martes, 24 de febrero de 2009

EL AMOR NUNCA ES UN FRACASO

No es fácil terminar una relación de noviazgo. Sobretodo cuando se ha intentado hacer las cosas bien, cuando se ha querido a la otra persona y cuando el fin ha sido por el convencimiento de que no era el hombre o la mujer adecuada con la que compartir el resto de la vida y el proyecto más apasionante. No es fácil. Más difícil todavía cuando se tiene ya una cierta edad y cuando aparentemente todo parecía ir bien e incluso uno se creía enamorado. Cuando esto ocurre, aparecen la decepción, la duda y el miedo al futuro y a la nueva situación de incertidumbre: ¿habré perdido el tiempo?, ¿qué sentido ha tenido esta relación? ¿podré superarlo?; preguntas al vuelo de cualquier persona en los primeros días tras la ruptura. Un desánimo entendible que a veces paraliza e impide seguir buscando.
Pensando en esto leí el otro día un relato del aviador y escritor de El Principito, Sant Exupery, que cuenta cómo su avión se estrelló sobrevolando los Andes. Tras el accidente, se encuentra solo en mitad de la cordillera, a kilómetros de distancia de cualquier punto civilizado. La temperatura es de muchos grados bajo cero, no tiene comida ni la ropa adecuada para esa situación extrema. Empieza a andar y surge el desánimo, las ganas de abandonar y de dejarse morir. Sin embargo, el recuerdo de su mujer y sus hijos que le esperan en Francia le anima a seguir adelante. La seguridad del amor de su familia le da fuerzas para seguir, y al mismo tiempo el amor que siente hacia ellos le empuja a seguir caminando, “no podía fallar a quienes me aman” dice emocionado al encontrarse finalmente con ellos.
Probablemente no tenga mucho que ver, pero a mí me hizo pensar. Sólo el amor nos lleva a vivir la vida épicamente, a hacer locuras, a emprender los más grandes proyectos, a hacer cosas de las que no nos sentíamos capaces. El sabernos amados nos hace volar más alto, nos conduce a ser mejores personas, en definitiva, nos permite ser más felices. Y no sólo por no fallar a quienes nos aman, si no por esa fuerza extraña que el amor imprime en el alma que ama y se sabe amada.
Por eso, pensaba, ninguna relación de amor puede ser un fracaso. Ningún noviazgo bien planteado en sus comienzos y en el que el amor-cariño-enamoramiento entre las dos personas ha sido sincero, puede resultar en vano. Ya hemos hablado aquí alguna vez del impulso emocional inicial, que tiene que conducir necesariamente a la voluntad de amar al ser amable. Es esa fase inicial de amor emocional, la que nos permite muchas veces descubrir cosas de nosotros mismos que desconocíamos; la que nos permite salir por primera de un yo muchas veces egoísta que se abre desinteresadamente a otro. Otras veces ese enamoramiento nos permite activar “la dinámica del amor”, que nos hace sentirnos vivos para el otro. Y casi siempre, nos permite intuir un Amor más grande al que estamos llamados. Si esto se da en una relación entre un hombre y una mujer, y surge el desequilibrio por alguna de las partes, sin apertura ni posibilidad de crecimiento, es fácil que la ruptura sea la única y mejor solución, sin considerarla nunca un fracaso, sino una oportunidad de crecimiento. La fragilidad emocional de la persona requiere muchas veces de situaciones así para conocerse y descubrirse como un ser capaz de amar, y llamado a un amor exclusivo, indisoluble y eterno. La vivencia anterior de sabernos amados y seres capaces de amar, como en el caso del aviador, nos permitirá seguir avanzando hacia metas mayores, con la confianza de que un “mejor y mayor amor” nos estará esperando.

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