Por diferentes caminos y de muy diversas maneras “me persigue” un tema que ha sido de actualidad política en los últimos meses, y no precisamente con propuestas de mejora. Me refiero al aborto, y todo lo que conlleva esta tremenda realidad. Y no tanto por las atrocidades que se realizan y de las que es fácil escandalizarse, sino por la sutileza del maligno que nos engaña sin darnos cuenta. Pero no me gustaría hablar de este tema en tono tremendista o negativo. La reflexión en voz alta que os propongo esta noche versa sobre la maternidad, sobre el amor exclusivo de una madre al ser creado que habita en ella, gracias al amor esponsal.
Leemos en la carta apostólica de Juan Pablo II “Mulieres dignitatem” (recordada estos días por conmemorar los 20 años de su publicación) La maternidad de la mujer, en el período comprendido entre la concepción y el nacimiento del niño, es un proceso biofisiológico y psíquico que hoy día se conoce mejor que en tiempos pasados y que es objeto de profundos estudios. El análisis científico confirma plenamente que la misma constitución física de la mujer y su organismo tienen una disposición natural para la maternidad, es decir, para la concepción, gestación y parto del niño, como fruto de la unión matrimonial con el hombre. Al mismo tiempo, todo esto corresponde también a la estructura psíquico-física de la mujer. Todo lo que las diversas ramas de la ciencia dicen sobre esta materia es importante y útil, a condición de que no se limiten a una interpretación exclusivamente biofisiológica de la mujer y de la maternidad. Una imagen así «empequeñecida» estaría a la misma altura de la concepción materialista del hombre y del mundo. En tal caso se habría perdido lo que verdaderamente es esencial: la maternidad, como hecho y fenómeno humano, tiene su explicación plena en base a la verdad sobre la persona. La maternidad está unida a la estructura personal del ser mujer y a la dimensión personal del don.” Creo que este párrafo resume magistralmente muchos aspectos relacionados con la maternidad. La mujer tiene una disposición natural para la maternidad, que el hombre no posee, basta con comparar los cuerpos humanos, y las diferencias que existen entre ellos. Es digno de admiración la constitución y los cambios que cíclicamente se producen en el cuerpo de la mujer orientados a concebir y albergar una nueva vida. No creo que nadie con la mínima sensibilidad para admirar la naturaleza no se quede perplejo ante este milagro. Pero el conocimiento tiene que buscar el bien y la verdad, y no siempre es así. Conocer en profundidad la biología de la mujer, permite al hombre sin criterio manipular esta capacidad creadora para orientarla a sus propios fines, que casi siempre tienen que ver con concepciones egoístas de la vida. Saber más no implica necesariamente mejorar la realidad existente. En el caso de la parte biológica relacionada con la maternidad , saber más está llevando a querer controlar todo lo que acontece en torno a este hecho. De ahí el empeño de muchos investigadores en descubrir métodos anticonceptivos más eficaces y cómodos de utilizar, o incluso de elaborar nuevas sustancias que permitan una mal llamada anticoncepción de emergencia. Aunque queramos engañarnos, y en este tema es muy fácil recurrir a argumentos populistas, todo lo que va en contra del propio cuerpo y lo que pretende controlar aspectos relacionados con la vida es, como dice Juan Pablo II, una forma de materialismo. Ser madre es un don, y cualquier manipulación de la vida, provocada por los avances científicos, es ir en contra de la propia naturaleza, aunque las situaciones que puedan darse en torno a esto –en muchos casos la incapacidad de concebir- puedan ser muy duras. Pero ser madre es mucho más que la disposición psíquica y biológica. La maternidad (seguimos leyendo en la misma carta apostólica) conlleva una comunión especial con el misterio de la vida que madura en el seno de la mujer. La madre admira este misterio y con intuición singular «comprende» lo que lleva en su interior. A la luz del «principio» la madre acepta y ama al hijo que lleva en su seno como una persona. Este modo único de contacto con el nuevo hombre que se está formando crea a su vez una actitud hacia el hombre —no sólo hacia el propio