miércoles, 30 de julio de 2008

HOGAR DULCE HOGAR

Pensaba yo esta semana en la importancia del hogar. Recuerdo una conversación meses antes de casarme en la que un buen amigo me hablaba de la importancia de crear hogar, de construir cada día el hogar, y de la importancia de cuidar desde los primeros días ese lugar privilegiado donde habita la familia. Y creo que ahora empiezo a entender el porqué de estas sabias recomendaciones. Confieso que el mérito no es mío, sino provocado por la oración principal de la bendición de la casa que hemos tenido la suerte de celebrar este fin de semana. “Padre bueno, te pedimos que bendigas esta casa y a cuantos viven en ella: que haya siempre en este hogar amor, paz y perdón; concede a sus moradores suficiencia de bienes materiales y abundancia de virtudes; que sean acogedores y sensibles a las necesidades de los demás; que esta casa sea en verdad una iglesia doméstica donde la Palabra de Dios sea luz y alimento, y que la paz de Cristo reine en sus corazones hasta llegar un día a tu casa celestial”.
Quizá todavía estén pensando cuál es la relación de este tema con el amor, pero creo que tiene su sentido. El hogar, la casa transformada para acoger una nueva familia, es el lugar donde se fundamenta y fortalece el amor humano. Inicialmente es el amor esponsal en los recién casados, que aprenden a compartir por primera vez espacios antes exclusivos de la intimidad personal; es el lugar de profundas y largas conversaciones sobre las alegrías, sorpresas y dificultades propias de los comienzos. Es el espacio privilegiado, testigo del amor conyugal. En el hogar crece y se fortalece el amor de los esposos. Y ese hogar hay que hacerlo, hay que protegerlo, hay que mimarlo, como si de una obra de arte se tratara. Porque cada hogar es único, fiel reflejo de sus moradores., que lo van creando y embelleciendo cada día con una nueva pincelada. Y ese es el secreto, transformar las vigas y paredes que constituyen una casa en un lugar único y peculiar de una nueva familia, donde se viva la alegría, la ternura, la intimidad, el perdón, la compañía, los momentos difíciles... y por supuesto, y por eso mismo el Amor.
Y todo esto, y como consecuencia de ese amor vivido y fundamentado en lo esencial, una casa abierta a todos, donde todos tengan cabida. Un hogar abierto de par en par a los hijos, que llegarán desmontando quizá el orden y la paz inicial, pero que abrirán nuevos caminos para amar y seguir creando hogar. El hogar y la familia es el primer lugar en donde el niño siente la protección y el amor gratuito, donde aprende las primeras muestras de cariño, donde se siente amado y donde empieza a amar. Un hogar abierto a tantos amigos con los que compartir los dones recibidos, donde compartir la vida, donde acompañar la tristeza y disfrutar de la amistad. No podemos cerrar nuestras casas por comodidad o por vergüenzas poco fundamentadas. No hace falta tener un palacio para recibir a la gente, no hace falta tener la mejor vajilla ni siquiera un espacio óptimo. Un hogar estará siempre abierto tal y como es: hogar, con su espacio y sus cosas concretas, dones todos inmerecidos a disposición completa del que quiera compartirlos así. Vencer inicialmente el orgullo legítimo de querer mostrar nuestra cara más perfecta es la mejor forma de seguir haciendo crecer el hogar. Y seguirá creciendo, seguro. Y una casa abierta, por supuesto, a todo el que la necesite.
Y por último, y fundamental, un hogar abierto al Huésped principal, fuente primera e inagotable del Amor. Por eso tiene sentido también cultivar su amor dentro del hogar, procurando ratos de oración en la habitación o en el salón, buscando el mejor espacio y respetando el silencio habitado. Crear así hogar es también hacer comunidad, iglesia doméstica.
Hogar, espacio transformado por el Amor, abierto al amor. He ahí el reto.

