lunes, 15 de diciembre de 2008

AMOR ENCARNADO

A las puertas ya de la Navidad, todas las calles se llenan de luces, de buenos sentimientos y de halagüeños deseos para el próximo año; los escaparate están llenos de regalos adornados con lazos y papeles de celofán. Estos días, hasta en los ambientes más laicos y paganos, se habla de ternura y de amor. Amor pasajero y fugaz, que terminará en el mejor de los casos tras la llegada de los reyes magos. Amor vacío y efímero como las burbujas del champán. Amor de papel en christmas de serie. Amor con minúsculas, que no conoce el verdadero mensaje de la Navidad.
Y en este programa sobre el amor humano tiene mucho sentido que hablemos de la Navidad, porque es manifestación del mayor Amor que podamos imaginar.
En Navidad celebramos el nacimiento de Dios que se encarna, haciéndose hombre como nosotros, para salvarnos. Celebramos el acontecimiento real de la venida del Señor en carne mortal. Celebramos la concreción y la culminación de la Esperanza que vivimos en Adviento. Celebramos al Amor encarnado, el Amor humano pleno, definitivo y eterno, que es al mismo tiempo amor divino. Celebramos el Amor en Navidad porque al contemplar al Niño, adoramos a un Dios que viene a la tierra para anunciarnos una buena noticia.
Si nos quedáramos sólo en observar al Niño recién nacido y a sus jóvenes padres en el establo de Belén, en muchos de nosotros se despertaría la ternura, para otros sería quizá signo de la injusticia de la sociedad y los más osados se rebelarían contra la pobreza y las desigualdades de este mundo. Trasladado al momento actual se trataría una familia sin muchos recursos que no es aceptada en el pueblo al que llegan, por extraños y extranjeros. Estarán de acuerdo conmigo que no es precisamente la estampa idílica para proclamar el amor. ¿Por qué entonces celebramos la Navidad?
Si la Navidad habla de amor y es motivo de celebración es precisamente por todo lo que hay detrás de esa familia de Nazaret, que acoge en su seno al Hijo de Dios. Que ese Niño nazca es fruto del Amor inmenso de Dios a los hombres, que entrega a su propio Hijo para el bien de la humanidad. Si nace el Niño es gracias a la generosidad de su Madre, que le acoge con un gran Sí, y le cuida y protege hasta entregarle de nuevo a toda la humanidad. Que nazca ese Niño es gracias al buen hacer y la compresión de su padre José, que respeta y acompaña a María en esta tarea encomendada desde lo alto.
Pero hay más; si la Navidad habla de Amor es porque detrás de ese Niño hay una historia de entrega, de amor por los más pobres y necesitados, de acogida de los enfermos y de los débiles, de sacrificio y ofrecimiento de toda su vida. Lo que ocurre en Belén es el hecho puntual de toda una historia de Amor, pensada desde el principio de los tiempos por Dios para la salvación del hombre, y que culmina con la muerte y la resurrección del Hijo de Dios, ese Niño nacido en el portal. La Navidad no sería lo mismo si la historia terminara en el pesebre. Por todo esto me resisto a que no se hable de la auténtica Navidad, que no se proclame la verdadera historia de amor que se encierra en este misterio. Cuando los cristianos celebramos la Navidad, celebramos ese misterio, y desde ahí anunciamos la buena noticia de que es posible la salvación para el hombre. Dios ama al hombre en cualquier circunstancia, más allá de su debilidad, y por eso quiere para él una vida mejor en la eternidad, por eso anuncia un amor mayor que vence el mal. Atrevámonos estos días a anunciar el verdadero sentido de la Navidad. A celebrar el amor de Dios encarnado. Y a vivir desde ahí el auténtico y verdadero amor, más allá de las luces y los brindis de champán. ¡Feliz Navidad!