Dentro de pocos días celebraré los doce años “más” de vida de un familiar muy cercano gracias a un transplante de corazón, después de tres meses de ingreso y espera en situación límite. No sé si entonces fui del todo consciente de la grandeza de lo que allí ocurría, pero cada año desde entonces, en torno a esta fecha, vuelvo a pensar en el milagro que ocurrió. Sigo dando gracias a Dios con la misma intensidad que el primer día por la generosidad de los donantes (que por circunstancias extremas fueron dos) y sigo acordándome especialmente de las familias de los fallecidos, que tan generosos fueron en un momento difícil. Nada de esto es fácil, y desde luego, nada de esto es posible sin amor. Juan Pablo II, con ocasión del XVIII Congreso Internacional de la Sociedad de Trasplantes definió la donación de órganos como un auténtico acto de amor. En relación a esto afirmaba que “toda intervención de trasplante de un órgano tiene su origen generalmente en una decisión de gran valor ético: "la decisión de ofrecer, sin ninguna recompensa, una parte del propio cuerpo para la salud y el bienestar de otra persona. Precisamente en esto reside la nobleza del gesto, que es un auténtico acto de amor”. Mucho se está avanzando en la práctica médica para que intervenciones tan especiales se lleven a cabo con las máximas garantías para el donante, y desde luego, no existe ningún problema moral a este respecto, siempre y cuando se realicen con rigor científico y ético. La gratitud y el respeto al equipo médico que lleva a cabo esta cirugía tan complicada se convierten casi en amistad, y resulta gratificante también para ellos ser partícipes de los nuevos episodios de la historia de sus pacientes.
Pero los verdaderos héroes son los donantes, y me gustaría pensar que están todos en el cielo. Son personas anónimas, casi siempre jóvenes, que donan gratuitamente parte de su ser corporal para que otros puedan seguir viviendo. Los donantes y sus familiares, que son los que en esos momentos tan complicados tienen la última palabra sobre la donación. Entiendo que la muerte de un ser querido es un momento de tristeza y de separación dolorosa, y es precisamente entonces cuando tienen que decidir qué hacer con los órganos del difunto. Esta decisión tan importante, sólo puede explicarse desde la generosidad, desde un auténtico acto de amor que es capaz de desprenderse de parte de un cuerpo que será efímero para que siga siendo útil y vital en otra persona. Es el máximo desprendimiento, porque implica desprenderse de parte de uno mismo. En este mundo de la posesión, adquiere un especial significado tanta generosidad. Generosidad motivada por el amor, amor a la vida. Como decía Juan Pablo II en el discurso del mismo congreso antes citado, “entre los gestos que contribuyen a alimentar una auténtica cultura de la vida merece especial reconocimiento la donación de órganos, realizada según criterios éticamente aceptables, para ofrecer una posibilidad de curación e incluso de vida, a enfermos tal vez sin esperanzas.” Y terminaba asegurando que “es preciso sembrar en el corazón de todos, y especialmente en el de los jóvenes, un aprecio genuino y profundo de la necesidad del amor fraterno, un amor que puede expresarse en la elección de donar sus propios órganos”. Queda tarea por delante, el trabajo de seguir defendiendo y amando la vida, expresado de múltiples modos en nuestros días. A todos los que hacen posibles tantos milagros: ¡Gracias!.
Pero los verdaderos héroes son los donantes, y me gustaría pensar que están todos en el cielo. Son personas anónimas, casi siempre jóvenes, que donan gratuitamente parte de su ser corporal para que otros puedan seguir viviendo. Los donantes y sus familiares, que son los que en esos momentos tan complicados tienen la última palabra sobre la donación. Entiendo que la muerte de un ser querido es un momento de tristeza y de separación dolorosa, y es precisamente entonces cuando tienen que decidir qué hacer con los órganos del difunto. Esta decisión tan importante, sólo puede explicarse desde la generosidad, desde un auténtico acto de amor que es capaz de desprenderse de parte de un cuerpo que será efímero para que siga siendo útil y vital en otra persona. Es el máximo desprendimiento, porque implica desprenderse de parte de uno mismo. En este mundo de la posesión, adquiere un especial significado tanta generosidad. Generosidad motivada por el amor, amor a la vida. Como decía Juan Pablo II en el discurso del mismo congreso antes citado, “entre los gestos que contribuyen a alimentar una auténtica cultura de la vida merece especial reconocimiento la donación de órganos, realizada según criterios éticamente aceptables, para ofrecer una posibilidad de curación e incluso de vida, a enfermos tal vez sin esperanzas.” Y terminaba asegurando que “es preciso sembrar en el corazón de todos, y especialmente en el de los jóvenes, un aprecio genuino y profundo de la necesidad del amor fraterno, un amor que puede expresarse en la elección de donar sus propios órganos”. Queda tarea por delante, el trabajo de seguir defendiendo y amando la vida, expresado de múltiples modos en nuestros días. A todos los que hacen posibles tantos milagros: ¡Gracias!.
4 comentarios:
Yo también sigo dando gracias cada día. Gracias por recordarlo así, de una manera tan bonita.
“es preciso sembrar en el corazón de todos, y especialmente en el de los jóvenes, un aprecio genuino y profundo de la necesidad del amor fraterno, un amor que puede expresarse en la elección de donar sus propios órganos”
Me uno en la alegría del corazón a la Acción de Gracias por un corazón que sigue latiendo.
Y después de que esto es así, me pregunto ¿Cómo ama un corazón trasplantado?. Esa es la diferencia de "ser personas" a imagen y semejanza de Dios. En nuestro ser espiritual están nuestra capacidad de amar y de ser amados. Muchas veces le di muchas vueltas a esta frase evangélica "Dios es Amor y el que permanece en el amor, permanece en Dios y Dios en él". Por eso entiendo también las palabras de Juan Pablo a las que se alude en el artículo: "un amor que puede expresarse en la elección de donar sus propios órganos".
¡Ojalá que siga habiendo muchas personas con esta excepcional generosidad de colaborar con Dios para prolongar las vida de otras personas dispuestas a amar, a servir, y a alabar a Dios por tantas nuevas vidas!. Otros seguiremos cantando ¡danos Señor un corazón nuevo!.
yo le dí un riñon a una de mis hermanas hace 14 años,las dos estamos muy bien,pero ni me considero una héroe,ni estoy en el cielo,vivo en Cádiz.Pero si soy muy generosa,no es mérito mio,es un don que me dió Dios.Un Bsto Rocío
gracias por recordar con tanto amor a los donantes, yo soy receptora de un riñon me transplante hace 2 años me lo dono un amigo mio..un acto de amor que no tiene palabras y gracias a dios vivo muy feliz y el esta muy bien tambien...es hermoso que dios nos regale la posibilidad de una nueva vida...la disfruto mucho junto a mi hijita Milagros que espor quien sobrevivi...besos a la autora del blog..Iris
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