
Y lo mismo ocurre con la maternidad, quizá de un modo más claro. La mujer que tiene un hijo como fruto de un acto de amor y donación, elige libremente amarlo, y esta elección implica la prioridad del amor maternal. Por eso parece ridículo hablar de conciliación familiar y laboral. Algo estamos haciendo mal. La prioridad es la familia; los hijos, su cuidado y educación, y todo eso con la exclusividad de un amor conyugal que también debe ser delicadamente cuidado. Y esto tiene que ser lo que marque la vida de las familias, de las madres y de los padres. Por eso, si la sociedad entendiera así esta realidad, no sería necesario hablar de conciliación, surgiría por sí sola, como única forma de entender la vida familiar en una sociedad. Pero no todo es tan fácil, y las dificultades llegan de muy diversas formas, en forma de despidos laborales, dificultades para la reducción de jornada o decisiones tomadas por la angustia de la precariedad económica.
Es entonces cuando hacen falta decisiones valientes. Y eso hoy no se lleva. No se entiende socialmente que una mujer renuncie a su brillante carrera profesional por el bien de los hijos, de la misma forma que no se concibe que prescinda de un buen sueldo por pasar más horas con su marido, o por intentar comer en casa, procurando así los momentos de convivencia. Eso no es lo que hoy se vende como prototipo de mujer triunfadora. Por si acaso queda alguna duda, me parece muy bien que la mujer trabaje porque con su trabajo profesional aporta mucho a la sociedad, poniendo a disposición de todos cualidades y capacidades a veces propias de la mujer. Pero lo que también creo es que hay que saber dar prioridad a lo verdaderamente importante, y más en esta sociedad en la que todo se relativiza y se mide por el propio rasero. Quien elige amar, de verdad, en cualquiera de sus dimensiones, elige al mismo tiempo y de forma unívoca dar prioridad a todo lo que tenga que ver con ese amor, aunque no esté de moda, y aunque suponga “renunciar” –como lo entiende la sociedad- al propio desarrollo personal.
Creo que mis abuelas tenían esto muy claro; quizá podamos escudarnos en que son otros tiempos, pero no lo creo. Piénsenlo.
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