lunes, 26 de enero de 2009

EL MATRIMONIO ES HUMILDAD

Leía el otro día la ponencia ofrecida por Rainiero Cantalamessa en torno al VI Encuentro Mundial de las Familias que se ha celebrado en México. No tiene desperdicio, es asombrosa la visión que da del matrimonio y de la intimidad conyugal. Les animo a que si tienen un rato disfruten con su lectura. Entre las distintas reflexiones, me quedo con una para compartir con ustedes esta noche acerca de la humildad, y el matrimonio. “El matrimonio nace bajo el signo de la humildad; es el reconocimiento de dependencia y por lo tanto de la propia condición de criatura. Enamorarse de una mujer o de un hombre es realizar el acto más radical de humildad”. Sorprende leer esta frase en un mundo defensor a ultranza de la autonomía y de la independencia, que defiende el individualismo en el matrimonio para conseguir la autorrealización personal. Entre los jóvenes se rechaza la idea del matrimonio entre otras cosas porque supone una mal entendida renuncia a uno mismo, para pasar a depender de otro, en las decisiones más triviales y también en las que van configurando a la persona. Por eso en parte se retrasa el compromiso. Y la lectura iluminada desde la trascendencia y el proyecto de Dios es radicalmente opuesta: es necesario un acto de humildad. Primero para enamorarse, para aceptar que ya no eres sólo tú, es más, para constatar cada día que tu felicidad ya no depende de ti, si no del otro; para ser consciente de que ya no eres tú si no un yo en relación con otro; para –como también afirmaba el padre Cantalamessa “hacerse mendigo y decirle al otro: “No me basto a mí mismo, necesito de tu ser””.

Algo de esto intuía el poeta Pedro Salinas en sus versos:

Que alegría vivir
sintiéndose vivido.
Rendirse
a la gran certidumbre, oscuramente,
de que otro ser, fuera de mí, muy lejos,
me está viviendo.
Que hay otro ser por el que miro el mundo
porque me está queriendo con sus ojos.
Que hay otra voz con la que digo cosas
no sospechadas por mi gran silencio
”.

Una vez más el arte nos permite abrirnos a una dimensión trascendente y nos da otra clave en relación con esto: la alegría. Sentirse amado, necesitado del amor exclusivo de alguien, sentirse pobre mendigo que necesita de otro para mirar el mundo o decir las mejores palabras, sólo puede ser fuente de alegría. Aunque cueste un poco entenderlo, vivir con humildad el amor nos hace salir de nosotros mismos, de nuestros pensamientos, de nuestras decisiones y de nuestros proyectos, para abrirlos a otra realidad más grande que es el otro, persona amante y al Otro, ser superior, fuente del Amor más grande. Nos sitúa en nuestra verdadera realidad de seres incompletos, que necesitan de “algo más” para alcanzar la plenitud. Y este es, según el predicador de la casa pontificia, el sentido del amor conyugal, “revelar el verdadero rostro y el objetivo último de la creación del hombre varón y mujer: el de salir del propio aislamiento y “egoísmo”, abrirse al otro y, a través del éxtasis temporal de la unión carnal, elevarse al deseo del amor y de la alegría sin fin”.

jueves, 8 de enero de 2009

DONAR LA VIDA

Dentro de pocos días celebraré los doce años “más” de vida de un familiar muy cercano gracias a un transplante de corazón, después de tres meses de ingreso y espera en situación límite. No sé si entonces fui del todo consciente de la grandeza de lo que allí ocurría, pero cada año desde entonces, en torno a esta fecha, vuelvo a pensar en el milagro que ocurrió. Sigo dando gracias a Dios con la misma intensidad que el primer día por la generosidad de los donantes (que por circunstancias extremas fueron dos) y sigo acordándome especialmente de las familias de los fallecidos, que tan generosos fueron en un momento difícil. Nada de esto es fácil, y desde luego, nada de esto es posible sin amor. Juan Pablo II, con ocasión del XVIII Congreso Internacional de la Sociedad de Trasplantes definió la donación de órganos como un auténtico acto de amor. En relación a esto afirmaba que “toda intervención de trasplante de un órgano tiene su origen generalmente en una decisión de gran valor ético: "la decisión de ofrecer, sin ninguna recompensa, una parte del propio cuerpo para la salud y el bienestar de otra persona. Precisamente en esto reside la nobleza del gesto, que es un auténtico acto de amor”. Mucho se está avanzando en la práctica médica para que intervenciones tan especiales se lleven a cabo con las máximas garantías para el donante, y desde luego, no existe ningún problema moral a este respecto, siempre y cuando se realicen con rigor científico y ético. La gratitud y el respeto al equipo médico que lleva a cabo esta cirugía tan complicada se convierten casi en amistad, y resulta gratificante también para ellos ser partícipes de los nuevos episodios de la historia de sus pacientes.
Pero los verdaderos héroes son los donantes, y me gustaría pensar que están todos en el cielo. Son personas anónimas, casi siempre jóvenes, que donan gratuitamente parte de su ser corporal para que otros puedan seguir viviendo. Los donantes y sus familiares, que son los que en esos momentos tan complicados tienen la última palabra sobre la donación. Entiendo que la muerte de un ser querido es un momento de tristeza y de separación dolorosa, y es precisamente entonces cuando tienen que decidir qué hacer con los órganos del difunto. Esta decisión tan importante, sólo puede explicarse desde la generosidad, desde un auténtico acto de amor que es capaz de desprenderse de parte de un cuerpo que será efímero para que siga siendo útil y vital en otra persona. Es el máximo desprendimiento, porque implica desprenderse de parte de uno mismo. En este mundo de la posesión, adquiere un especial significado tanta generosidad. Generosidad motivada por el amor, amor a la vida. Como decía Juan Pablo II en el discurso del mismo congreso antes citado, “entre los gestos que contribuyen a alimentar una auténtica cultura de la vida merece especial reconocimiento la donación de órganos, realizada según criterios éticamente aceptables, para ofrecer una posibilidad de curación e incluso de vida, a enfermos tal vez sin esperanzas.” Y terminaba asegurando que “es preciso sembrar en el corazón de todos, y especialmente en el de los jóvenes, un aprecio genuino y profundo de la necesidad del amor fraterno, un amor que puede expresarse en la elección de donar sus propios órganos”. Queda tarea por delante, el trabajo de seguir defendiendo y amando la vida, expresado de múltiples modos en nuestros días. A todos los que hacen posibles tantos milagros: ¡Gracias!.