hijo, sino hacia el hombre en general—, que caracteriza profundamente toda la personalidad de la mujer. Comúnmente se piensa que la mujer es más capaz que el hombre de dirigir su atención hacia la persona concreta y que la maternidad desarrolla todavía más esta disposición. Quizá esta sería la clave, ser madre va mucho más allá del hecho biológico de dar a luz una nueva vida. Ser madre conlleva una comunión especial con el misterio de la vida, es una intuición singular, una forma especial y única de relación que Dios a querido sea reservada a la mujer. Y este conocimiento no para que se vuelva egocéntrico y egoísta, si no para ponerlo al servicio de la humanidad, para poder tener una actitud diferente hacia el hombre, para poder amar con un amor diferente y único, un amor maternal. Por eso no creo que el aborto sea gratuito en ningún caso. Por mi trabajo he entrado en contacto con varias mujeres que pedían “la pastilla del día después”. Ninguna oculta su vergüenza, su petición no está exenta de un cierto sentimiento de culpa, y creo que es claro el por qué. Al explicarles que puede ser abortiva, y que en ningún caso es esa la solución, algunas lo entienden, otras se enfadan, pero todas –no tengo ninguna duda- se sienten interpeladas. Y eso es lo que hay que hacer en este campo: provocar a la gente, y en este caso no sólo a las mujeres.
La mujer que aborta no sólo mata una nueva vida, sino que hiere a veces profundamente su percepción del hombre, porque cambia su actitud hacia él, convirtiéndose en alguien a quien puede anular en caso de dificultad. Además, empequeñece su capacidad de donación y de entrega a los demás desde esa dimensión creadora. El aborto es un tema complicado y de debate en nuestros días. No creo que haya que hablar mucho sobre él. Es más, estoy convencida que la mejor forma de provocar es hablar de la maternidad como un don, como una forma especial de amor, como un acto de donación, como una forma de realización en plenitud única y exclusiva que se da en la mujer.....conozco también mujeres valientes que han tenido a sus hijos en situaciones adversas y no siempre deseadas, ninguna se ha arrepentido. A veces sólo hace falta acompañar y ofrecer recursos para que la nueva vida no se vea como un problema y se pueda disfrutar del milagro de la creación. La maternidad es algo único y exclusivo de la mujer, un misterio y un don. Creo que es tiempo de empezar a hablar de vida.
Leemos en la carta apostólica de Juan Pablo II “Mulieres dignitatem” (recordada estos días por conmemorar los 20 años de su publicación) La maternidad de la mujer, en el período comprendido entre la concepción y el nacimiento del niño, es un proceso biofisiológico y psíquico que hoy día se conoce mejor que en tiempos pasados y que es objeto de profundos estudios. El análisis científico confirma plenamente que la misma constitución física de la mujer y su organismo tienen una disposición natural para la maternidad, es decir, para la concepción, gestación y parto del niño, como fruto de la unión matrimonial con el hombre. Al mismo tiempo, todo esto corresponde también a la estructura psíquico-física de la mujer. Todo lo que las diversas ramas de la ciencia dicen sobre esta materia es importante y útil, a condición de que no se limiten a una interpretación exclusivamente biofisiológica de la mujer y de la maternidad. Una imagen así «empequeñecida» estaría a la misma altura de la concepción materialista del hombre y del mundo. En tal caso se habría perdido lo que verdaderamente es esencial: la maternidad, como hecho y fenómeno humano, tiene su explicación plena en base a la verdad sobre la persona. La maternidad está unida a la estructura personal del ser mujer y a la dimensión personal del don.” Creo que este párrafo resume magistralmente muchos aspectos relacionados con la maternidad. La mujer tiene una disposición natural para la maternidad, que el hombre no posee, basta con comparar los cuerpos humanos, y las diferencias que existen entre ellos. Es digno de admiración la constitución y los cambios que cíclicamente se producen en el cuerpo de la mujer orientados a concebir y albergar una nueva vida. No creo que nadie con la mínima sensibilidad para admirar la naturaleza no se quede perplejo ante este milagro. Pero