martes, 19 de agosto de 2008

EL TALLER DEL ORFEBRE

Leo estos días una obra publicada en 1960 por Karol Wojtya, “El taller del orfebre”. Narra la historia de tres jóvenes parejas de esposos que experimentan el esplendor y también la oscura noche, a veces lacerante, del amor humano. Interesante obra que aprovecho para recomendar a nuestros oyentes. El párrafo que a continuación leo pertenece a la historia de Ana y Esteban, matrimonio que experimenta la decepción y el desengaño, en forma de una primera grieta en su amor, y que a cada instante parece separarse más. Para situarles en la narración, les diré que Ana acaba de pasar por la tienda de un orfebre dispuesta a vender su alianza matrimonial. El orfebre examinó el anillo, lo sopesó largo rato entre los dedos y me miró fijamente a los ojos. Leyó despacio la fecha de nuestra boda, grabada en el interior de la alianza. Volvió a mirarme a los ojos, puso el anillo en la balanza...y después dijo: “esta alianza no pesa nada, la balanza siempre indica cero y no puedo obtener de aquella ni siquiera un miligramo. Sin duda alguna su marido aún vive- ninguna alianza, por separado, pesa nada-sólo pesan las dos juntas. Mi balanza de orfebre tiene la particularidad de que no pesa el metal, sino toda la existencia del hombre y su destino”.Curioso y profundo comentario el del Orfebre, que parece representar la figura de Dios, y lógicamente tiene que ver con la alianza y con los signos.
Recuerdo que durante la preparación de mi matrimonio, el sacerdote se preocupó de que entendiéramos el significado de los signos que iban a estar presentes en la celebración. Las alianzas, decía (y espero no equivocarme), son el signo de vuestro amor, tiene forma circular y perfecta, pulida, sin principio ni fin, eterna, como vuestro matrimonio, que es para siempre. Hace referencia también a la alianza que Dios hace con vosotros y si os fijáis en su forma, es parecido al brazalete que llevaban “los siervos”. La alianza es también signo de pertenencia, de posesión en libertad, de unidad.
Y es verdad, antes de la boda, las alianzas descansan juntas en una caja más o menos lujosa, no tienen valor por sí solas, separadas no valen nada, como mucho su peso en oro. Después del sacramento del matrimonio, adquieren un peso específico, propio, definitivo, que les confiere la unidad de dos personas en el amor. Es un signo del amor, como signo es el amor del hombre y la mujer unidos en matrimonio.
Reconozco que a mí, al principio me costaba llevarla, asustada por la responsabilidad que supone mantenerla intacta. Progresivamente he ido haciéndome a ella y creo que ahora ya sería muy difícil prescindir de ella. Pienso también que habrá momentos en los que apriete o resulte molesta y supongo que llegará la tentación de esconderla. Por eso me ha parecido interesante el texto que les he relatado al principio. No podemos prescindir de la alianza, porque no podemos prescindir del amor, y todo lo que eso conlleva. Aunque sean momentos duros, la alianza nos recuerda el amor eterno que un día confiamos a Dios y que él bendijo, proyectándonos hacia el futuro en una aventura desconcertante y a veces difícil. Por eso también son tan importantes los signos, porque nos recuerdan lo auténtico y verdadero que hay detrás de los momentos concretos que pueden oscurecer el valor real de las cosas. La alianza esconde toda la existencia del hombre, y su destino. Que en términos de Dios y de vocación, será siempre el Amor.

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