Ayer tuve la suerte de conversar durante un buen rato con un grupo de monjas de clausura de la ciudad en la que vivo. Todos los días paso por delante del convento y algunas mañanas participo con ellas en la Santa Misa. Conocía sus voces dulces y acompasadas, pero no podía imaginarme sus caras. Ayer nos recibieron a mi marido a mí para pasar un rato con ellas. Si tuviera que escribir una crónica periodística de este encuentro se llamaría sin duda “AMOR entre rejas”. Por eso, por tratarse de una forma de amor, y de forma muy resumida, compartiré también con ustedes algunas pinceladas.
La cita fue en el refectorio, como de costumbre, después de habernos facilitado la llave del portón a través del torno. Una mesa camilla con dos sillas en una habitación fría pero acogedora, delante de una ventana de madera con rejas. Tabique grueso que habría otro ventanuco hacia la habitación donde nos esperaban las religiosas. La mayoría jóvenes, especialmente sonrientes, guapas, con mirada curiosa y sencilla....primera impresión emocionante. En la sala donde estábamos nosotros un texto escrito: Hermano: una de dos o no hablar o hablar de Dios. Y ese fue el hilo conductor de nuestra conversación: Dios.
Nos preguntaron muchas cosas de nuestra vida matrimonial y de las dificultades del “exterior”, aunque muchas ya las conocen. Impresiona comprobar cómo saben más de lo que acontece fuera que nosotros mismos. Cuando salen, por motivos médicos o licencias especiales, perciben y captan la realidad de un modo único y exclusivo, quizá por eso de tener un corazón abierto y receptivo. Toda la información que les llega a través de sus familiares y bienhechores, la asumen y acogen como propia, siendo partícipes y miembros “activos” del mundo en el que viven. Sorprendente.
También ellas nos contaron muchas cosas de su vida. En el convento hace frío, mucho frío (y doy fe de ello), pero no les preocupa. El hábito que llevan pesa unos 7 kilos y en él se refugian en el tiempo invernal. Mismo hábito en verano, cuando todos buscamos prendas frescas y cómodas. No les importa, soportan muy bien el calor. Sólo cuando salen a trabajar en la huerta se dan cuenta de que quizá estarían mejor con un poco menos de ropa. Ayunan más meses que los que no lo hacen, respetando por supuesto los domingos y solemnidades, “que para eso son fiestas”.
Rezan continuamente y por todos, por lo que conocen y por lo que no, por las intenciones personales que se les encomiendan. Rezan también trabajando. Su vida es para Dios. Entregada completamente a Él. Sorprende su sencillez y aparente ingenuidad, que no es en ninguna medida simpleza o debilidad. Son fundamentalmente felices y eso se les nota. Desbordan una alegría que no se ve en otros sitios fácilmente. Y ellas lo tienen muy claro: “a nosotras nos basta con el Amor de Dios”, ese amor que les sustenta cada día y les hace permanecer durante toda su vida entre cuatro paredes. Las jóvenes reflejaban la alegría propia de los primeros años, el descubrimiento de la vocación y las mayores, la felicidad de la sabiduría y la paz interior.
Increíble también su humildad, están ahí porque Dios lo ha querido, esa es su vocación, ni son más ni menos. No se consideran extra-terrestres por esto. Es más, nos animaban a vivir con la misma intensidad nuestra vocación matrimonial, nuestro testimonio en medio del mundo. Porque son conocedoras de las dificultades de la familia cristiana hoy en día y saben también que Dios llama de forma concreta a cada uno. Aman todas las vocaciones porque aman a Dios, y desde su silencioso escondite cuidan de todos los caminos posibles en la Iglesia. Aman a todos porque su forma concreta de vivir la castidad en el celibato, les permite tener un corazón absolutamente entregado a todos. Aman a la Iglesia a la que pertenecen, al Papa, a los sacerdotes y a cada uno de los fieles. Aman sin parar, y sin descanso, porque viven directamente del Amor de Dios, y así nos lo manifestaron.