el conocimiento tiene que buscar el bien y la verdad, y no siempre es así. Conocer en profundidad la biología de la mujer, permite al hombre sin criterio manipular esta capacidad creadora para orientarla a sus propios fines, que casi siempre tienen que ver con concepciones egoístas de la vida. Saber más no implica necesariamente mejorar la realidad existente. En el caso de la parte biológica relacionada con la maternidad , saber más está llevando a querer controlar todo lo que acontece en torno a este hecho. De ahí el empeño de muchos investigadores en descubrir métodos anticonceptivos más eficaces y cómodos de utilizar, o incluso de elaborar nuevas sustancias que permitan una mal llamada anticoncepción de emergencia. Aunque queramos engañarnos, y en este tema es muy fácil recurrir a argumentos populistas, todo lo que va en contra del propio cuerpo y lo que pretende controlar aspectos relacionados con la vida es, como dice Juan Pablo II, una forma de materialismo. Ser madre es un don, y cualquier manipulación de la vida, provocada por los avances científicos, es ir en contra de la propia naturaleza, aunque las situaciones que puedan darse en torno a esto –en muchos casos la incapacidad de concebir- puedan ser muy duras. Pero ser madre es mucho más que la disposición psíquica y biológica. La maternidad (seguimos leyendo en la misma carta apostólica) conlleva una comunión especial con el misterio de la vida que madura en el seno de la mujer. La madre admira este misterio y con intuición singular «comprende» lo que lleva en su interior. A la luz del «principio» la madre acepta y ama al hijo que lleva en su seno como una persona. Este modo único de contacto con el nuevo hombre que se está formando crea a su vez una actitud hacia el hombre —no sólo hacia el propio hijo, sino hacia el hombre en general—, que caracteriza profundamente toda la personalidad de la mujer. Comúnmente se piensa que la mujer es más capaz que el hombre de dirigir su atención hacia la persona concreta y que la maternidad desarrolla todavía más esta disposición. Quizá esta sería la clave, ser madre va mucho más allá del hecho biológico de dar a luz una nueva vida. Ser madre conlleva una comunión especial con el misterio de la vida, es una intuición singular, una forma especial y única de relación que Dios a querido sea reservada a la mujer. Y este conocimiento no para que se vuelva egocéntrico y egoísta, si no para ponerlo al servicio de la humanidad, para poder tener una actitud diferente hacia el hombre, para poder amar con un amor diferente y único, un amor maternal. Por eso no creo que el aborto sea gratuito en ningún caso. Por mi trabajo he entrado en contacto con varias mujeres que pedían “la pastilla del día después”. Ninguna oculta su vergüenza, su petición no está exenta de un cierto sentimiento de culpa, y creo que es claro el por qué. Al explicarles que puede ser abortiva, y que en ningún caso es esa la solución, algunas lo entienden, otras se enfadan, pero todas –no tengo ninguna duda- se sienten interpeladas. Y eso es lo que hay que hacer en este campo: provocar a la gente, y en este caso no sólo a las mujeres.
La mujer que aborta no sólo mata una nueva vida, sino que hiere a veces profundamente su percepción del hombre, porque cambia su actitud hacia él, convirtiéndose en alguien a quien puede anular en caso de dificultad. Además, empequeñece su capacidad de donación y de entrega a los demás desde esa dimensión creadora. El aborto es un tema complicado y de debate en nuestros días. No creo que haya que hablar mucho sobre él. Es más, estoy convencida que la mejor forma de provocar es hablar de la maternidad como un don, como una forma especial de amor, como un acto de donación, como una forma de realización en plenitud única y exclusiva que se da en la mujer.....conozco también mujeres valientes que han tenido a sus hijos en situaciones adversas y no siempre deseadas, ninguna se ha arrepentido. A veces sólo hace falta acompañar y ofrecer recursos para que la nueva vida no se vea como un problema y se pueda disfrutar del milagro de la creación. La maternidad es algo único y exclusivo de la mujer, un misterio y un don. Creo que es tiempo de empezar a hablar de vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario