Si las lluvias lo permiten, pronto las altas temperaturas y los días soleados irrumpirán en nuestras vidas llenándolas de luz y colorido. Los días serán más largos e iremos despojándonos poco a poco de las capas que han ido cubriendo nuestra piel en forma de gabardinas, jerséis y demás utensilios para protegernos del frío. Y todo esto –pensarán- ¿qué tiene que ver con el amor?.
El comentario de hoy se suscita por la realidad que nos rodea. En cuanto se inicia el buen tiempo, empiezan a aparecer en nuestras calles tirantes mínimos o inexistentes, ombligos al aire, faldas cortas que podrían ser cinturones...todo ello como reflejo de la moda que “se lleva”. Pues por todo esto hoy me gustaría compartir con ustedes alguna reflexión sobre el pudor. Esa palabra tan en desuso y utilizada una vez más con matiz peyorativo, que nos habla de palabras tan hermosas como recato y modestia. Y esto tiene que ver con el amor.
Las distintas vestimentas tienen su lugar, no nos imaginamos a una persona en la piscina con gabardina, ni en una recepción oficial con pantalones cortos. Y tiene su sentido, por respeto, otras veces por tradición y también por comodidad. De la misma forma, y en esto probablemente todavía haya un poco de mentalidad machista, si la mujer quiere pasar desapercibida por su forma de vestir, ya sabe como tiene que hacerlo. Y no les hablo de mojigatería de cuellos vueltos y faldas largas, sino de elegancia y gusto por la belleza. Los escotes, las faldas mini y los ombligos al aire, sobretodo en ciertos lugares y ambientes (cada vez más comunes) muchas veces sólo pretenden provocar. Y habrá voces que imperen por la libertad de la fémina o por el ojo enfermo y desviado del que mira, pero no creo que haya que ser ingenuos...
Y por aquí llegamos a lo importante, y lo que de verdad nos compete en este tema del amor. ¿Es importante cuidar el vestido y la presencia física como una forma de amar?, sin duda les diría que sí. Si unos novios se quieren y respetan y buscan –con esfuerzo- vivir de forma adecuada la sexualidad en el noviazgo en la castidad, tendrán que tener cuidado en su apariencia externa, que es, en palabras claras y entendibles, no provocar. La atracción física entre dos personas que se aman es inexcusable, y hay formas de vestir que no facilitan las cosas. Y me refiero aquí tanto al hombre como a la mujer, aunque evidentemente la carga mayor recaiga sobre nosotras. Al mismo tiempo, creo que cuidar la imagen exterior, el aspecto físico, forma parte de una feminidad exquisita tan exaltada en otras épocas y un poco olvidada en nuestro tiempo. Porque no se trata de las medidas extraordinarias o de a idolatría a la belleza de nuestros días, si no de ser “muy mujer”, resaltando las virtudes físicas propias con elementos naturales y decorativos. Seguro que tendrán en mente mujeres muy femeninas y elegantes que han marcado de este modo sus épocas.
Y en todo esto me preocupan especialmente las jóvenes, arrastradas por una moda que exalta el culto al cuerpo sin ningún sentido y que evita hablar del pudor, considerándolo ¡todavía! una forma de represión. Creo que una vez más, tenemos que atrevernos a dar ejemplo de elegancia y de feminidad sin necesidad de recurrir a mostrar partes del cuerpo que requieren un ámbito de intimidad. Comprenderán que esto se da también en otras etapas de la vida, quizá de un modo diferente. En los esposos, es posible que viva con mayor libertad, por la intimidad compartida, pero también entonces hay que querer: sabiéndose presentar a los demás y cuidando especialmente el aspecto externo, también en momentos en los que por dejadez o comodidad resultaría más fácil no hacerlo. Llegará el verano, y con él las altas temperaturas, quizá sería una buena propuesta hablar con nuestros jóvenes del pudor, como virtud especialmente hermosa, que facilita muchas veces la pureza en el amor. Es sólo una idea.
El comentario de hoy se suscita por la realidad que nos rodea. En cuanto se inicia el buen tiempo, empiezan a aparecer en nuestras calles tirantes mínimos o inexistentes, ombligos al aire, faldas cortas que podrían ser cinturones...todo ello como reflejo de la moda que “se lleva”. Pues por todo esto hoy me gustaría compartir con ustedes alguna reflexión sobre el pudor. Esa palabra tan en desuso y utilizada una vez más con matiz peyorativo, que nos habla de palabras tan hermosas como recato y modestia. Y esto tiene que ver con el amor.
Las distintas vestimentas tienen su lugar, no nos imaginamos a una persona en la piscina con gabardina, ni en una recepción oficial con pantalones cortos. Y tiene su sentido, por respeto, otras veces por tradición y también por comodidad. De la misma forma, y en esto probablemente todavía haya un poco de mentalidad machista, si la mujer quiere pasar desapercibida por su forma de vestir, ya sabe como tiene que hacerlo. Y no les hablo de mojigatería de cuellos vueltos y faldas largas, sino de elegancia y gusto por la belleza. Los escotes, las faldas mini y los ombligos al aire, sobretodo en ciertos lugares y ambientes (cada vez más comunes) muchas veces sólo pretenden provocar. Y habrá voces que imperen por la libertad de la fémina o por el ojo enfermo y desviado del que mira, pero no creo que haya que ser ingenuos...
Y por aquí llegamos a lo importante, y lo que de verdad nos compete en este tema del amor. ¿Es importante cuidar el vestido y la presencia física como una forma de amar?, sin duda les diría que sí. Si unos novios se quieren y respetan y buscan –con esfuerzo- vivir de forma adecuada la sexualidad en el noviazgo en la castidad, tendrán que tener cuidado en su apariencia externa, que es, en palabras claras y entendibles, no provocar. La atracción física entre dos personas que se aman es inexcusable, y hay formas de vestir que no facilitan las cosas. Y me refiero aquí tanto al hombre como a la mujer, aunque evidentemente la carga mayor recaiga sobre nosotras. Al mismo tiempo, creo que cuidar la imagen exterior, el aspecto físico, forma parte de una feminidad exquisita tan exaltada en otras épocas y un poco olvidada en nuestro tiempo. Porque no se trata de las medidas extraordinarias o de a idolatría a la belleza de nuestros días, si no de ser “muy mujer”, resaltando las virtudes físicas propias con elementos naturales y decorativos. Seguro que tendrán en mente mujeres muy femeninas y elegantes que han marcado de este modo sus épocas.
Y en todo esto me preocupan especialmente las jóvenes, arrastradas por una moda que exalta el culto al cuerpo sin ningún sentido y que evita hablar del pudor, considerándolo ¡todavía! una forma de represión. Creo que una vez más, tenemos que atrevernos a dar ejemplo de elegancia y de feminidad sin necesidad de recurrir a mostrar partes del cuerpo que requieren un ámbito de intimidad. Comprenderán que esto se da también en otras etapas de la vida, quizá de un modo diferente. En los esposos, es posible que viva con mayor libertad, por la intimidad compartida, pero también entonces hay que querer: sabiéndose presentar a los demás y cuidando especialmente el aspecto externo, también en momentos en los que por dejadez o comodidad resultaría más fácil no hacerlo. Llegará el verano, y con él las altas temperaturas, quizá sería una buena propuesta hablar con nuestros jóvenes del pudor, como virtud especialmente hermosa, que facilita muchas veces la pureza en el amor. Es sólo una idea.
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