¿Es posible el amor a primera vista?. Si nos centramos en analizar lo que se presenta en los medios de comunicación a través de las películas y las revistas mal llamadas del corazón, parece evidente afirmar que sí. Fulanito conoce a Menganita en una fiesta y aparecen posando locamente enamorados. Chico se encuentra con chica en un comercio y siente un fogonazo que le lleva a buscarle hasta los confines del mundo.... Parece romántico.
Quien les habla tuvo una historia sorprendente, y quizá desde fuera pueda parecer similar a esto que les cuento: conocí a quien hoy es mi marido en la boda de unos amigos. Hablamos durante un buen rato y hasta compartimos un café. Nos despedimos sin permitirnos ninguna posibilidad de contacto y dos meses después coincidimos buscándonos el uno al otro, utilizando como excusa una excursión y un e-mail. Nuestro siguiente encuentro sirvió para confirmar la sospecha inicial de que nuestras historias podían empezar a coincidir a partir de ese preciso instante, pero nuestra torpeza y el miedo inicial hicieron que retrasásemos el comienzo “oficial” de nuestro noviazgo. Sin embargo recuerdo ese tiempo como de especial intensidad. No sé cómo lo verán ustedes, pero yo no considero esto un amor a primera vista. O por lo menos no en los términos entendidos hoy en día.
Perdonen que “me utilice” como ejemplo, pero es lo más cercano que tengo. Nuestro primer encuentro abrió la posibilidad de conocernos, y ambos intuimos una persona interesante en nuestro con-tertulio. En esos primeros minutos hablamos del matrimonio (la situación lo facilitaba) y de la felicidad. Dos puntos importantes que permitieron atisbar nuestros anhelos y proyectos. Reconozco que no hubo una fuerte atracción física inicial, ni siquiera una camaradería que pudiera despertar sospechas, pero habíamos hablado de aspectos profundos e interesantes y eso había despertado nuestra curiosidad.
Cuando hoy se habla de amor a primera vista, se entiende más bien el amor suscitado por la atracción física, muchas veces vacía de nada más. Creo que es difícil el amor a primera vista, entendido como ese amor arrebatador que anula una persona en relación a otra, sobretodo porque creo que el amor hay que cultivarlo y como tal, sembrarlo, regarlo, podarlo y cuidarlo para poder recoger sus frutos. Si el amor se queda en la atracción inicial (necesaria por otra parte) y no madura no es verdadero amor, o por lo menos amor entendido en términos humanistas cristianos, y ahí está el problema de esta sociedad. He tenido estos días un par de conversaciones con personas que me hablaban de su relación de noviazgo, que definían como “estancada” y sin posibilidad de mejora. Y me he entristecido. En ambos casos hubo una aproximación inicial con una cierta atracción y sucesivamente un compañerismo que les lleva a realizar actividades comunes en el tiempo libre, compartir hobbies, acudir juntos a reuniones familiares y hasta pensar en un futuro común. Poco más. Y creo que aquí está el problema. Cuando el amor “nace” a primera vista hay que cultivarlo para que crezca. Y es importante en este punto hablar de las cosas importantes: de la fe, de la visión del mundo y de la eternidad, del proyecto de familia, del modo concreto de vivir el compromiso con la sociedad en todos sus ámbitos, de la búsqueda de la felicidad, del dolor y el sufrimiento, de las relaciones personales, de los proyectos e ideales....en definitiva, de todo lo que configura nuestro ser. Y si esto no se aborda con la suficiente seriedad, a veces no es posible el amor de verdad.
Sabiendo que hay alguna admirable excepción, me atrevería a afirmar que si no hay coincidencia en estos puntos fundamentales, o al menos apertura para sorprenderse y abrirse a estas realidades, desde el respeto y la búsqueda por encontrar puntos comunes, será muy difícil vivir el amor en plenitud, o por lo menos en la plenitud propuesta por el cristianismo.
