viernes, 4 de julio de 2008

CONCILIAR VIDA FAMILIAR Y LABORAL

Está claro que el amor es cuestión de prioridad. No puede ser de otro modo en tan gran empresa. He seguido pensando estos días en la maternidad y en lo que supone, y, para mi asombro, he disfrutado de conversaciones suscitadas por mi anterior intervención, ¡todo un lujo!. Así que esta noche añadiré algunas pinceladas relativas a este tema. El amor es elección, y la elección lleva consigo un acto de libertad y la voluntad de la acción primera, que es amar. Todo parece muy sencillo. El problema aparece cuando el amor –a una persona, se sobreentiende- parece reducir otras dimensiones de nuestra realidad o nuestro ser, con la apariencia de disminuir nuestra libertad. Y esto no debería ser así. El acto inicial de la libertad, que nos conduce a amar a alguien, lleva implícita la prioridad sobre el ser el amado, es decir, el hecho de que cualquier otra realidad se supedita o configura en torno a él y no de otro modo. Y pensaba esto en relación con la maternidad, por eso de conciliar la vida familiar y laboral. Pero no corramos tanto, quedémonos en un paso anterior. En muchos matrimonios jóvenes se da hoy la disyuntiva de conciliar la vida familiar con la laboral, incluso antes de tener hijos. La realidad social y económica de nuestro país hacen necesarias en muchos casos que ambos cónyuges trabajen, y fuera del ámbito económico, muchas mujeres desarrollan su vida profesional con gran éxito, como parte de su desarrollo personal, aportando todas sus capacidades a la sociedad. El trabajo no está reñido con la familia. “Quien no trabaje que no coma” decía hace ya muchos años San Pablo. Pero también aquí, es cuestión de prioridad. Si la prioridad es el amor conyugal, el amor esponsal, el cuidado de la familia y la entrega en el matrimonio, el trabajo no puede ser lo que supedite otras realidades. Esto implicará casi necesariamente la renuncia de una de las dos partes, y a veces cuesta. Pero está claro que compensa. La voluntad inicial de querer a alguien, con la elección voluntaria y radicalmente libre, conduce necesariamente a elegir facilitar tiempos para la convivencia, buscando el encuentro como prioridad, dejando en segundo plano otras realidades.
Y lo mismo ocurre con la maternidad, quizá de un modo más claro. La mujer que tiene un hijo como fruto de un acto de amor y donación, elige libremente amarlo, y esta elección implica la prioridad del amor maternal. Por eso parece ridículo hablar de conciliación familiar y laboral. Algo estamos haciendo mal. La prioridad es la familia; los hijos, su cuidado y educación, y todo eso con la exclusividad de un amor conyugal que también debe ser delicadamente cuidado. Y esto tiene que ser lo que marque la vida de las familias, de las madres y de los padres. Por eso, si la sociedad entendiera así esta realidad, no sería necesario hablar de conciliación, surgiría por sí sola, como única forma de entender la vida familiar en una sociedad. Pero no todo es tan fácil, y las dificultades llegan de muy diversas formas, en forma de despidos laborales, dificultades para la reducción de jornada o decisiones tomadas por la angustia de la precariedad económica.
Es entonces cuando hacen falta decisiones valientes. Y eso hoy no se lleva. No se entiende socialmente que una mujer renuncie a su brillante carrera profesional por el bien de los hijos, de la misma forma que no se concibe que prescinda de un buen sueldo por pasar más horas con su marido, o por intentar comer en casa, procurando así los momentos de convivencia. Eso no es lo que hoy se vende como prototipo de mujer triunfadora. Por si acaso queda alguna duda, me parece muy bien que la mujer trabaje porque con su trabajo profesional aporta mucho a la sociedad, poniendo a disposición de todos cualidades y capacidades a veces propias de la mujer. Pero lo que también creo es que hay que saber dar prioridad a lo verdaderamente importante, y más en esta sociedad en la que todo se relativiza y se mide por el propio rasero. Quien elige amar, de verdad, en cualquiera de sus dimensiones, elige al mismo tiempo y de forma unívoca dar prioridad a todo lo que tenga que ver con ese amor, aunque no esté de moda, y aunque suponga “renunciar” –como lo entiende la sociedad- al propio desarrollo personal.
Creo que mis abuelas tenían esto muy claro; quizá podamos escudarnos en que son otros tiempos, pero no lo creo. Piénsenlo.

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