sábado, 30 de agosto de 2008

AMOR EN CLAUSURA

Ayer tuve la suerte de conversar durante un buen rato con un grupo de monjas de clausura de la ciudad en la que vivo. Todos los días paso por delante del convento y algunas mañanas participo con ellas en la Santa Misa. Conocía sus voces dulces y acompasadas, pero no podía imaginarme sus caras. Ayer nos recibieron a mi marido a mí para pasar un rato con ellas. Si tuviera que escribir una crónica periodística de este encuentro se llamaría sin duda “AMOR entre rejas”. Por eso, por tratarse de una forma de amor, y de forma muy resumida, compartiré también con ustedes algunas pinceladas.
La cita fue en el refectorio, como de costumbre, después de habernos facilitado la llave del portón a través del torno. Una mesa camilla con dos sillas en una habitación fría pero acogedora, delante de una ventana de madera con rejas. Tabique grueso que habría otro ventanuco hacia la habitación donde nos esperaban las religiosas. La mayoría jóvenes, especialmente sonrientes, guapas, con mirada curiosa y sencilla....primera impresión emocionante. En la sala donde estábamos nosotros un texto escrito: Hermano: una de dos o no hablar o hablar de Dios. Y ese fue el hilo conductor de nuestra conversación: Dios.
Nos preguntaron muchas cosas de nuestra vida matrimonial y de las dificultades del “exterior”, aunque muchas ya las conocen. Impresiona comprobar cómo saben más de lo que acontece fuera que nosotros mismos. Cuando salen, por motivos médicos o licencias especiales, perciben y captan la realidad de un modo único y exclusivo, quizá por eso de tener un corazón abierto y receptivo. Toda la información que les llega a través de sus familiares y bienhechores, la asumen y acogen como propia, siendo partícipes y miembros “activos” del mundo en el que viven. Sorprendente.
También ellas nos contaron muchas cosas de su vida. En el convento hace frío, mucho frío (y doy fe de ello), pero no les preocupa. El hábito que llevan pesa unos 7 kilos y en él se refugian en el tiempo invernal. Mismo hábito en verano, cuando todos buscamos prendas frescas y cómodas. No les importa, soportan muy bien el calor. Sólo cuando salen a trabajar en la huerta se dan cuenta de que quizá estarían mejor con un poco menos de ropa. Ayunan más meses que los que no lo hacen, respetando por supuesto los domingos y solemnidades, “que para eso son fiestas”.
Rezan continuamente y por todos, por lo que conocen y por lo que no, por las intenciones personales que se les encomiendan. Rezan también trabajando. Su vida es para Dios. Entregada completamente a Él. Sorprende su sencillez y aparente ingenuidad, que no es en ninguna medida simpleza o debilidad. Son fundamentalmente felices y eso se les nota. Desbordan una alegría que no se ve en otros sitios fácilmente. Y ellas lo tienen muy claro: “a nosotras nos basta con el Amor de Dios”, ese amor que les sustenta cada día y les hace permanecer durante toda su vida entre cuatro paredes. Las jóvenes reflejaban la alegría propia de los primeros años, el descubrimiento de la vocación y las mayores, la felicidad de la sabiduría y la paz interior.
Increíble también su humildad, están ahí porque Dios lo ha querido, esa es su vocación, ni son más ni menos. No se consideran extra-terrestres por esto. Es más, nos animaban a vivir con la misma intensidad nuestra vocación matrimonial, nuestro testimonio en medio del mundo. Porque son conocedoras de las dificultades de la familia cristiana hoy en día y saben también que Dios llama de forma concreta a cada uno. Aman todas las vocaciones porque aman a Dios, y desde su silencioso escondite cuidan de todos los caminos posibles en la Iglesia. Aman a todos porque su forma concreta de vivir la castidad en el celibato, les permite tener un corazón absolutamente entregado a todos. Aman a la Iglesia a la que pertenecen, al Papa, a los sacerdotes y a cada uno de los fieles. Aman sin parar, y sin descanso, porque viven directamente del Amor de Dios, y así nos lo manifestaron.
Amor entre las rejas, amor libre que les conecta con el exterior desde el convento en el que viven: es lo que se respiraba. Un amor puro, reconfortante y sobretodo muy alegre. Toda una experiencia de Amor.