Amor entre las rejas, amor libre que les conecta con el exterior desde el convento en el que viven: es lo que se respiraba. Un amor puro, reconfortante y sobretodo muy alegre. Toda una experiencia de Amor.
La cita fue en el refectorio, como de costumbre, después de habernos facilitado la llave del portón a través del torno. Una mesa camilla con dos sillas en una habitación fría pero acogedora, delante de una ventana de madera con rejas. Tabique grueso que habría otro ventanuco hacia la habitación donde nos esperaban las religiosas. La mayoría jóvenes, especialmente sonrientes, guapas, con mirada curiosa y sencilla....primera impresión emocionante. En la sala donde estábamos nosotros un texto escrito: Hermano: una de dos o no hablar o hablar de Dios. Y ese fue el hilo conductor de nuestra conversación: Dios.
Nos preguntaron muchas cosas de nuestra vida matrimonial y de las dificultades del “exterior”, aunque muchas ya las conocen. Impresiona comprobar cómo saben más de lo que acontece fuera que nosotros mismos. Cuando salen, por motivos médicos o licencias especiales, perciben y captan la realidad de un modo único y exclusivo, quizá por eso de tener un corazón abierto y receptivo. Toda la información que les llega a través de sus familiares y bienhechores, la asumen y acogen como propia, siendo partícipes y miembros “activos” del mundo en el que viven. Sorprendente.
También ellas nos contaron muchas cosas de su vida. En el convento hace frío, mucho frío (y doy fe de ello), pero no les preocupa. El hábito que llevan pesa unos 7 kilos y en él se refugian en el tiempo invernal. Mismo hábito en verano, cuando todos buscamos prendas frescas y cómodas. No les importa, soportan muy bien el calor. Sólo cuando salen a trabajar en la huerta se dan cuenta de que quizá estarían mejor con un poco menos de ropa. Ayunan más meses que los que no lo hacen, respetando por supuesto los domingos y solemnidades, “que para eso son fiestas”.
Rezan continuamente y por todos, por lo que conocen y por lo que no, por las intenciones personales que se les encomiendan. Rezan también trabajando. Su vida es para Dios. Entregada completamente a Él. Sorprende su sencillez y aparente ingenuidad, que no es en ninguna medida simpleza o debilidad. Son fundamentalmente felices y eso se les nota. Desbordan una alegría que no se ve en otros sitios fácilmente. Y ellas lo tienen muy claro: “a nosotras nos basta con el Amor de Dios”, ese amor que les sustenta cada día y les hace permanecer durante toda su vida entre cuatro paredes. Las jóvenes reflejaban la alegría propia de los primeros años, el descubrimiento de la vocación y las mayores, la felicidad de la sabiduría y la paz interior.
Increíble también su humildad, están ahí porque Dios lo ha querido, esa es su vocación, ni son más ni menos. No se consideran extra-terrestres por esto. Es más, nos animaban a vivir con la misma intensidad nuestra vocación matrimonial, nuestro testimonio en medio del mundo. Porque son conocedoras de las dificultades de la familia cristiana hoy en día y saben también que Dios llama de forma concreta a cada uno. Aman todas las vocaciones porque aman a Dios, y desde su silencioso escondite cuidan de todos los caminos posibles en la Iglesia. Aman a todos porque su forma concreta de vivir la castidad en el celibato, les permite tener un corazón absolutamente entregado a todos. Aman a la Iglesia a la que pertenecen, al Papa, a los sacerdotes y a cada uno de los fieles. Aman sin parar, y sin descanso, porque viven directamente del Amor de Dios, y así nos lo manifestaron.
Amor entre las rejas, amor libre que les conecta con el exterior desde el convento en el que viven: es lo que se respiraba. Un amor puro, reconfortante y sobretodo muy alegre. Toda una experiencia de Amor.
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