jueves, 24 de julio de 2008

MATRIMONIO: DESPREOCUPARSE DE LA PROPIA FELICIDAD

Me acordaba estos días de la primera conversación que tuve con quien hoy es mi marido. Ocurrió en la boda de unos amigos comunes; de fondo sonaban unas jotas navarras y la conversación empezó como tenía que comenzar. Después de las presentaciones de rigor, la invitación a un café –todavía estábamos en los postres- fue el mejor inicio de esta aventura apasionante. Hablamos del matrimonio, de la felicidad y de pasárnoslo bien. Términos que, aunque parece evidente que siempre deban ir juntos, muchas veces se separan provocando el caos. Alguna de las ideas del matrimonio, sin que ustedes quizá lo supieran, ya hemos ido comentándolas en esta sección. Quería hoy ahondar en el tema de la felicidad y de disfrutar con el conocimiento interpersonal. Hablamos en aquella ocasión de la tranquilidad que suponía el matrimonio para el estado personal de felicidad. Cuando uno se casa, deposita el cuidado de su felicidad en la otra persona, es decir, no tiene que preocuparse por ser feliz, porque hay alguien dedicado exclusivamente a ese cometido, a través del amor único y absoluto. Planteado así, podíamos pensar en un rentable negocio. Pero piénsenlo ahora desde la otra perspectiva: cuando uno se casa adquiere el compromiso ineludible de hacer feliz a la otra persona, procurando en cada instante su bien y su estado de gracia en la felicidad. Visto así quizá pueda parecernos un reto inalcanzable, ¡menuda tarea! Entregarse en el matrimonio también es esto, despreocuparse de la propia felicidad, porque sabemos que otro se preocupa de nosotros. Y si damos un paso hacia la trascendencia y vemos en el otro la Presencia de Dios que nos manifiesta de este modo concreto su amor, ese alguien no puede sino asegurarnos un estado de completa y absoluta felicidad. El problema estaría en que el hombre es habitualmente egoísta, y está constantemente interpelado sobre su propio estado de bienestar: cuida tus espacios y tus tiempos, busca momentos “sólo para ti”, si no te cuidas tú nadie lo va a hacer por ti.....todos estos mensajes nos bombardean cada mañana, incluso en la caja de los cereales. Y es ahí donde surge la fractura, porque cuando estamos más preocupados de nosotros que de la persona amada, olvidamos nuestro cometido principal que radica en amar procurando la felicidad del otro.
Y esto que puede parecer complicado se resume fácilmente en una idea clave: hay que pasárselo muy bien. En el juego del amor, desde los primeros pasos en la aproximación inicial, hasta los últimos alientos en la senectud, hay que disfrutar y pasárselo bien. Creo que ahí está la clave, si no se hace así, es fácil caer en la apatía y en la monotonía.
Piensen en los tiempos de noviazgo, las inseguridades propias del momento y las torpezas del desconocimiento, si no se transforma en un momento “divertido”, de goce y de alegría se convierte en un momento que puede resultar a veces complicado. Es el momento de máximo disfrute con las pequeñas cosas que se van descubriendo como si de tesoros se trataran.
Y los primeros años de matrimonio, con las incomodidades propias de empezar a compartir una vida, que pueden resultar hasta jocosas si se miran desde este prisma de convertir todo momento en felicidad; y no digamos nada de los primeros hijos y la ilusión incluso de esperarlos, ¡cómo no va a ser eso un motivo de alegría!
Pero no me quiero olvidar de los matrimonios “adultos” de esos que celebran ya sus aniversarios por decenas. Matrimonios felices sustentados en la fortaleza que da la vida compartida, y bien amada. Quizá la felicidad menos explosiva pero más consolidada. Recuerdo una escena de una película que a lo mejor también recordaran: “el violinista en el tejado”. Uno de los últimos fotogramas tenía como fondo una casa, en el tejado estaban una pareja de felices y jóvenes enamorados y en la terraza, un poco más abajo, un matrimonio anciano, simplemente próximos el uno al otro, pero con el reflejo de la más absoluta felicidad en sus arrugadas caras. Sirva esta imagen para remarcar esta idea: en cualquiera de las etapas del amor humano entre un hombre y una mujer “el secreto” está en , a través del amor entregado, procurar la felicidad, en pasárselo muy bien. Y ya supondrán que no todo será un camino de rosas, y que por supuesto no me refiero a una felicidad vacía y sólo exterior. La felicidad de la que hablamos nace en lo más profundo de cada uno de nosotros, y tiene mucho que ver con el Amor con mayúsculas y con el Bien. Los matrimonios cristianos hoy nos tenemos que caracterizar por nuestra alegría, ¡también los novios cristianos tienen que ser testimonio de felicidad!, porque el amor, el conocimiento y la entrega, cualquier relación bien vivida, sólo pueden ser motivo de felicidad, y esto hay que anunciarlo con la alegría.