martes, 19 de agosto de 2008

EL TALLER DEL ORFEBRE

Leo estos días una obra publicada en 1960 por Karol Wojtya, “El taller del orfebre”. Narra la historia de tres jóvenes parejas de esposos que experimentan el esplendor y también la oscura noche, a veces lacerante, del amor humano. Interesante obra que aprovecho para recomendar a nuestros oyentes. El párrafo que a continuación leo pertenece a la historia de Ana y Esteban, matrimonio que experimenta la decepción y el desengaño, en forma de una primera grieta en su amor, y que a cada instante parece separarse más. Para situarles en la narración, les diré que Ana acaba de pasar por la tienda de un orfebre dispuesta a vender su alianza matrimonial. El orfebre examinó el anillo, lo sopesó largo rato entre los dedos y me miró fijamente a los ojos. Leyó despacio la fecha de nuestra boda, grabada en el interior de la alianza. Volvió a mirarme a los ojos, puso el anillo en la balanza...y después dijo: “esta alianza no pesa nada, la balanza siempre indica cero y no puedo obtener de aquella ni siquiera un miligramo. Sin duda alguna su marido aún vive- ninguna alianza, por separado, pesa nada-sólo pesan las dos juntas. Mi balanza de orfebre tiene la particularidad de que no pesa el metal, sino toda la existencia del hombre y su destino”.Curioso y profundo comentario el del Orfebre, que parece representar la figura de Dios, y lógicamente tiene que ver con la alianza y con los signos.
Recuerdo que durante la preparación de mi matrimonio, el sacerdote se preocupó de que entendiéramos el significado de los signos que iban a estar presentes en la celebración. Las alianzas, decía (y espero no equivocarme), son el signo de vuestro amor, tiene forma circular y perfecta, pulida, sin principio ni fin, eterna, como vuestro matrimonio, que es para siempre. Hace referencia también a la alianza que Dios hace con vosotros y si os fijáis en su forma, es parecido al brazalete que llevaban “los siervos”. La alianza es también signo de pertenencia, de posesión en libertad, de unidad.
Y es verdad, antes de la boda, las alianzas descansan juntas en una caja más o menos lujosa, no tienen valor por sí solas, separadas no valen nada, como mucho su peso en oro. Después del sacramento del matrimonio, adquieren un peso específico, propio, definitivo, que les confiere la unidad de dos personas en el amor. Es un signo del amor, como signo es el amor del hombre y la mujer unidos en matrimonio.
Reconozco que a mí, al principio me costaba llevarla, asustada por la responsabilidad que supone mantenerla intacta. Progresivamente he ido haciéndome a ella y creo que ahora ya sería muy difícil prescindir de ella. Pienso también que habrá momentos en los que apriete o resulte molesta y supongo que llegará la tentación de esconderla. Por eso me ha parecido interesante el texto que les he relatado al principio. No podemos prescindir de la alianza, porque no podemos prescindir del amor, y todo lo que eso conlleva. Aunque sean momentos duros, la alianza nos recuerda el amor eterno que un día confiamos a Dios y que él bendijo, proyectándonos hacia el futuro en una aventura desconcertante y a veces difícil. Por eso también son tan importantes los signos, porque nos recuerdan lo auténtico y verdadero que hay detrás de los momentos concretos que pueden oscurecer el valor real de las cosas. La alianza esconde toda la existencia del hombre, y su destino. Que en términos de Dios y de vocación, será siempre el Amor.

