domingo, 15 de junio de 2008

CAPACIDAD TRANSFORMADORA DEL AMOR

Tendrías que hablar un día de la capacidad transformadora del amor”, me sugirió un buen amigo la otra tarde. La verdad es que inicialmente me pareció un tema complejo y demasiado amplio para esta sección, pero –con su permiso- me atreveré a lanzar algunas ideas al ruedo. Conforme he ido dando vueltas al tema, me he dado cuenta de los diferentes matices de esta afirmación. El amor puede trasformar, no cabe duda, y vamos a hablar hoy del amor humano en todas sus dimensiones, porque es posible el error de focalizar este tema en las relaciones de noviazgo que, siendo un campo muy interesante, es sólo una parte de todo el abanico de posibilidades. Empecemos con algún ejemplo: en el ámbito de la enfermedad, en situaciones difíciles de dolor, el amor de una persona cercana puede transformar el sufrimiento en salvación. Incluso me atrevería a decir que ese amor puede “salvar” la vida, si no –y permítanme esta incursión en un tema más complejo- bastaría con pasarse un día por cualquier unidad de cuidados paliativos para comprobar, cómo el buen trato de los profesionales y el amor de los familiares, transforman milagrosamente los últimos días de los pacientes, entendiendo así la muerte como parte de la vida. ¿Y que me dicen de los buenos amigos?. Seguro que todos tenemos experiencia de esto en algún momento de nuestra vida. Aquel amigo que un día te dio un buen consejo que todavía hoy recuerdas, o ese otro que te enfrentó a la realidad de tu vida, quizá no muy centrada en un momento determinado. Una expresión diferente del amor, el amor de amistad que –como decía Lewis- es el menos celoso de los amores. Y qué decir de la capacidad de transformación del amor en el entorno donde se manifiesta ese amor. Vayamos, por ejemplo, a las primeras comunidades cristianas “¡mirad cómo se aman!” decían los entonces llamados paganos. El amor entre los primeros seguidores de Jesús se presentaba de forma tan atrayente, con ese “alborotado amor silencioso” que transformaba el corazón de los que estaban con ellos. Aquí parece estar una de las claves. El amor vivido, personificado, ¡concretado!, es capaz de suscitar interrogantes, de mover almas, de trascender lo humano y aproximarse a lo divino para desde ahí, provocar el cambio. Y empezaríamos a hablar ahora del amor de Dios, al que hemos llegado de una forma natural por este camino. El Amor de Dios hacia cada una de los hombres, criaturas creadas, es único, exclusivo, irrepetible, y ése saberse amado profundamente, con toda la torpeza y el pecado, es lo que trasforma al hombre. Por aquí llega la conversión, si el hombre se descubre personalmente amado, nada a su alrededor puede importar, todo adquiere unas dimensiones nuevas, relativas. Y por esto, frente al inmovilismo que hoy parece imperar en nuestra sociedad, que muchas veces es determinismo, el Amor abre una nueva vía de cambio. Si la enfermedad y el dolor es aparentemente malo, saberse amado también en ese sufrimiento, sin cambiar un ápice su dignidad ni reconocimiento, no sólo reconforta, si no que –como decía antes- transforma esa situación en momento de salvación.
Por lo tanto, el amor personificado, el hecho concreto de amar a alguien, tiene que llevar al ser amado a la trascendencia, a la superación de lo corpóreo y la reducción espacio-temporal, que versa sobre lo espiritual y el alma. El verdadero amor habla de eternidad y sólo Dios es eterno, por eso cuando se ama a alguien de verdad, la conexión es directa con la trascendencia y para un cristiano con Dios. El amor de Dios manifestado en su hijo Jesucristo que murió por Amor en la cruz.¡Cómo vamos a dudar de la capacidad transformadora de ese amor! que salvó al hombre definitivamente del pecado y le abrió las puertas del Amor Eterno!. Como ven un tema complicado, y apasionante, que dará, sin duda, para otros comentarios.

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