miércoles, 16 de julio de 2008

AMOR SUFRIENTE

No es fácil hablar del sufrimiento en los tiempos que corren, y más complicado todavía hablar del sufrimiento en el amor, cuando lo que se estila es la búsqueda continua del bienestar, intentando siempre el mínimo esfuerzo. Pero es un tema que siempre me ha parecido atrayente, y que esta semana he refrescado para estas líneas que comparto con ustedes. Me preguntaba una joven sobre el sufrimiento, en relación con la muerte de Jesús en la cruz, máxima expresión del amor entregado. Y no tanto por el significado redentor que estos días celebramos, sino por el sentido del sufrimiento en la humanidad, el por qué del mal en el mundo y más concretamente, el valor del dolor en las personas que amamos. Como pueden comprender, tema complicado para resolverlo en cuatro líneas, pero me atreveré a dar algunas pinceladas, que quizá puedan suscitar conversaciones posteriores en sus casas. No es fácil entender el dolor, no es fácil sufrir, y no nos resulta cómodo acompañar el sufrimiento ajeno, porque no sabemos cómo hacerlo. Y no basta el simple consuelo, o mantener un clima sólo de acogida en torno a la persona doliente. El mal y el dolor son un misterio, por eso nunca llegaremos a entenderlo, pero nos aproximamos a él pensando en el hombre.
El hombre, creado por Dios a su imagen y semejanza, fue creado libre, absolutamente libre, con capacidad de elección, y por eso con posibilidad de escoger el bien o el mal. Eso, que de una forma determinante ocurrió en Adán y Eva, sigue ocurriendo cada día en cada disyuntiva que se le presenta a cada hombre. Y Dios ha aceptado el riesgo, ha asumido nuestros fallos, hasta el punto de “permitir” el mal sobre el bien, dando primacía a la libertad concedida al hombre. Esto tiene que hacernos pensar. A veces osamos criticar a Dios que permite el mal, pero ¿se imaginan un mundo en el que no pudiéramos elegir?; creo que no valoramos suficientemente esa gracia concedida desde el principio de los tiempos. Nuestra libertad está por encima de las consecuencias de nuestras acciones, si se puede hablar en estos términos. Somos capaces del mal, pero esa misma libertad nos permite hacer también el bien, sin límites en la ejecución. Y por otra parte, no podemos evitarlo, somos seres finitos, la naturaleza tiene un fin. Todo lo creado es caduco, y eso, por sí sólo explica muchas de las cosas que hoy se consideran males. Piensen por ejemplo en las enfermedades, muchas de ellas tienen que ver con la degeneración de los órganos o el desgaste de los tejidos, y es evidente que producen dolor y sufrimiento, pero son la consecuencia lógica de nuestro ser finitos. ¿Significa esto entonces que tenemos que quedarnos de brazos cruzados esperando “fatalmente” el final de las cosas y asumiendo el mal como elemento irremediable?.¡Claro que no!. La maravilla del hombre es que ha sido dotado de inteligencia y de otras muchas capacidades que le permiten, poniéndolas al servicio del bien con una recta conciencia, desarrollar nuevas formas de vencer enfermedades, de controlar catástrofes, de evitar el dolor.....
Piensen ahora esto en términos del amor humano, y en relación a lo que comentábamos la semana pasada sobre libertad y confianza en las relaciones personales. El amor, en cuanto que es un acto libre, implica casi necesariamente una parte de sufrimiento, precisamente por esa libertad. En el amor, en cada acto y pensamiento, en cada una de nuestras palabras y expresiones, podemos elegir el bien o el mal, y a veces –por debilidad o por malicia- elegimos el mal, y eso hace sufrir al otro. Pero también nuestra elección puede implicar un bien mayor, y producir dolor, porque no siempre se entiende esta capacidad absoluta de elegir, y es entonces cuando se dan muchos de los problemas. El amor busca la eternidad para superar esa finitud del hombre, para evitar el sufrimiento que se produce en la separación, que es lo que ocurre, por ejemplo, en la muerte. Por eso el amor humano, pleno, radical, supone un sí definitivo y eterno, que tiende a la vida eterna como forma de unión perfecta con el Dios Creador, Amor Absoluto.
El sufrimiento siempre será un misterio, difícil de abarcar en su totalidad, pero no debemos evitar aproximarnos a él, aunque sea con unas torpes palabras.