Por eso creo que existe “la atracción a primera vista” pero hablar de amor es algo más serio que quizá requiera –como los buenos guisos- de tiempo de cocción. Un tiempo en el que habrá que ir añadiendo ingredientes y removiendo, para que adquiera el buen sabor de las cosas bien hechas.
Quien les habla tuvo una historia sorprendente, y quizá desde fuera pueda parecer similar a esto que les cuento: conocí a quien hoy es mi marido en la boda de unos amigos. Hablamos durante un buen rato y hasta compartimos un café. Nos despedimos sin permitirnos ninguna posibilidad de contacto y dos meses después coincidimos buscándonos el uno al otro, utilizando como excusa una excursión y un e-mail. Nuestro siguiente encuentro sirvió para confirmar la sospecha inicial de que nuestras historias podían empezar a coincidir a partir de ese preciso instante, pero nuestra torpeza y el miedo inicial hicieron que retrasásemos el comienzo “oficial” de nuestro noviazgo. Sin embargo recuerdo ese tiempo como de especial intensidad. No sé cómo lo verán ustedes, pero yo no considero esto un amor a primera vista. O por lo menos no en los términos entendidos hoy en día.
Perdonen que “me utilice” como ejemplo, pero es lo más cercano que tengo. Nuestro primer encuentro abrió la posibilidad de conocernos, y ambos intuimos una persona interesante en nuestro con-tertulio. En esos primeros minutos hablamos del matrimonio (la situación lo facilitaba) y de la felicidad. Dos puntos importantes que permitieron atisbar nuestros anhelos y proyectos. Reconozco que no hubo una fuerte atracción física inicial, ni siquiera una camaradería que pudiera despertar sospechas, pero habíamos hablado de aspectos profundos e interesantes y eso había despertado nuestra curiosidad.
Cuando hoy se habla de amor a primera vista, se entiende más bien el amor suscitado por la atracción física, muchas veces vacía de nada más. Creo que es difícil el amor a primera vista, entendido como ese amor arrebatador que anula una persona en relación a otra, sobretodo porque creo que el amor hay que cultivarlo y como tal, sembrarlo, regarlo, podarlo y cuidarlo para poder recoger sus frutos. Si el amor se queda en la atracción inicial (necesaria por otra parte) y no madura no es verdadero amor, o por lo menos amor entendido en términos humanistas cristianos, y ahí está el problema de esta sociedad. He tenido estos días un par de conversaciones con personas que me hablaban de su relación de noviazgo, que definían como “estancada” y sin posibilidad de mejora. Y me he entristecido. En ambos casos hubo una aproximación inicial con una cierta atracción y sucesivamente un compañerismo que les lleva a realizar actividades comunes en el tiempo libre, compartir hobbies, acudir juntos a reuniones familiares y hasta pensar en un futuro común. Poco más. Y creo que aquí está el problema. Cuando el amor “nace” a primera vista hay que cultivarlo para que crezca. Y es importante en este punto hablar de las cosas importantes: de la fe, de la visión del mundo y de la eternidad, del proyecto de familia, del modo concreto de vivir el compromiso con la sociedad en todos sus ámbitos, de la búsqueda de la felicidad, del dolor y el sufrimiento, de las relaciones personales, de los proyectos e ideales....en definitiva, de todo lo que configura nuestro ser. Y si esto no se aborda con la suficiente seriedad, a veces no es posible el amor de verdad.
Sabiendo que hay alguna admirable excepción, me atrevería a afirmar que si no hay coincidencia en estos puntos fundamentales, o al menos apertura para sorprenderse y abrirse a estas realidades, desde el respeto y la búsqueda por encontrar puntos comunes, será muy difícil vivir el amor en plenitud, o por lo menos en la plenitud propuesta por el cristianismo.
Por eso creo que existe “la atracción a primera vista” pero hablar de amor es algo más serio que quizá requiera –como los buenos guisos- de tiempo de cocción. Un tiempo en el que habrá que ir añadiendo ingredientes y removiendo, para que adquiera el buen sabor de las cosas bien hechas.
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