El mundo de los sentimientos es un misterio, muchas veces inabarcable. Sentimos constantemente: frío, calor, dolor, alegría, tristeza; sentimos el viento, las caricias, los aguijones, el roce de una rosa. Sentimos hambre y sed . Somos seres constituidos por miles de receptores que nos permiten el contacto con la realidad que nos rodea, también a las señales de nuestro propio organismo que nos informa y alerta de nuestro estado y respondemos a esas invitaciones “simplemente” sintiendo. El sentimiento es algo tan sencillo y complejo a la vez como la acción y efecto de sentir o sentirse. También se define como la impresión y movimiento que causan en el alma las cosas espirituales. No sé si aclaramos algo más. Vayamos entonces a la palabra sentir. Según la Real Academia Española de la Lengua, sentir es experimentar sensaciones producidas por causas externas o internas. Experimentar sensaciones, dos palabras con alto contenido subjetivo, o sea, poco concreto, susceptible de cada individuo, irracional, poco controlable, espontáneo....y etéreo.
Pensarán que me he equivocado de lugar para exponer esta clase de gramática, pero todo tiene su sentido. He pensado estos días en el mundo de los sentimientos, mundo misterioso y complejo, como les decía al principio, y creo que una vez más, la clave está en el significado de la palabra.
Claramente nos movemos en un mundo dominado por los sentimientos. Los sentimientos imperan entre los hombres y dominan sus reacciones y decisiones, sin criba ninguna. El “sentimiento de amor” hacia una persona hace que nos enamoremos al instante y que prometamos amor eterno, sin calibrar otras cosas también importantes. Pero ese mismo sentimiento, sólo así volátil, se transforma en sentimiento de hastío e indiferencia y abandonamos fácilmente la relación. Sentimos tristeza cuando algo que va a suceder no acontece como esperamos, o cuando no tenemos a nuestro alrededor todo lo que quisiéramos, o sufrimos alguna dolencia o incomodidad, y esa tristeza puede anularnos completamente por el puro y “simple” sentimiento. Pero los sentimientos son sólo esos “sentimientos”; por su propia definición: impresiones, percepciones, experiencias a las que hay que otorgarles la importancia precisa. No podemos evitar el sentimiento puesto que es una respuesta inmediata a algo que acontece, pero no podemos ni debemos quedarnos sólo ahí.
Los sentimientos deben primero aceptarse. No podemos tampoco convertirnos en robots fríos e insensibles que no sienten nada. No podemos evitar sentir, es más, tenemos que dejar que toda realidad sensible provoque en nosotros una respuesta. Y tenemos que permitirnos sentirlo, y expresar ese sentimiento cuando sea posible y conveniente. Pero después, en la mayoría de los casos, tendremos que pensar sobre ese sentimiento. Máxime en temas relacionados con el amor, o que repercuten necesariamente en terceras personas. Muchas veces tendremos que analizar nuestros sentimientos, contextualizarlos, centrarlos, ponerlos en el lugar adecuado. Sólo así podremos darles la importancia que merecen y no nos dejaremos llevar por ellos. El sentimiento ocupa un lugar importante en el ser humano, pero no es lo único ni lo primero. Tendrá que ser contrastado muchas veces por la razón y sólo así adquirirá su verdadero sentido. Es importante tener esto en cuenta, para que no sea sólo el sentimiento el que dirija nuestro obrar. Imagínense si por ejemplo la relación con Dios sólo se viviera desde el sentimiento. Aunque las experiencias sensibles en la oración o en otros momentos de especial intimidad son reales, y existen, no son – o por lo menos en el común de los mortales- lo más frecuente. Si la fe y la relación con Dios se vive sólo desde el sentimiento queda vacía y caduca necesariamente. Por el contrario, una vida de fe salpicada por momentos de “real sentimiento de Presencia” y fortalecida en momentos de sequía, madura con el tiempo y permanece. Esto que es fácilmente entendible en un tema tan concreto como el de la fe, ocurre del mismo modo en el amor. Lo que pasa es que en nuestro tiempo, estamos dando al sentimiento un valor que quizá no tenga. Sólo hay que ir a la definición.
Pensarán que me he equivocado de lugar para exponer esta clase de gramática, pero todo tiene su sentido. He pensado estos días en el mundo de los sentimientos, mundo misterioso y complejo, como les decía al principio, y creo que una vez más, la clave está en el significado de la palabra.
Claramente nos movemos en un mundo dominado por los sentimientos. Los sentimientos imperan entre los hombres y dominan sus reacciones y decisiones, sin criba ninguna. El “sentimiento de amor” hacia una persona hace que nos enamoremos al instante y que prometamos amor eterno, sin calibrar otras cosas también importantes. Pero ese mismo sentimiento, sólo así volátil, se transforma en sentimiento de hastío e indiferencia y abandonamos fácilmente la relación. Sentimos tristeza cuando algo que va a suceder no acontece como esperamos, o cuando no tenemos a nuestro alrededor todo lo que quisiéramos, o sufrimos alguna dolencia o incomodidad, y esa tristeza puede anularnos completamente por el puro y “simple” sentimiento. Pero los sentimientos son sólo esos “sentimientos”; por su propia definición: impresiones, percepciones, experiencias a las que hay que otorgarles la importancia precisa. No podemos evitar el sentimiento puesto que es una respuesta inmediata a algo que acontece, pero no podemos ni debemos quedarnos sólo ahí.
Los sentimientos deben primero aceptarse. No podemos tampoco convertirnos en robots fríos e insensibles que no sienten nada. No podemos evitar sentir, es más, tenemos que dejar que toda realidad sensible provoque en nosotros una respuesta. Y tenemos que permitirnos sentirlo, y expresar ese sentimiento cuando sea posible y conveniente. Pero después, en la mayoría de los casos, tendremos que pensar sobre ese sentimiento. Máxime en temas relacionados con el amor, o que repercuten necesariamente en terceras personas. Muchas veces tendremos que analizar nuestros sentimientos, contextualizarlos, centrarlos, ponerlos en el lugar adecuado. Sólo así podremos darles la importancia que merecen y no nos dejaremos llevar por ellos. El sentimiento ocupa un lugar importante en el ser humano, pero no es lo único ni lo primero. Tendrá que ser contrastado muchas veces por la razón y sólo así adquirirá su verdadero sentido. Es importante tener esto en cuenta, para que no sea sólo el sentimiento el que dirija nuestro obrar. Imagínense si por ejemplo la relación con Dios sólo se viviera desde el sentimiento. Aunque las experiencias sensibles en la oración o en otros momentos de especial intimidad son reales, y existen, no son – o por lo menos en el común de los mortales- lo más frecuente. Si la fe y la relación con Dios se vive sólo desde el sentimiento queda vacía y caduca necesariamente. Por el contrario, una vida de fe salpicada por momentos de “real sentimiento de Presencia” y fortalecida en momentos de sequía, madura con el tiempo y permanece. Esto que es fácilmente entendible en un tema tan concreto como el de la fe, ocurre del mismo modo en el amor. Lo que pasa es que en nuestro tiempo, estamos dando al sentimiento un valor que quizá no tenga. Sólo hay que ir a la definición.