sábado, 12 de julio de 2008

NOVIAZGO: EL ARTE DE ELEGIR

En estos días santos he tenido largas y profundas conversaciones sobre el noviazgo con una amiga. La cuestión estaba en que después de unos años de relación y con planes posibles de boda, habían decidido darse un tiempo para pensar en su noviazgo. El planteamiento parecía lógico, a medida que son necesarias decisiones más comprometidas y que hay que ir concretando un futuro común surgen las dudas y el miedo. Me comentaba que en el peor de los casos supondría el fin de la relación. Después de la lógica empatía inicial y del apoyo incondicional fundamentado en la amistad, me atreví a sugerirle algunas ideas, que hoy comparto con todos ustedes porque me parece que hablan de condiciones imprescindibles del amor, en cualquiera de sus versiones o manifestaciones. La primera reflexión es evidente, “en el peor de los casos supondrá el final de la relación” ¡nada más lejos de la realidad!. Terminar una relación de noviazgo cuando las cosas no están claras, o no hay un proyecto común o ¡por supuesto! no existe el compromiso y la voluntad firme de amarse para siempre, no es un mal final; es el mejor y el único posible, para el bien de los dos. El sensacionalismo en el que estamos inmersos en estos días eleva las rupturas sentimentales –también en el noviazgo- a momentos de tragedia afectiva; y, aunque entendiendo cierto grado de “dolor”, sólo pueden ser momentos de agradecimiento por evidenciar una situación que era finita. Otra cosa distinta es cuando ya existe un vínculo matrimonial, pero no nos referimos a eso ahora. Pero hay más, el noviazgo es un momento de conocimiento, y como en toda relación humana, hay que ir ganando en confianza y en intimidad. No es fácil abrir la profundidad del alma en la primera conversación, pero hay que ir haciéndolo poco a poco, para poder crecer en el compromiso. Confianza, elemento indispensable para que crezca el amor. Si no me fío de la persona que tengo delante, máxime cuando es la persona elegida para compartir toda una vida, no hay nada que hacer. Hay que fiarse plenamente, sin ningún escollo a la duda, y hay que favorecer la confianza. Y la confianza basada en la seguridad de que la otra persona tiene la voluntad firme de amarnos y de hacernos felices toda la vida. Sin confianza no es posible crecer en el amor. Y luego está la libertad, fundamental también en esto del amor. Somos libres para elegir, aunque nos equivoquemos. Somos libres para estar o para marcharnos en cualquier momento, y eso nos permite amar sin límites. Porque cuando la libertad se condiciona, o se limita por situaciones personales, o por miedos infundados, o por inseguridades, se atrofia y se pervierte, convirtiéndose en un arma de doble filo que a veces esclaviza más de lo que podemos imaginar. Por eso es importante tener esto muy claro en el noviazgo, principalmente, cuando todavía se está en proceso de conocimiento: el otro es libre para marcharse en cualquier momento. Esta absoluta libertad, que genera una lógica intranquilidad y más en las mujeres por su especial sensibilidad, permite tener la certeza de la voluntad de estar y amarse cada día. No son necesarios entonces ningún tipo de condicionamientos ni de presiones para “retener” a la persona amada y el amor puede crecer robusto y sin límites. Confianza y libertad, dos condiciones necesarias para amar. Libertad de elección y de acción, aunque fallemos, perdiendo el miedo a equivocarnos. Y confianza absoluta, que conduce a la voluntad de amar. Mi amiga por su puesto no fue capaz de darse un tiempo. Los tiempos así sólo pueden ser tiempos muertos. Una cierta distancia es a veces necesaria para saber afrontar un problema con serenidad, pero dos personas que proyectan con seriedad una vida en común no pueden darse tiempos. Los problemas hay que solucionarlos cuando se presentan, desde esa libertad y confianza, porque así será luego durante el matrimonio. Aprender a vivir esto ya en el noviazgo es una forma de prepararnos también para el compromiso definitivo; por eso, situaciones así, no pueden terminar mal, sólo pueden tener un final feliz.

