jueves, 24 de julio de 2008

MATRIMONIO: DESPREOCUPARSE DE LA PROPIA FELICIDAD

Me acordaba estos días de la primera conversación que tuve con quien hoy es mi marido. Ocurrió en la boda de unos amigos comunes; de fondo sonaban unas jotas navarras y la conversación empezó como tenía que comenzar. Después de las presentaciones de rigor, la invitación a un café –todavía estábamos en los postres- fue el mejor inicio de esta aventura apasionante. Hablamos del matrimonio, de la felicidad y de pasárnoslo bien. Términos que, aunque parece evidente que siempre deban ir juntos, muchas veces se separan provocando el caos. Alguna de las ideas del matrimonio, sin que ustedes quizá lo supieran, ya hemos ido comentándolas en esta sección. Quería hoy ahondar en el tema de la felicidad y de disfrutar con el conocimiento interpersonal. Hablamos en aquella ocasión de la tranquilidad que suponía el matrimonio para el estado personal de felicidad. Cuando uno se casa, deposita el cuidado de su felicidad en la otra persona, es decir, no tiene que preocuparse por ser feliz, porque hay alguien dedicado exclusivamente a ese cometido, a través del amor único y absoluto. Planteado así, podíamos pensar en un rentable negocio. Pero piénsenlo ahora desde la otra perspectiva: cuando uno se casa adquiere el compromiso ineludible de hacer feliz a la otra persona, procurando en cada instante su bien y su estado de gracia en la felicidad. Visto así quizá pueda parecernos un reto inalcanzable, ¡menuda tarea! Entregarse en el matrimonio también es esto, despreocuparse de la propia felicidad, porque sabemos que otro se preocupa de nosotros. Y si damos un paso hacia la trascendencia y vemos en el otro la Presencia de Dios que nos manifiesta de este modo concreto su amor, ese alguien no puede sino asegurarnos un estado de completa y absoluta felicidad. El problema estaría en que el hombre es habitualmente egoísta, y está constantemente interpelado sobre su propio estado de bienestar: cuida tus espacios y tus tiempos, busca momentos “sólo para ti”, si no te cuidas tú nadie lo va a hacer por ti.....todos estos mensajes nos bombardean cada mañana, incluso en la caja de los cereales. Y es ahí donde surge la fractura, porque cuando estamos más preocupados de nosotros que de la persona amada, olvidamos nuestro cometido principal que radica en amar procurando la felicidad del otro.
Y esto que puede parecer complicado se resume fácilmente en una idea clave: hay que pasárselo muy bien. En el juego del amor, desde los primeros pasos en la aproximación inicial, hasta los últimos alientos en la senectud, hay que disfrutar y pasárselo bien. Creo que ahí está la clave, si no se hace así, es fácil caer en la apatía y en la monotonía.
Piensen en los tiempos de noviazgo, las inseguridades propias del momento y las torpezas del desconocimiento, si no se transforma en un momento “divertido”, de goce y de alegría se convierte en un momento que puede resultar a veces complicado. Es el momento de máximo disfrute con las pequeñas cosas que se van descubriendo como si de tesoros se trataran.
Y los primeros años de matrimonio, con las incomodidades propias de empezar a compartir una vida, que pueden resultar hasta jocosas si se miran desde este prisma de convertir todo momento en felicidad; y no digamos nada de los primeros hijos y la ilusión incluso de esperarlos, ¡cómo no va a ser eso un motivo de alegría!
Pero no me quiero olvidar de los matrimonios “adultos” de esos que celebran ya sus aniversarios por decenas. Matrimonios felices sustentados en la fortaleza que da la vida compartida, y bien amada. Quizá la felicidad menos explosiva pero más consolidada. Recuerdo una escena de una película que a lo mejor también recordaran: “el violinista en el tejado”. Uno de los últimos fotogramas tenía como fondo una casa, en el tejado estaban una pareja de felices y jóvenes enamorados y en la terraza, un poco más abajo, un matrimonio anciano, simplemente próximos el uno al otro, pero con el reflejo de la más absoluta felicidad en sus arrugadas caras. Sirva esta imagen para remarcar esta idea: en cualquiera de las etapas del amor humano entre un hombre y una mujer “el secreto” está en , a través del amor entregado, procurar la felicidad, en pasárselo muy bien. Y ya supondrán que no todo será un camino de rosas, y que por supuesto no me refiero a una felicidad vacía y sólo exterior. La felicidad de la que hablamos nace en lo más profundo de cada uno de nosotros, y tiene mucho que ver con el Amor con mayúsculas y con el Bien. Los matrimonios cristianos hoy nos tenemos que caracterizar por nuestra alegría, ¡también los novios cristianos tienen que ser testimonio de felicidad!, porque el amor, el conocimiento y la entrega, cualquier relación bien vivida, sólo pueden ser motivo de felicidad, y esto hay que anunciarlo con la alegría.

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