miércoles, 30 de julio de 2008

HOGAR DULCE HOGAR

Pensaba yo esta semana en la importancia del hogar. Recuerdo una conversación meses antes de casarme en la que un buen amigo me hablaba de la importancia de crear hogar, de construir cada día el hogar, y de la importancia de cuidar desde los primeros días ese lugar privilegiado donde habita la familia. Y creo que ahora empiezo a entender el porqué de estas sabias recomendaciones. Confieso que el mérito no es mío, sino provocado por la oración principal de la bendición de la casa que hemos tenido la suerte de celebrar este fin de semana. “Padre bueno, te pedimos que bendigas esta casa y a cuantos viven en ella: que haya siempre en este hogar amor, paz y perdón; concede a sus moradores suficiencia de bienes materiales y abundancia de virtudes; que sean acogedores y sensibles a las necesidades de los demás; que esta casa sea en verdad una iglesia doméstica donde la Palabra de Dios sea luz y alimento, y que la paz de Cristo reine en sus corazones hasta llegar un día a tu casa celestial”.
Quizá todavía estén pensando cuál es la relación de este tema con el amor, pero creo que tiene su sentido. El hogar, la casa transformada para acoger una nueva familia, es el lugar donde se fundamenta y fortalece el amor humano. Inicialmente es el amor esponsal en los recién casados, que aprenden a compartir por primera vez espacios antes exclusivos de la intimidad personal; es el lugar de profundas y largas conversaciones sobre las alegrías, sorpresas y dificultades propias de los comienzos. Es el espacio privilegiado, testigo del amor conyugal. En el hogar crece y se fortalece el amor de los esposos. Y ese hogar hay que hacerlo, hay que protegerlo, hay que mimarlo, como si de una obra de arte se tratara. Porque cada hogar es único, fiel reflejo de sus moradores., que lo van creando y embelleciendo cada día con una nueva pincelada. Y ese es el secreto, transformar las vigas y paredes que constituyen una casa en un lugar único y peculiar de una nueva familia, donde se viva la alegría, la ternura, la intimidad, el perdón, la compañía, los momentos difíciles... y por supuesto, y por eso mismo el Amor.
Y todo esto, y como consecuencia de ese amor vivido y fundamentado en lo esencial, una casa abierta a todos, donde todos tengan cabida. Un hogar abierto de par en par a los hijos, que llegarán desmontando quizá el orden y la paz inicial, pero que abrirán nuevos caminos para amar y seguir creando hogar. El hogar y la familia es el primer lugar en donde el niño siente la protección y el amor gratuito, donde aprende las primeras muestras de cariño, donde se siente amado y donde empieza a amar. Un hogar abierto a tantos amigos con los que compartir los dones recibidos, donde compartir la vida, donde acompañar la tristeza y disfrutar de la amistad. No podemos cerrar nuestras casas por comodidad o por vergüenzas poco fundamentadas. No hace falta tener un palacio para recibir a la gente, no hace falta tener la mejor vajilla ni siquiera un espacio óptimo. Un hogar estará siempre abierto tal y como es: hogar, con su espacio y sus cosas concretas, dones todos inmerecidos a disposición completa del que quiera compartirlos así. Vencer inicialmente el orgullo legítimo de querer mostrar nuestra cara más perfecta es la mejor forma de seguir haciendo crecer el hogar. Y seguirá creciendo, seguro. Y una casa abierta, por supuesto, a todo el que la necesite.
Y por último, y fundamental, un hogar abierto al Huésped principal, fuente primera e inagotable del Amor. Por eso tiene sentido también cultivar su amor dentro del hogar, procurando ratos de oración en la habitación o en el salón, buscando el mejor espacio y respetando el silencio habitado. Crear así hogar es también hacer comunidad, iglesia doméstica.
Hogar, espacio transformado por el Amor, abierto al amor. He ahí el reto.

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