domingo, 6 de julio de 2008

ÉTICA SEXUAL CATÓLICA

Leía el otro día en un libro de George Weigel que “la ética sexual católica libera el puro erotismo transformándolo en donación de sí; y eso lleva a una relación que afirma la dignidad humana de los dos miembros de la pareja”. Puede parecer una afirmación evidente y probablemente lo sea, pero no quiero dejar pasar la oportunidad de hacer una reflexión sobre este tema de la sexualidad y el erotismo. Si buscamos en el diccionario la palabra erotismo, la definición es sencilla: amor sensual. Sabemos también que los antiguos griegos dieron el nombre de eros al amor entre hombre y mujer, que no nace del pensamiento o la voluntad, sino que en cierto sentido se impone al ser humano. Estas definiciones reflejan bien cómo entiende la sociedad hoy este término, con todo el acento marcado en la materialidad y carnalidad del amor, en la pasión incontrolada y el despertar del instinto animal. La sexualidad humana es un campo amplio que implica todas la relaciones que se dan entre hombres. No nos asustemos ante esto, somos seres sexuados y Dios nos ha dado un cuerpo para presentarnos así ante los demás. Es nuestra “carcasa personal”, claro está que además de cuerpo tenemos alma, y por eso tendemos a la trascendencia. Centrando el tema de la sexualidad en las relaciones hombre-mujer es evidente que en la sociedad se defiende el erotismo así entendido. Por eso me llamó la atención la frase que leí y que les recuerdo: “la ética sexual católica libera el puro erotismo transformándolo en donación de sí; y eso lleva a una relación que afirma la dignidad humana de los dos miembros de la pareja”. Y sigo citando al mismo autor: “La ética sexual católica canaliza nuestros deseos “desde el corazón” de modo que conduce a una verdadera comunión de personas, a un auténtico dar y recibir. La donación personal se corrompe cuando se convierte en afirmación personal. Esto es lo que hace la lujuria. Pero lujuria y deseo son dos cosas distintas. Si siento verdadera atracción por alguien, deseo darme a esa persona buscando sólo su bien, no el mío. Lujuria es lo contrario del don de sí mismo; es el prurito del placer transitorio por el uso y el abuso, de otra persona. Si un hombre mira lujuriosamente a una mujer, o una mujer a un hombre, el otro deja de ser persona y se convierte en objeto de satisfacción personal.
Una interesante reflexión: el amor sensual / erotismo transformado en donación como verdadera y única comunión. La donación absoluta del cuerpo y de la mente, como forma absoluta de amor . Es evidente que “lo católico” no anula la corporeidad ni el deseo, sino que lo transforma en vertical hacia lo trascendente. En el mundo actual se defiende la realización personal, procurando espacios personales y el propio bienestar, que excluyan a los demás. Se intenta hacer creer que un cierto grado de egoísmo es bueno para mantener la propia identidad; incluso en lo relativo a las relaciones sexuales los mensajes –principalmente dirigidos hacia los jóvenes- están orientados a la búsqueda personal del placer. Un error: sólo el amor que es donación satisface al hombre. Una cosa más, la engañosa “liberación de la mujer” que vivimos le está llevando a vivir la sexualidad como mero producto de consumo y placer, cuando tradicionalmente todo lo relacionado con el erotismo y esta pobre concepción de la sexualidad era más frecuente en el hombre. Quizá por una natural sensibilidad y por un sano pudor la mujer era más capaz de comprender la dimensión trascendente de la sexualidad . Igualarnos en esto no es un avance, todo lo contrario. La formación de la sexualidad es tarea urgente en los jóvenes, porque el descubrimiento de la grandeza de esta dimensión humana, natural y santamente vivida, sólo puede resultar atractiva. Una vez más, no tenemos que tener miedo a hablar de esto, apuntando alto, mirando a la trascendencia del cuerpo y de su modo de relación sexual. Porque, no lo olviden, la felicidad humana depende de la donación de sí mismo, no de la afirmación del propio yo.

