viernes, 28 de noviembre de 2008

TENER UN HIJO O SER MADRE

Perdonen mi ausencia de este último mes, pero como han podido adivinar por la nueva foto de portada de este espacio bloggero, ha nacido Javier, mi primer hijo. Los primeros días han sido agotadores: al susto inicial por la llegada de un nuevo ser, se une el cansancio provocado por el sueño fraccionado necesario para las tomas del pequeño. Si me permiten este atrevimiento, nada más lejos de la imagen idílica que nos intentan vender en algunos ámbitos sobre la maternidad.
Como toda madre primeriza, he acudido a charlas sobre lactancia materna y cuidados del bebé y tengo que reconocer que no me convencieron del todo. Presentaban la maternidad como un momento especial de la mujer, un momento único, buscado y organizado para satisfacer un “derecho”: el de ser madre. Desde esta perspectiva, el nacimiento de un hijo supone para la mujer un momento especialmente introspectivo en el que la intimidad que se vive con el bebé sólo busca satisfacer su propia afectividad. La sociedad de hoy presenta la maternidad como una etapa elegida en la vida de la mujer, preparada minuciosamente en el ámbito laboral y personal, para satisfacer el deseo de ser madre, sin tener en cuenta la auténtica realidad de un hijo. Así se entiende que se hable de la lactancia como una experiencia placentera semejante al placer sexual, o que durante el periodo de crianza lo único importante es cuidar de una misma y del bebé, procurando más o menos que todo el mundo esté al servicio de la madre. También así se explica que tenga que ser un momento idílico, perfecto y único, incluso si la vivencia es otra, “porque todo el mundo espera que sea así”. Y es lógico que sea así cuando se ha esperado y programado tanto. No permitimos que sea una experiencia frustrante. Una vez más, entramos en el mundo de los “derechos adquiridos” que nos regala este tiempo moderno: el derecho a ser madre feliz, exigiendo para eso toda clase de recursos personales y materiales. Conste que la maternidad me parece un momento único y precioso, más aún cuando está cargado de realidad y las cosas no son aparentemente tan bonitas ni fáciles como nos hacen creer. Criar a un niño no es fácil, vivir continuamente en constante esfuerzo hacia el otro es exigente, más aún cuando es un ser tan indefenso. Cuidar de un bebé, desposeyéndose en cada momento de él, sabiendo que es un ser diferente a uno mismo, pero necesitado de todo cuidado, resulta a veces abrumador.
Pero algo me dice que esto es el verdadero amor hacia el hijo recién nacido. La recompensa, si se puede decir así, no es tanto la satisfacción personal que en un momento dado pueda reportar, como la garantía absoluta de que es un ser que ha sido gratuitamente donado para que tenga vida. Y su propio crecimiento es alegría. Y su buen desarrollo es lo que colma de felicidad a los padres, más allá de las malas noches y de los malos momentos. Tener la tranquilidad de que es alguien que por su propia esencia nos supera en grandeza, otorga la libertad de quererle por encima de las circunstancias y los sentimientos personales. No se trata de lo que el bebé aporta a la madre, sino de todo lo que la madre tiene que hacer por el hijo, incluso cuando no haya ningún tipo de recompensa afectiva. Y pienso que ahí está la auténtica satisfacción para una madre y creo también que esta actitud hace crecer el amor a los hijos. Se les quiere por lo que son y no por ser el producto de un capricho, perfectamente planificado y programado. Como recordaba hace años el Cardenal Ratzinger hay que volver a recibir a los hijos como un don, como un regalo de Dios, nunca como un capricho de los progenitores.