempre motivada por el afán de descubrir alguien interesante con el que se pueda compartir una parte de uno mismo; a veces sin grandes pretensiones, y no siempre aspirando al máximo, pero que nos comprenda y entienda y con quién podamos mostrarnos como somos. Cuando eso se descubre, en el ámbito de la seguridad ofrecida, surge entonces el enamoramiento, esa forma de amor loco y a veces infantil que sólo reconoce lo bueno de la otra persona y que no es capaz de ver más allá de esa relación iniciada.
Formas diferentes de enamorarse, caminos diferentes para cautivar. Aunque en la sociedad actual se tienda a igualar también ese matiz de sensibilidad, creo que muchas mujeres estarán de acuerdo conmigo.
En cualquier caso, para el hombre y para la mujer, el enamoramiento es sólo la primera forma de amar, una forma de aproximación, una etapa de amor humano que hay que superar para hacer crecer el amor, pero de esto hablaremos otro día. Para terminar un consejo que oí un día en una conferencia de un buen psiquiatra y que va especialmente dirigida a los jóvenes que nos escuchan: “por favor, no os caséis enamorados”.

MADRES E HIJAS

¿Conocen el síndrome de Peter Pan?, es un término con el que se designa coloquialmente a los adultos que no quieren crecer. Y no me extraña, quizá todos quisiéramos ser alguna vez ese amable personaje de Walt Disney. Pensaba en Peter al recordar la infancia, los primeros años de vida, y pensaba en eso al acordarme de mi madre. Quizá yo también quiera ser hoy un poco Peter Pan. Es intensa la relación de la madre con los hijos, no cabe duda. Decía un psicólogo que el abrazo de una madre es acogida, recuerda al hogar. Ahondaba él en el desarrollo del embrión en el seno de la madre y afirmaba que al nacer, el niño llora si se le separa de ella. Encontraba una explicación muy lógica. Durante 9 meses de gestación, de maravilloso entretejido de cada órgano el niño/embrión tiene una magnífica banda sonora, el latido constante del corazón de su madre, con muchos ritmos según el momento. Crece al ritmo de ese único marcapasos, el perfecto cronómetro para el discurrir de cada uno de sus días en esa habitada cintura. Y como no podía ser de otra forma, separarse de eso es alejarse del hogar, romper el vínculo de unión perfecta. Cortar el cordón umbilical es separar de repente 9 meses de intensa y dependiente convivencia. Por eso, pensando sólo en ese don físico, ser madre es único. Visto así parece claro que el niño busque nada más nacer el pecho de su madre para sentirse protegido y en casa. Vendrán después los tiempos de crecimiento fuera del útero, los primeros pasos, las palabras balbuceantes que anuncian grandes conversaciones, los vestidos, peinados y lazos. Los primeros disgustos y contrariedades. Todo eso de forma inexorable. Es parte del crecimiento.
Pienso que aquí, una vez más, el matiz es diferente y concreto para una hija, y esto es válido también para las familias en las que los vástagos femeninos se pueden contar en plural. Cada relación materno-filial es única, y cada una adquiere matices diferentes.
No es fácil pensar en esto sin ser subjetivo, cada uno tenemos una madre y nuestra visión concreta dependerá de la propia experiencia personal . Creo que llega un momento en el que podemos empezar a hablar de nuestra madre, un momento concreto en el que ponemos palabras a todo lo que acontece y ha acontecido en torno a nuestra madre. Y suele coincidir que ese es el momento en el que de corta definitivamente el cordón umbilical, años después ( a veces muchos) del alumbramiento inicial.
Y si no piensen, ¿eran conscientes de lo que suponían sus madres en la infancia?. Los recuerdos coincidirán más o menos: una mujer guapa, (¡todas las madres han sido para nosotros las más guapas del mundo!), cariñosa, trabajadora, siempre pendiente de cada uno de nuestros pasos y con la extraña capacidad de hacer varias cosas a la vez...Cuando somos pequeños, todos –salvo alguna dolorosa excepción- tenemos una visión mas o menos idealizada de nuestras madres. Es la imagen fundida con el recuerdo y algunas fotografías, los únicos testigos de esta etapa de la relación con nuestra madre.
Después viene la adolescencia y juventud, cuando la madre empieza a poner normas, a llevar la contraria, a acotar nuestras actividades preocupándose, si cabe mucho más de nuestro crecimiento personal. Y es ahí donde las hijas intentan “igualarse” a sus madres, buscando artificialmente la complicidad de una amiga, intentando en más de una ocasión evitar palabras contrarias a su propia voluntad, y eso es propio de las hijas, y es característico ese “coqueteo” con los adultos a través de la madre. Y hay madres que intentándolo hacer mejor, caen en ese juego a veces maliciosamente pensado. Y es que en esa edad especialmente una madre tiene que ser eso precisamente: madre, queriendo a sus hijos sin limitaciones, entregando su vida completamente, imponiendo en el mejor sentido de la palabra las buenas costumbres y ganando el respeto de sus hijos...en definitiva, educando a sus hijos permitiéndoles ser libres e independientes. Y eso es lo que –aunque no lo sepamos en el momento- buscamos los hijos, y aún más las hijas. Buscamos en la madre la seguridad del camino bien recorrido, el amor absoluto y gratuito, el modelo de feminidad, el futuro presentado como posible y apasionante...pero a esta edad, en la adolescencia, tampoco sabemos ponerle palabras.
Sólo cuando maduramos esta relación, crecimiento necesario en ambas partes, somos capaces de poner palabras a tantas cosas vividas. Suele coincidir este momento con la marcha del hogar o con la independencia conquistada debajo del mismo techo.
Cuando la distancia afectiva permite valorar toda la grandeza de una madre, crece el amor real y se fortalece la relación materno-filiar. Cuánto más cuando la hija se convierte en madre y comparte con ella el don de engendrar una nueva vida.
Retales estos un poco desordenados que entretejen un todo complejo.
Hoy, viernes ya, es el cumpleaños de mi madre. Si me lo permite voy a felicitarle en este día especial. Que el agradecimiento que desde aquí quiero hoy enviarle por tanto recibido sea extensible a todas las madres que nos escuchan. Va por ellas!