viernes, 4 de julio de 2008

CONCILIAR VIDA FAMILIAR Y LABORAL

Está claro que el amor es cuestión de prioridad. No puede ser de otro modo en tan gran empresa. He seguido pensando estos días en la maternidad y en lo que supone, y, para mi asombro, he disfrutado de conversaciones suscitadas por mi anterior intervención, ¡todo un lujo!. Así que esta noche añadiré algunas pinceladas relativas a este tema. El amor es elección, y la elección lleva consigo un acto de libertad y la voluntad de la acción primera, que es amar. Todo parece muy sencillo. El problema aparece cuando el amor –a una persona, se sobreentiende- parece reducir otras dimensiones de nuestra realidad o nuestro ser, con la apariencia de disminuir nuestra libertad. Y esto no debería ser así. El acto inicial de la libertad, que nos conduce a amar a alguien, lleva implícita la prioridad sobre el ser el amado, es decir, el hecho de que cualquier otra realidad se supedita o configura en torno a él y no de otro modo. Y pensaba esto en relación con la maternidad, por eso de conciliar la vida familiar y laboral. Pero no corramos tanto, quedémonos en un paso anterior. En muchos matrimonios jóvenes se da hoy la disyuntiva de conciliar la vida familiar con la laboral, incluso antes de tener hijos. La realidad social y económica de nuestro país hacen necesarias en muchos casos que ambos cónyuges trabajen, y fuera del ámbito económico, muchas mujeres desarrollan su vida profesional con gran éxito, como parte de su desarrollo personal, aportando todas sus capacidades a la sociedad. El trabajo no está reñido con la familia. “Quien no trabaje que no coma” decía hace ya muchos años San Pablo. Pero también aquí, es cuestión de prioridad. Si la prioridad es el amor conyugal, el amor esponsal, el cuidado de la familia y la entrega en el matrimonio, el trabajo no puede ser lo que supedite otras realidades. Esto implicará casi necesariamente la renuncia de una de las dos partes, y a veces cuesta. Pero está claro que compensa. La voluntad inicial de querer a alguien, con la elección voluntaria y radicalmente libre, conduce necesariamente a elegir facilitar tiempos para la convivencia, buscando el encuentro como prioridad, dejando en segundo plano otras realidades.
Y lo mismo ocurre con la maternidad, quizá de un modo más claro. La mujer que tiene un hijo como fruto de un acto de amor y donación, elige libremente amarlo, y esta elección implica la prioridad del amor maternal. Por eso parece ridículo hablar de conciliación familiar y laboral. Algo estamos haciendo mal. La prioridad es la familia; los hijos, su cuidado y educación, y todo eso con la exclusividad de un amor conyugal que también debe ser delicadamente cuidado. Y esto tiene que ser lo que marque la vida de las familias, de las madres y de los padres. Por eso, si la sociedad entendiera así esta realidad, no sería necesario hablar de conciliación, surgiría por sí sola, como única forma de entender la vida familiar en una sociedad. Pero no todo es tan fácil, y las dificultades llegan de muy diversas formas, en forma de despidos laborales, dificultades para la reducción de jornada o decisiones tomadas por la angustia de la precariedad económica.
Es entonces cuando hacen falta decisiones valientes. Y eso hoy no se lleva. No se entiende socialmente que una mujer renuncie a su brillante carrera profesional por el bien de los hijos, de la misma forma que no se concibe que prescinda de un buen sueldo por pasar más horas con su marido, o por intentar comer en casa, procurando así los momentos de convivencia. Eso no es lo que hoy se vende como prototipo de mujer triunfadora. Por si acaso queda alguna duda, me parece muy bien que la mujer trabaje porque con su trabajo profesional aporta mucho a la sociedad, poniendo a disposición de todos cualidades y capacidades a veces propias de la mujer. Pero lo que también creo es que hay que saber dar prioridad a lo verdaderamente importante, y más en esta sociedad en la que todo se relativiza y se mide por el propio rasero. Quien elige amar, de verdad, en cualquiera de sus dimensiones, elige al mismo tiempo y de forma unívoca dar prioridad a todo lo que tenga que ver con ese amor, aunque no esté de moda, y aunque suponga “renunciar” –como lo entiende la sociedad- al propio desarrollo personal.
Creo que mis abuelas tenían esto muy claro; quizá podamos escudarnos en que son otros tiempos, pero no lo creo. Piénsenlo.

