
Leía el otro día la
ponencia ofrecida por Rainiero Cantalamessa en torno al VI Encuentro Mundial de las Familias que se ha celebrado en México. No tiene desperdicio, es asombrosa la visión que da del matrimonio y de la intimidad conyugal. Les animo a que si tienen un rato disfruten con su lectura. Entre las distintas reflexiones, me quedo con una para compartir con ustedes esta noche acerca de la humildad, y el matrimonio. “
El matrimonio nace bajo el signo de la humildad; es el reconocimiento de dependencia y por lo tanto de la propia condición de criatura. Enamorarse de una mujer o de un hombre es realizar el acto más radical de humildad”. Sorprende leer esta frase en un mundo defensor a ultranza de la autonomía y de la independencia, que defiende el individualismo en el matrimonio para conseguir la autorrealización personal. Entre los jóvenes se rechaza la idea del matrimonio entre otras cosas porque supone una mal entendida renuncia a uno mismo, para pasar a depender de otro, en las decisiones más triviales y también en las que van configurando a la persona. Por eso en parte se retrasa el compromiso. Y la lectura iluminada desde la trascendencia y el proyecto de Dios es radicalmente opuesta: es necesario un acto de humildad. Primero para enamorarse, para aceptar que ya no eres sólo tú, es más, para constatar cada día que tu felicidad ya no depende de ti, si no del otro; para ser consciente de que ya no eres tú si no un yo en relación con otro; para –como también afirmaba el padre Cantalamessa “hacerse mendigo y decirle al otro: “
No me basto a mí mismo, necesito de tu ser””.
Algo de esto intuía el poeta Pedro Salinas en sus versos:
“
Que alegría vivir
sintiéndose vivido.
Rendirse
a la gran certidumbre, oscuramente,
de que otro ser, fuera de mí, muy lejos,
me está viviendo.
Que hay otro ser por el que miro el mundo
porque me está queriendo con sus ojos.
Que hay otra voz con la que digo cosas
no sospechadas por mi gran silencio”.
Una vez más el arte nos permite abrirnos a una dimensión trascendente y nos da otra clave en relación con esto: la alegría. Sentirse amado, necesitado del amor exclusivo de alguien, sentirse pobre mendigo que necesita de otro para mirar el mundo o decir las mejores palabras, sólo puede ser fuente de alegría. Aunque cueste un poco entenderlo, vivir con humildad el amor nos hace salir de nosotros mismos, de nuestros pensamientos, de nuestras decisiones y de nuestros proyectos, para abrirlos a otra realidad más grande que es el otro, persona amante y al Otro, ser superior, fuente del Amor más grande. Nos sitúa en nuestra verdadera realidad de seres incompletos, que necesitan de “algo más” para alcanzar la plenitud. Y este es, según el predicador de la casa pontificia, el sentido del amor conyugal, “revelar el verdadero rostro y el objetivo último de la creación del hombre varón y mujer: el de salir del propio aislamiento y “egoísmo”, abrirse al otro y, a través del éxtasis temporal de la unión carnal, elevarse al deseo del amor y de la alegría sin fin”.