sábado, 2 de agosto de 2008

NOVIAZGO EN FEMENINO

“La primavera la sangre altera”, dicho popular que se ha utilizado muchas veces, para hacer referencia al coqueteo que los hombres y las mujeres inician con más frecuencia en esta época del año. A lo mejor es casualidad, y no creo que haya estudios científicos que avalen esta afirmación, pero en los últimos días han sido varias las personas que me han dicho que habían conocido a gente “interesante”. Y pienso que probablemente esto se deba a una mayor “exposición” de nosotros mismos en estos tiempos primaverales, y no me vayan a entender mal. Después de las bajas temperaturas del invierno que invitan a retiradas tempranas al cálido hogar, el inicio de la primavera supone que empieza el buen tiempo, se alarga el día y nos vamos deshaciendo de las múltiples capas que nos han abrigado en los meses previos. Como consecuencia de esto, salimos a la calle, y “nos dejamos ver más”, incluso nos animamos a tomar unas cañitas con los compañeros al salir del trabajo. Y así surgen las relaciones. Parece lógico. La primavera la sangre altera, o lo que es lo mismo, en primavera “entramos en juego”. Porque eso es una de las cosas necesarias para empezar una relación de noviazgo, ponerse en juego, mostrarse, dejarse ver, coquetear en el buen sentido de la palabra, y a fin de cuentas, estar en el tablero. Y todo esto además con un matiz muy especial para la mujer, motivo que hoy nos ocupa en este espacio radiofónico ¿no lo creen así?. Comentando este tema el otro día, descubrí más detalles sobre el importante papel de la mujer en este juego (permítanme expresarme en estos términos). La mujer, por su sensibilidad exquisita, es capaz de sentirse atraída por la belleza y el bien, más allá del aspecto externo, algo que tradicionalmente ha sido más difícil en el hombre. Al mismo tiempo, por su feminidad y su encanto propio (que no siempre es belleza según los cánones establecidos), sabe mostrar sus mejores cartas y coquetear con gracia atractiva y sugerente. Y en este empezar a jugar del que hablamos, destacaría también su prudencia, que habitualmente le permite establecer la distancia necesaria para ir ganando en intimidad, sin que la situación pueda resultar forzada o incómoda en un momento dado. Y todo esto amenizado con altas dosis de creatividad y ternura. Por eso es tan importante el papel de la mujer cuando se empieza una relación.
La sociedad en la que vivimos no siempre establece diferencias en la forma de relacionarse, y a veces es difícil establecer el límite en las relaciones afectivas entre hombre y mujer, diferenciando la amistad del noviazgo, o de la simple atracción sexual puntual y carente de compromiso. Y este hecho cada vez se da más, y resulta más difícil establecer criterios para vivir esta realidad entre los jóvenes. Pues bien, es aquí donde la mujer tiene un papel primordial, y precisamente-creo- por todo lo dicho antes: por su sensibilidad, su atractivo natural, su prudencia, su ternura y creatividad. Después de la atracción mutua inicial y necesaria entre el hombre y la mujer (que puede ser en el marco del aspecto físico, intelectual o afectivo), la mujer puede con una habilidad natural y cierta picardía marcar con inteligencia los tiempos, evitando la sola atracción física o el impulso inicial, ahondando en el ser más profundo del hombre, provocando conversaciones de temas más comprometidos y personales, hablando con sencillez de los temores y fragilidades....en definitiva, de ir estableciendo una relación. Me decía una vez un amigo que el éxito de su noviazgo había estado en su novia, por lo fácil que había hecho situaciones más comprometidas, y por lo bien que había ido marcando los tiempos, algo que –afirmaba convencido- resulta más difícil a los hombres, por su impulsividad habitual.
Quizá deberíamos esforzarnos en marcar diferencias, precisamente ahora que todo tiende a la igualdad. La mujer tiene un potencial único para cuidar especialmente las relaciones de noviazgo, precisamente por su feminidad. El hombre –lógicamente- deberá también ser parte activa de la relación, pero no nos referimos a él ahora. Si educamos para que la mujer sea mujer en todos los ámbitos, y especialmente en sus relaciones personales, afectivas y siempre sexuadas, quizá contribuyamos al éxito de los nuevos noviazgos. Sé que todo esto es políticamente incorrecto, y perdonen una vez más mi atrevimiento. Pero creo que algo de verdad puede haber en esta reflexión. Juzguen ustedes.