miércoles, 2 de julio de 2008

MATERNIDAD

Por diferentes caminos y de muy diversas maneras “me persigue” un tema que ha sido de actualidad política en los últimos meses, y no precisamente con propuestas de mejora. Me refiero al aborto, y todo lo que conlleva esta tremenda realidad. Y no tanto por las atrocidades que se realizan y de las que es fácil escandalizarse, sino por la sutileza del maligno que nos engaña sin darnos cuenta. Pero no me gustaría hablar de este tema en tono tremendista o negativo. La reflexión en voz alta que os propongo esta noche versa sobre la maternidad, sobre el amor exclusivo de una madre al ser creado que habita en ella, gracias al amor esponsal.
Leemos en la carta apostólica de Juan Pablo II “Mulieres dignitatem” (recordada estos días por conmemorar los 20 años de su publicación) La maternidad de la mujer, en el período comprendido entre la concepción y el nacimiento del niño, es un proceso biofisiológico y psíquico que hoy día se conoce mejor que en tiempos pasados y que es objeto de profundos estudios. El análisis científico confirma plenamente que la misma constitución física de la mujer y su organismo tienen una disposición natural para la maternidad, es decir, para la concepción, gestación y parto del niño, como fruto de la unión matrimonial con el hombre. Al mismo tiempo, todo esto corresponde también a la estructura psíquico-física de la mujer. Todo lo que las diversas ramas de la ciencia dicen sobre esta materia es importante y útil, a condición de que no se limiten a una interpretación exclusivamente biofisiológica de la mujer y de la maternidad. Una imagen así «empequeñecida» estaría a la misma altura de la concepción materialista del hombre y del mundo. En tal caso se habría perdido lo que verdaderamente es esencial: la maternidad, como hecho y fenómeno humano, tiene su explicación plena en base a la verdad sobre la persona. La maternidad está unida a la estructura personal del ser mujer y a la dimensión personal del don.” Creo que este párrafo resume magistralmente muchos aspectos relacionados con la maternidad. La mujer tiene una disposición natural para la maternidad, que el hombre no posee, basta con comparar los cuerpos humanos, y las diferencias que existen entre ellos. Es digno de admiración la constitución y los cambios que cíclicamente se producen en el cuerpo de la mujer orientados a concebir y albergar una nueva vida. No creo que nadie con la mínima sensibilidad para admirar la naturaleza no se quede perplejo ante este milagro. Pero el conocimiento tiene que buscar el bien y la verdad, y no siempre es así. Conocer en profundidad la biología de la mujer, permite al hombre sin criterio manipular esta capacidad creadora para orientarla a sus propios fines, que casi siempre tienen que ver con concepciones egoístas de la vida. Saber más no implica necesariamente mejorar la realidad existente. En el caso de la parte biológica relacionada con la maternidad , saber más está llevando a querer controlar todo lo que acontece en torno a este hecho. De ahí el empeño de muchos investigadores en descubrir métodos anticonceptivos más eficaces y cómodos de utilizar, o incluso de elaborar nuevas sustancias que permitan una mal llamada anticoncepción de emergencia. Aunque queramos engañarnos, y en este tema es muy fácil recurrir a argumentos populistas, todo lo que va en contra del propio cuerpo y lo que pretende controlar aspectos relacionados con la vida es, como dice Juan Pablo II, una forma de materialismo. Ser madre es un don, y cualquier manipulación de la vida, provocada por los avances científicos, es ir en contra de la propia naturaleza, aunque las situaciones que puedan darse en torno a esto –en muchos casos la incapacidad de concebir- puedan ser muy duras. Pero ser madre es mucho más que la disposición psíquica y biológica. La maternidad (seguimos leyendo en la misma carta apostólica) conlleva una comunión especial con el misterio de la vida que madura en el seno de la mujer. La madre admira este misterio y con intuición singular «comprende» lo que lleva en su interior. A la luz del «principio» la madre acepta y ama al hijo que lleva en su seno como una persona. Este modo único de contacto con el nuevo hombre que se está formando crea a su vez una actitud hacia el hombre —no sólo hacia el propio hijo, sino hacia el hombre en general—, que caracteriza profundamente toda la personalidad de la mujer. Comúnmente se piensa que la mujer es más capaz que el hombre de dirigir su atención hacia la persona concreta y que la maternidad desarrolla todavía más esta disposición. Quizá esta sería la clave, ser madre va mucho más allá del hecho biológico de dar a luz una nueva vida. Ser madre conlleva una comunión especial con el misterio de la vida, es una intuición singular, una forma especial y única de relación que Dios a querido sea reservada a la mujer. Y este conocimiento no para que se vuelva egocéntrico y egoísta, si no para ponerlo al servicio de la humanidad, para poder tener una actitud diferente hacia el hombre, para poder amar con un amor diferente y único, un amor maternal. Por eso no creo que el aborto sea gratuito en ningún caso. Por mi trabajo he entrado en contacto con varias mujeres que pedían “la pastilla del día después”. Ninguna oculta su vergüenza, su petición no está exenta de un cierto sentimiento de culpa, y creo que es claro el por qué. Al explicarles que puede ser abortiva, y que en ningún caso es esa la solución, algunas lo entienden, otras se enfadan, pero todas –no tengo ninguna duda- se sienten interpeladas. Y eso es lo que hay que hacer en este campo: provocar a la gente, y en este caso no sólo a las mujeres.
La mujer que aborta no sólo mata una nueva vida, sino que hiere a veces profundamente su percepción del hombre, porque cambia su actitud hacia él, convirtiéndose en alguien a quien puede anular en caso de dificultad. Además, empequeñece su capacidad de donación y de entrega a los demás desde esa dimensión creadora. El aborto es un tema complicado y de debate en nuestros días. No creo que haya que hablar mucho sobre él. Es más, estoy convencida que la mejor forma de provocar es hablar de la maternidad como un don, como una forma especial de amor, como un acto de donación, como una forma de realización en plenitud única y exclusiva que se da en la mujer.....conozco también mujeres valientes que han tenido a sus hijos en situaciones adversas y no siempre deseadas, ninguna se ha arrepentido. A veces sólo hace falta acompañar y ofrecer recursos para que la nueva vida no se vea como un problema y se pueda disfrutar del milagro de la creación. La maternidad es algo único y exclusivo de la mujer, un misterio y un don. Creo que es tiempo de empezar a hablar de vida.